domingo, 27 de septiembre de 2015

Wallace Stevens

El poema que tomó el lugar de una montaña



Allí estaba, palabra por palabra,
El poema que tomó el lugar de una montaña.
Él respiraba ese oxígeno,
Aún cuando el libro yaciera boca abajo sobre la mesa polvorienta.
Eso le recordaba cuánto había necesitado
Un lugar al que ir, siguiendo su propia dirección,
Cómo había recompuesto los pinos,
Desplazado las rocas y elegido su camino entre las nubes,
Para alcanzar la perspectiva correcta,
Aquella que lo hiciera sentirse completo, en una culminación inexplicable:
La roca exacta donde su inexactitud
Pudiera descubrir, al menos, el panorama hacia el cual se aproximaba,
Donde poder echarse y, contemplando el mar,
Reconocer su hogar, único y solitario.


Versión: Isaías Garde


domingo, 20 de septiembre de 2015

William Butler Yeats



La mosca de patas largas

Esa civilización no va a naufragar
aunque haya perdido su gran batalla,
tranquilicen al perro, aten al pony
en un poste alejado; nuestro amo
César está en la tienda, con los mapas
desplegados, con sus ojos fijos en nada,
con una mano en su barbilla.
Como una mosca de patas largas en la corriente
su mente se mueve sobre el silencio.

Para que ardan las torres hasta la cima
y los hombres recuerden su rostro,
ve más despacio, si hay que moverse
en este solitario sitio, que ella piensa
-es tres partes niña; mujer, una-
que nadie mira; sus pies zapatean
pasos todos mezclados, de la calle.
Como una mosca de patas largas en la corriente
su mente se mueve sobre el silencio.

Para que las muchachas ya púberes
hallen a su primer Adán en su mente,
cierra la puerta de la capilla papal,
deja a esas niñas afuera, Miguel Ángel
está ahí reclinado en su andamio.
Haciendo el ruido que hace un ratón
sus manos van moviéndose aquí y allá.
Como una mosca de patas largas en la corriente
su mente se mueve sobre el silencio.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Joseph Brodsky (Rusia, 1940 - EEUU, 1996)




















 
 
NATURALEZA MUERTA
 
 
   Verra la morte e avra i tuoi occhi.
       C. Pavese
 
1
Las cosas y las personas
nos rodean. Ambas
desgarran nuestros ojos.
Más vale vivir en la oscuridad.
Sentado sobre un banco
en el parque, mirando
a las familias que pasan.
Harto de la luz.
Es enero. Invierno
según el calendario.
Cuando me canse de la oscuridad
empezaré a hablar.

2
Ya es hora. Comenzaré.
No importa qué diga. Abrir
la boca. Puedo callar.
Pero es mejor que hable.
¿Sobre qué? ¿Los días. Las noches.
La nada?
O mejor sobre las cosas.
Sobre las cosas y no
las personas. Morirán.
Todas. Yo también.
Es un trabajo inútil
como escribir en el viento.

3
Mi sangre es fría.
Su frío es más feroz
que el de un arroyo helado hasta el fondo.
La gente no es lo mío.
No me agrada su apariencia.
En sus rostros se aferra
ese indefinido aspecto
que no abandona.
Hay algo en sus rostros
opuesto a la mente.
Algo que alaba
no se sabe a quién.

4
Las cosas son más gratas. En
su exterior no existe ni el mal
ni el bien. Tampoco en su interior
si lo examinás detenidamente.
Dentro de los objetos hay polvo.
Cenizas. Un escarabajo que roe.
Paredes. Una polilla seca.
Incómodo para las manos.
Polvo. Cuando la luz se enciende
solo se ve el polvo.
Hasta si el objeto está
herméticamente cerrado.
5

El armario antiguo,
tanto por fuera como por dentro,
me recuerda
a Notre Dame de París.
En su interior todo es oscuro.
Ni el lampazo ni la estola del obispo
pueden quitar el polvo.
La cosa, por lo general,
no intenta superar el polvo,
no frunce el ceño.
El polvo es la carne
del tiempo; la carne y la sangre.

