viernes, 3 de mayo de 2024

Robert Graves (Inglaterra, 1895- España, 1985)

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El regalo peligroso
 
 

Antes de cortarme la mano
con el filo del cuchillo que tú me regalaste
(el cuchillo peligroso de tu belleza)
ya debía saber qué hacer:​​
vendar la herida yo mismo
y esconder la sangre de ti. ​​ 
 
Es un cuchillo asesino
como tantas veces me advertiste:
y si yo suplicara piedad​​
o entregara una nota engañosa ​​
al tratar de reparar el daño,​​
terminaría por enterrar el cuchillo en mi garganta.
/
 
 

Rara vez, pero ahora

 

La intensidad de un amor feroz como el nuestro
rara vez se encuentra.
Su presencia siempre​​
está libre de juramentos o de promesas.​​
Si no fuéramos así,
si fuéramos como pájaros de plumajes similares​​
enjaulados por la paz cotidiana,
¿podríamos conjurar nuestro incendio salvaje
en la tierra, como ahora lo hacemos? ​​
/
 
 

Licea

 

Todos los lobos del bosque
aúllan por Licea.
Aglomerados
en un círculo cerrado,​​
lenguas del viento.​​ 
 
Una serpiente de plata
enrollada a su cintura,
serpenteando en sus rodillas,
le peina finas trenzas
con un peine fino.​​ 
 
También es como un lobo, pero es mujer,
la miran de cerca,​​
y ella saluda a los lobos,​​
en especial a algunos
a los que muestra su orgullo. ​​ 
 
Los lobos jóvenes gruñen,
se muerden entre ellos,​​
bajo la luz de luna.​​
“¡Bestias, sean sensatas,
yo soy la belleza!”
 
Licea tiene un pie ligero
para dar pasos ondulantes.​​
Sus músculos de arquera
advierten con cuánta firmeza​​
puede tensar las​​ cuerdas.​​ 
 
Le pregunto a Licea,​​
a quien encontré recostada
bajo los pinos
en una madrugada:​​
¿Qué pueden aprender los lobos?​​ 
 
“Apenas aprenden envidia”,​​
contestó Licea.​​
“Envidia y esperanza,
esperanza y disgusto.​​
¿También tú aullarás
en ese círculo de lobos?”
 
Ella hablaba​​ mientras se reía.​​ 
 
 
/
 
 

Un último poema

 

Un último poema, otro más, y otro más que será el último,
¿cuándo dejaré de tomar la pluma​​
hasta que brote sangre de mis uñas,​​
me falte la respiración y tiemble de fiebre,
o bien me envuelva en el manto multicolor
de la Luna que brilla a través de su castillo de cristal?​​
Creo que nunca la escucharé hablar bajito:
Pero es verdad que yo solo escribo para ti
y para mí, solamente; eso, amor, es lo que he hecho.
/
 
 

Danza de palabras

 

Para hacerla danzar, enciende el relámpago
y no anticipes el ritmo. Confía en el azar
o en la llamada casualidad, para percibir las luces
una vez que el destello ilumine los primeros movimientos.​​ 
 
Atiende sus pasos y posturas tradicionales,
pero mírala danzar una vez y otra vez​​
hasta que sea un relámpago girando sobre sí misma:
la danza sencilla y el tema sencillo.
/
 
Versiones del poeta mexicano Carlos Ramírez Vuelvas.
 
 
(Fuente: Cecilia Pontorno)

 

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