Morfina para los muertos
Morfina para los muertos
El pasillo oscuro con tres ventanas semiabiertas
por donde entra la poquísima luz a esta hora de la mañana
descascaradas color blanco viejo.
Son treinta y siete pasos, medidos con precisión
t r e i n t a y s i e t e
caminados o en silla de ruedas
durante los cuatro meses que duró la internación.
Todos los días soñaba algo distinto, pero había
un sueño recurrente,
un gesto de compasión por la enfermedad alucinatoria.
Entraba por la puerta grande del edificio de la calle Ameghino al 700
con un portafolio y una bolsa llena de caramelos que repartía
entre los internos.
Después, en la vigilia, nada nuevo: los pasos, los gritos, los rezos,
las babas, los cigarros, las tetas,
el desierto, el infierno, el milagro en una pastilla, silencio,
el saber, olor a orina, las ausencias, papeles del juzgado,
los grilletes.
Aquí no hay feriados.
Hay una palabra que me es imposible en todo sentido:
estructural
Aquí
los días se desbocan
como tallos enloquecidos de enredadera.
He visto al tiempo morir,
he llorado al lado de Dios
lamiendo mis heridas después
de echarles agua bendita.
El umbral está hecho de labios gruesos y
aunque sé esto,
lo que necesita el mundo es morfina para los muertos.
/
El Andamio Ediciones, 2024.
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