6
Últimamente
duermo de día.
Al parecer, la muerte
me pone a prueba
acercando, aunque respiro,
el espejo a mí boca,
para comprobar si soporto
mi propia ausencia.
No puedo moverme.
Las caderas parecen dos bloques de hielo.
El color azul de las venas
en el mármol de la piel.

7
Dejándonos asombrados
con la suma de sus ángulos,
la cosa se separa
del mundo de las palabras.
La cosa no está quieta. Y no
se mueve. Es nuestro el delirio.
La cosa es un espacio, fuera
del que no puede haber nada.
La cosa se puede arrojar, quemar,
romper, desechar.
Descartar. Y aun así
no gritará: ¡Mierda!

8
El árbol. La sombra. La Tierra
para las raíces del árbol.
Monogramas torcidos.
La arcilla. Una cadena de piedras.
Las raíces. Su trenzado.
La piedra lleva su propia carga
que la libera
del sistema de los lazos.
Es fija. No se puede
mover ni trasladar.
La sombra. Un hombre en la sombra,
como un pez en la red.

9
La cosa. El color castaño de la cosa.
Su contorno fue borrado.
El crepúsculo. Y nada más que
naturaleza muerta.
Vendrá la muerte y encontrará
un cuerpo cuya superficie lisa
le reflejará la llegada
de cualquier mujer.
Es absurdo, es mentira:
calavera, esqueleto, guadaña.
«Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos ».

10
La madre le dice a Cristo:
- ¿Sos mi hijo o mi
Dios? Estás clavado en la cruz.
¿Cómo podría irme a casa?
Cómo atravesar el umbral
sin saberlo, sin haberlo decidido:
¿Sos mi hijo o Dios?
Es decir, ¿estás vivo o muerto?
Cristo le contesta:
- Muerto o vivo,
da lo mismo, mujer,
hijo o Dios, soy tuyo.

1971

Un texto de J.G. Ballard


J. G. Ballard

Creo

" Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para soltar las riendas de la verdad dentro de nosotros, para demorar la noche, para trascender la muerte, para congraciarnos con los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.
Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de los choques de autos, en la paz de los bosques sumergidos, en la excitación de las playas de vacaciones cuando están desiertas, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de muchos pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.
Creo en el vuelo, en la belleza de las alas y en la belleza de todo lo que ha volado siempre, en la piedra arrojada por un chico con la misma sabiduría de los estadistas y de las parteras.
Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro y en las infinitas posibilidades del presente.
Creo en los próximos cinco minutos.
Creo en la historia de mis pies.
Creo en los dolores de cabeza, en el aburrimiento de los atardeceres, en el miedo de los calendarios, en la traición de los relojes.
Creo en la muerte del mañana, en la fatiga del tiempo, en nuestra búsqueda de un tiempo nuevo dentro de la sonrisa de las azafatas en los ómnibus de larga distancia y dentro de los ojos cansados de los hombres que controlan el tránsito en los aeropuertos fuera de temporada.
Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en el propósito asesino de la lógica.
Creo en las adolescentes , en como se corrompen a sí mismas por la posición que adoptan sus largas piernas, en la pureza de sus cuerpos desarreglados, en los vellos púbicos que dejan en los baños de los telos mas infames.
Creo en la delicadeza de los bisturíes quirúrgicos ,en la ilimitada geometría de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la charlatanería de los planetas, en la repetitividad de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y en el aburrimiento del átomo.
Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.
Creo en todas las excusas
Creo en todas las razones
Creo en todas las alucinaciones
Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones
Creo en el misterio y en la melancolía de una mano, en la gentileza de los árboles, en la sabiduría de la luz.
"

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Poema de Jack Kerouac.


"Expulsa los
demonios y sé puro,
no añadas frases a la
frase terminada. No traces
horizontes más allá y
debajo del auténtico
horizonte. Desgrana en tu
cerebro el hueso de balido
de oveja; no falsifiques
los cloqueos en tu
cerebro babeante, parto
del ingenio y Criatura del
Sudor y la Locura. éste
es tu cuerpo definitivo, tu vergüenza
definitiva, última vanidad,
mayor indulgencia,
mayor crianza
y gran ayuda para el Hombre,
buena literatura".


Jack Kerouac.