El traductor
El traductor
Me dije que tal vez era cierto después de todo
que las ideologías están muertas;
me regodeé mirando por la ventana del bar
cómo el sol caliente de la primavera de Buenos Aires
comenzaba a fundir todas las convicciones del invierno.
Sospechaba por primera vez
que podía haber un placer en el vértigo de flotar
en ese caldo uniforme
que se había adueñado hacía tiempo
de todos los espacios del planeta.
El sol volcaba su fiesta de distinciones
sobre todos los objetos de esa esquina,
pero yo sentía que por todas partes
estaba drenando una noche gris de gatos
universalmente pardos,
una apoteosis de la indiferenciación
que por primera vez no lograba despertarme miedo.
Empecé a jugar con esas sensaciones.
Me imaginaba que no solo había caído el Muro de Berlín,
y podía desaparecer la URSS,
y con ella la izquierda víctima y la izquierda verduga,
sino que el sol mismo se había puesto a transgredir sus propias normas.
Se prende y se apaga, se prende y se apaga.
Ya titila como una lámpara descompuesta,
como los juegos de luces de las discotecas.
Los circuitos del planeta se excitan
con la alternancia, se recalientan.
Están por reventar en una eyaculación final.
-perdón ¿lo molesto?
-estamos trayendo el mensaje del Señor
a todas las almas que buscan salvación.
(De Caínabella.blogspot)
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