martes, 3 de marzo de 2015

Un poema de Juan L. Ortiz

La orilla que se abisma  (1970)


Me has sorprendido, diciéndome, amigo,
que "mi poesía"
debe de parecerse al río que no terminaré nunca, nunca, de decir...
Oh, si ella
se pareciese a aquel casi pensamiento que accede
hasta latir
en un amanecer, se dijera, de abanico,
con el salmón del Ibicuy...:
sobre su muerte, así,
abriendo al remontarlo, o poco menos, las aletas del día...
Seguiría mejor eso que mide
su silencio, y de que, al fin de cuentas, parejamente, es hija...
Y acaso recién podría
comprometer a las nubes que le sueñan su extravío
entre dos cielos,
también...
y atender unas orillas
que quisiese, como él, llevar consigo,
sobre todo, esa melancolía
de espinillos
que, igualmente, se le retira
para asumirles lo que, como a los otros, hacia el filo
de la tarde, ni las sílabas
que los han inquirido, aladamente, deslíen...
Y habría de bautizar, a su semejanza, la sombra que llegase a esa su rima
de Jordán, en subida
desde la sal en que hubo, lunarmente, de morir,
para hacer así,
según lo hiciese con él, y en celeste
de amanecida...
para hacer, otra vez, la vida...
O quizás, por qué no? pudiera mirar con azahares, asimismo,
la angustia,
cuando, tras las guirnaldas de golondrinas,
que él abismase,
sólo la mirara, parecidamente,
el frío...
o envolverla, aún, como en una presencia cuya línea
resumiría las líneas...
para ver de que advirtiera, en la iluminación, la última o la prima
en un centelleo de cíngulo
de esa alba que, de adentro, y tal la soledad que, de súbito sería
al azar restituida,
pero evoca, providencialmente, de sí,
el cisne,
ella, la angustia del gris,
habría investido...
 

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