lunes, 6 de mayo de 2024

Natalia Ginzburg (Italia, 1916 - 1991)

 

Natalia Ginzburg: non solo "Lessico Famigliare" - ilLibraio.it

 
NO PODEMOS SABERLO
 
 

No podemos saberlo. Nadie lo ha dicho.
Tal vez allí no quede otra cosa que una red desfondada,
cuatro sillas de paja desflecadas y una pantufla vieja
roída por ratones. Es posible que Dios sea un ratón
y que corra a esconderse en cuanto llegamos.
Y es posible que en cambio sea una vieja pantufla
roída y gastada. No podemos saberlo.
Tal vez Dios tenga miedo de nosotros y escape, y largamente
tendremos que llamarlo y llamarlo con los nombres más dulces
para persuadirlo de que vuelva. Desde un punto lejano
de la habitación nos mirará inmóvil.
Tal vez Dios sea pequeño como un grano de polvo
y sólo podamos verlo con el microscopio,
minúscula sombra azul bajo el cristal, minúscula
ala negra perdida en la noche del microscopio,
y nosotros allí de pie, mudos, en vilo.
Tal vez Dios sea grande como el mar, y arroje espuma, y truene.
Tal vez Dios sea frío como el viento en invierno,
tal vez ulule y retumbe como un rumor ensordecedor,
y debamos llevarnos las manos a los oídos,
agachados y temblando, pegados al suelo.
No podemos saber cómo es Dios. Y de todas las cosas
que quisiéramos saber, es la única verdaderamente esencial.
Tal vez Dios sea aburrido, aburrido como la lluvia,
y su paraíso un hastío mortal.
Tal vez Dios tenga gafas negras, un chal de seda,
dos zorros al final de la correa. Tal vez use chanclos
y esté sentado en un rincón y no pronuncie palabra.
Tal vez tenga el cabello teñido, una radio a transistores
y se broncee las piernas en el techo de un rascacielos.
No podemos saberlo. Nadie sabe nada.
Tal vez apenas llegados nos mande al espacio
a comprarle pan y salami y una botella de vino.
Tal vez Dios sea aburrido, aburrido como la lluvia,
y aquel paraíso suyo la consabida música,
un revolotear de velos, de plumas, de nubes,
un olor de lirios recién cortados, un hastío de muerte,
y cada tanto una media palabra para pasar el tiempo.
Tal vez Dios sea dos, una copia de esposos
abandonados al sopor en la mesa de una taberna.
Tal vez Dios no tenga tiempo. Dirá que nos vayamos
y volvamos más tarde. Iremos a pasear,
nos sentaremos en un banco a contar los trenes que pasan,
las hormigas, los pájaros, los barcos. Dios se asomará
a aquella ventana alta a contemplar la noche y las calles.
No podemos saberlo. Nadie lo sabe.
Puede darse incluso el caso de que Dios tenga hambre y nos toque saciarlo,
tal vez muera de hambre, y tenga frío, y tiemble de fiebre,
bajo una manta sucia, llena de chinches,
y debamos correr en busca de leche y de leña,
y llamar a un médico, y quién sabe si encontraremos
a tiempo un teléfono, y el listín telefónico, y el número
en la noche llena de gente, quién sabe si tendremos suficiente dinero.
 
 
(en revista “Paragone”, 1965. Trad. Eduardo Conde. En la foto, Natalia Ginzburg)

 

(Fuente: Raúl Orlando Artola)

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