lunes, 6 de mayo de 2024

César Cantoni (La Plata, 1951)

 

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NUNCA CREÍ EN PROFECÍAS



Nunca creí en profecías. Incluidas
aquéllas que anuncian el final del mundo.
El mundo jamás desaparecerá.
No puede materialmente desaparecer.
Lo más probable es que sea la humanidad
la que desaparezca. (¿No desaparecieron ya,
entre otras especies, los colosales dinosaurios?)
Quizá, la hecatombe no tenga prolegómenos
y todos muramos de repente,
como murieron, cuando el Vesubio
estalló en cólera, los hijos de Pompeya.
O, quizá, padezcamos un terror prolongado,
como los habitantes de Buenos Aires
mientras la fiebre amarilla se ensañó con ellos.
En cualquier caso, cerrado el ciclo antropológico,
la Tierra dejará de sufrir por nuestra causa
y el daño ambiental se retraerá:
el aire volverá a ser puro,
los ríos desaguarán en cuencas cristalinas
y los bosques lucirán sin mella su verdor primitivo.
–¿Y las bestias...? –preguntarán los menos avisados.
Las bestias tomarán por asalto las ciudades,
se adueñarán de los ministerios,
construirán madrigueras en templos y cuarteles,
se aparearán delante de las estatuas
y serán sus propios dictados los que ordenen la vida.
–¿Y entonces...? –querrán saber los más inquisidores.
Entonces, el bien y el mal habrán concluido su querella,
no existirá el discernimiento para abonar la culpa,
ni infierno ni cielo prometido,
y un viento inocente surcará, per secula seculorum,
los feudos del Señor. He profetizado.
 
 
(Fuente: Daniel Rafalovich)

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