El regalo peligroso
El regalo peligroso
Antes de cortarme la mano
con el filo del cuchillo que tú me regalaste
(el cuchillo peligroso de tu belleza)
ya debía saber qué hacer:
vendar la herida yo mismo
y esconder la sangre de ti.
Es un cuchillo asesino
como tantas veces me advertiste:
y si yo suplicara piedad
o entregara una nota engañosa
al tratar de reparar el daño,
terminaría por enterrar el cuchillo en mi garganta.
/
Rara vez, pero ahora
La intensidad de un amor feroz como el nuestro
rara vez se encuentra.
Su presencia siempre
está libre de juramentos o de promesas.
Si no fuéramos así,
si fuéramos como pájaros de plumajes similares
enjaulados por la paz cotidiana,
¿podríamos conjurar nuestro incendio salvaje
en la tierra, como ahora lo hacemos?
/
Licea
Todos los lobos del bosque
aúllan por Licea.
Aglomerados
en un círculo cerrado,
lenguas del viento.
Una serpiente de plata
enrollada a su cintura,
serpenteando en sus rodillas,
le peina finas trenzas
con un peine fino.
También es como un lobo, pero es mujer,
la miran de cerca,
y ella saluda a los lobos,
en especial a algunos
a los que muestra su orgullo.
Los lobos jóvenes gruñen,
se muerden entre ellos,
bajo la luz de luna.
“¡Bestias, sean sensatas,
yo soy la belleza!”
Licea tiene un pie ligero
para dar pasos ondulantes.
Sus músculos de arquera
advierten con cuánta firmeza
puede tensar las cuerdas.
Le pregunto a Licea,
a quien encontré recostada
bajo los pinos
en una madrugada:
¿Qué pueden aprender los lobos?
“Apenas aprenden envidia”,
contestó Licea.
“Envidia y esperanza,
esperanza y disgusto.
¿También tú aullarás
en ese círculo de lobos?”
Ella hablaba mientras se reía.
/
Un último poema
Un último poema, otro más, y otro más que será el último,
¿cuándo dejaré de tomar la pluma
hasta que brote sangre de mis uñas,
me falte la respiración y tiemble de fiebre,
o bien me envuelva en el manto multicolor
de la Luna que brilla a través de su castillo de cristal?
Creo que nunca la escucharé hablar bajito:
Pero es verdad que yo solo escribo para ti
y para mí, solamente; eso, amor, es lo que he hecho.
/
Danza de palabras
Para hacerla danzar, enciende el relámpago
y no anticipes el ritmo. Confía en el azar
o en la llamada casualidad, para percibir las luces
una vez que el destello ilumine los primeros movimientos.
Atiende sus pasos y posturas tradicionales,
pero mírala danzar una vez y otra vez
hasta que sea un relámpago girando sobre sí misma:
la danza sencilla y el tema sencillo.
/
Versiones del poeta mexicano Carlos Ramírez Vuelvas.
(Fuente: Cecilia Pontorno)
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