2 poemas 2
Fotografía de Alex Currie |
Antes del apocalipsis, hubo el apocalipsis de los barcos:
barcos de prisioneros, barcos quebrándose bajo un cielo acerado, barcos que hacían brotar
cadáveres como algas en la orilla. Antes del apocalipsis, hubo el apocalipsis
de la bomba en la mezquita. El apocalipsis del taxista desfigurado
por las llamas. Hubo el apocalipsis del dejar, y del haber dejado—
de mi madre despegándose de la tumba de su madre mientras el avión
carreteaba por la pista. Antes
del apocalipsis, hubo el apocalipsis de los aviones.
Hubo el apocalipsis de los oleoductos dictando su propia ley a través del agua sagrada,
y el apocalipsis de los perros. Antes del cual vino el apocalipsis de los perros
y los camiones hidrantes. Y antes de ése, el apocalipsis de los perros y de los cazadores de esclavos
cuyos rostros brillaban a la luz del farol. Antes del apocalipsis,
el apocalipsis de las abejas. El de los colectivos. Apocalipsis de las fronteras
alambradas. Apocalipsis de los ganchos. Apocalipsis en la omisión selectiva de los libros
de texto. Hubo el apocalipsis del acuerdo
y de la máquina de gaseosa; el apocalipsis del asentamiento de los colonos y
las jarras con cueros cabelludos; hubo el jolgorio de la comida enlatada; la lluvia radioactiva;
el mártir sin un asiento reclamando un nombre. A mí me parió por un apocalipsis
y vengo a decirles lo que sé —y esto es que el apocalipsis empezó
cuando Colón agradeció a Dios y echó el ancla. Empezó cuando rebanaron
un continente para repartírselo. Empezó cuando Kublai Kan le dijo a Marco, arrancá
por el principio. Para cuando el apocalipsis empezó, el mundo ya se había acabado.
Acabó cada día por uno o dos siglos. Acabó, y otro mundo
agonizante dio vueltas en lugar suyo. Acabó, y nos despertamos y pedimos cafés a la griega,
el líquido estuoso atravesándonos los dientes, mientras por todas partes el apocalipsis gruñía,
el apocalipsis recordaba, nuestro querido, amado apocalipsis —bajó despacio
entre los árboles en torno nuestro, con tanto ruido que al final dejamos de oírlo.
Fotografía de Alex Currie |
Hay un documental sobre cambio climático que se llama Cómo dejar ir al mundo, y sam pregunta, ¿tirándome de un edificio?
Entre la creciente lista de promesas que no puedo hacer a mis amigxs: ya se volverá más fácil. Vas a salir de esta. La lealtad de la gravedad, de los sonidos de la mañana. Si tan sólo te quedaras.
*
Cuando salgo a la calle es casi como si fuese a durar: borrón anaranjado aplastado contra el cielo. Los coches siguen los linajes habituales ida y vuelta del trabajo; mientras, tres adolescentes se juntan felices en la vereda.
No sé cómo hacerlo: sostener sus caras entre mis manos y contarles lo que les espera. Cómo enseñar a cualquiera de nosotrxs a seguir esta canción, hacia qué oscuridad.
*
Cuando el desastre advenga, algunos de nosotrxs subiremos al techo para dirigirnos a los espíritus. Algunos estaremos en la línea de fuego. Algunos recogeremos las astillas, pasando la lengua por el suelo.
*
Entre la creciente lista de cosas incesantes: adolescentes juntándose felices en las veredas. El estupor de un cielo cítrico en mitad del invierno. El modo en que una frase puede enganchársete a los labios semanas enteras. Una vez, sam anduvo todo el día murmurando, ¡Alma, digo!, y lo hizo, lo hizo.
*
A falta de una mejor traducción para mi pena, digo, verde, verde, verde, hasta que se enfría lo suficiente para adentrarme en ella.
*
Sostengo la cara de mi amor entre mis manos, le digo que lo extraño. Le digo, te extraño como extraño los árboles.
Con esto quiero decir, ¡Mirá! ¡Acá están los árboles! Está todo el mundo afuera, querido: verdes son mis manos, espíritus entre las paredes —todo el mundo está esperándonos.
Franny Choi (Massachusetts, Estados Unidos, 1989)
de The World Keeps Ending, and the World Goes On, HarperCollins, 2022 Traducción de Mariana Spada Leído en PERIÓDICO DE POESÍA
(Fuente: Emma Gunst)
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