Masticador de
encías, viejo mascullante,
que sólo a
cucharadas digiere el puré,
si de noche,
limpita, no estuviera
la tercera dentadura
en el vaso de agua.
¡Escupido! ¡Escupe,
escupe!
No ha de quedar ni
una miga.
Fuera los mocos,
la diligencia del
que acumula.
Va con marea baja,
paso a paso,
hasta que la marea
alta borra
lo que como huella
queda y no identifica.
Quiere -sin alento
desde hace mucho-
con su ultimísimo
diente
no decir ya sí y sí
sino únicamente no,
nonó y no.
Esa cancioncilla,
conocida de siempre,
vive con pocas
estrofas.
Para quien la canta,
el desierto,
se convierte, sin
eco, en sala de ensayos.
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