Camino a la obra del country
La espesa niebla que nos cubre
está en su etapa
de acumulación primaria.
Todavía la chata avanza.
Pero desde temprano que a lo lejos se escucha
venir un rodar de acero. Abrimos
las ventanillas para tocar si llueve
y la brisa nos devuelve
los primeros efectos del terror: un caballo
en el medio del camino
asoma su mejilla hasta el hueco de mi mano;
si no estuviera en relación con el clima
que afuera se respira, diría que forja
la humanidad de la mañana.
Pero en su nuevo ropaje
por nuestra seguridad las viejas formas
de la intervención. La chata avanza
sobre las marcas blancas de la ruta.
Una, dos, tres. La niebla siempre
puede ser más espesa.
La estrella
Tengo en la mano
el ovillo
y en la punta
el regalo de papá.
Tengo miedo
de saber que no hay
nudo al final del hilo
y ganas
de ver en lo más alto
a mi estrella.
¿Y si se va?
Dejala que vuele
hijo.
Si se va,
se va.
No tuvo un mapa del tesoro
Para salir de su barrio.
Pero fue una buena piedra
para la onda y un día entró
en el pecho de un pájaro
y se fue de casa. Tuvo un corazón
de plumas que latía degollado
y tropezaba con muebles
ajenos cada noche. Los incrédulos
lo amaron. Les quedaba grande
aquel sentir. Ahora se posa
en alguna esquina a cantar
una que sabemos de memoria.
No es el pájaro. Es la piedra.
Y está cantando.
Capicúa
Todavía sueño que mi hermano
consigue un trabajo de colectivero.
Que tenemos una banda de blues
Que se llama «Última vuelta», «Mate pucho y gasoil»,
«Contra el cordón», o algo por el estilo.
Todavía lo veo levantarse
con unos anteojos muy oscuros
en lugar de ojos. Nadie se da cuenta.
Le digo que tenga cuidado,
que no va a ver nada y me dice
que no le preocupa ver. No de esa forma.
Y se va a la obra. Y una camisa celeste
historia brilla en su espalda
y saluda con ojos de faltar a la escuela.
Luciferina
Ahora que otra luz se apaga
recuerdo cuando Hécate
bajaba la luna hasta mi patio
y yo de un martillazo liberaba
mil bichos de luz a volar por el baldío.
Así pasé los primeros tres o cuatro
años de mi vida. Hasta que un verano
los encerré en un frasco
y los dejé junto a mi cama.
Esa noche me dormí vigilando
ese ya lento titilar.
Cuando desperté mamá preparaba
el desayuno pero aún no amanecía,
el sol ya había salido pero aún no amanecía.
Hécate me señaló
el lado oscuro de la luna
y los tres caminos de la encrucijada.
Sus seis ojos colgaban de la higuera.
Como estrellas entre las medias de mi viejo.
(Fuente: opcitpoesía)
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