César Mermet, Santa fe, Malabrigo, 11 de octubre 1923 - Bs As, 15 de junio 1978
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Gastar es delicia miserable, dolorosa y malignamente irreal
como un flotante orgasmo en el ajeno sueño.
En estas submarinas galerías del mito del fasto,
en estas exposiciones de modelos mentales,
alusivos brillos y señales preciosas,
yo podría comprar cualquier cosa hasta cualquier hora
mientras la luz permaneciera inmóvilmente fría
y el aire sin dolor ni memoria
ni olor a muerte ni a vida
y la música durara, funcionara,
suscitándome cielos viscerales, fosforescencia nerviosa,
pululación parásita en el vacío del espíritu.
Vagabundear, flotar, comprando,
responder dócilmente a los llamados,
entregarse culpable, oblicuamente
al poder suasorio de los objetos,
descansa de vivir, absuelve de vivir, desvive un rato.
En esta hora detenida en la plenitud cruel de la mercancía
yo no vivo, yo compro una pausa y un limbo a salvo de la vida,
yo entro gustoso a la mágica operación de la oferta,
a su liturgia abstraída, a su fijeza inexorable,
y a la proclividad de la demanda caigo
como a un vicio anodino, no de la carne sino del alma,
pecado de voluntad y de templanza.
Aquí estoy, gastando sin caridad ni amor
ni necesidad ni alegría
mi temperatura de mamífero viril, mi agresividad festiva,
consumiendo tiempo y sonido, amortiguada melopea,
música refrigerada, el sedante consuelo que segrega el aire
vibrando en los cromados como espacio suntuario,
iluminando de prestigio exacto y falso
lujosos fetiches incapaces de milagro,
la módica teofanía de los tiempos finales
exhibida y detallada en nichos deslumbrados.
Me place esta nueva droga, comprar, gastar, fácil sangría,
tobogán helado, deshielo lunar,
perder por los bolsillos mansos, por las manos laxas,
los muchos, los pesados días,
las canceladas fechas que integran la soldada.
Tras de haber repechado treinta
verdaderos ríspidos días
en contra de sí, de la sangre y de lo justo,
dejarse ir, caer desde la cumbre inútil
con sencillez suicida y aceptación justiciera,
entregándose al gasto, limpiándose del beneficio infame,
deslizándose a la compra por falta de horizonte,
por asfixia de futuro y desesperanza de la libertad.
Gastar, situarse expuesto
en el sitio de tránsito del trueque,
en la articulación del vaivén
entre objetos intocables y personas fantasmales;
repetir, renovar, reiterar un equívoco de la esperanza,
una apetencia ilusoria, un espejismo de las manos,
soñando, sin creerlo, en apresar el aura irreal,
la seducción satánica de la mercancía,
queriendo ansiosos ser
como la encantatoria apelación nos supone,
tal como nylon, metal, cristal, polyester,
nos presumen;
soñando la posesión imposible,
el misterio cálido y vivo de las viejas materias,
la hueca orfandad de madre de las nuevas,
nacidas de la cabeza del hombre
como cálculos precipitados al tiempo;
y el enigma real de la cosa cabal y desnuda
inocente de historia, anterior a marca y etiqueta.
Recorremos el laberinto amable
empobreciéndonos en el momento
en que nos anunciamos y nos confirmamos, comprando,
empequeñeciéndonos en el instante en que asumimos
gesto de crecimiento, de poder y dominio.
Con impudor cómplice y un sabor a impostura, sin embargo,
entramos al clan de los sonrientes dispendiosos,
desesperados abundosos, lujuriosos desdichados,
condenados al irónico sino de la indigencia de sí,
a la desposesión de sí, anónima y melancólica.
Aquí estamos los sonámbulos consumidores,
caminando sobre alfombras de goma,
recorriendo el juego abstracto del poder sin poderosos,
del dinero sin dueño, y del reino sin rey,
donde los amos obedecen y los servidores sobornan,
pero reina el Becerro, la maquinaria insomne,
y toda la mecánica acontece caída del Ser, a los bordes del Ser,
en la enajenada zona del valor violado.