pórtico
¿Será hacia esta luz?, vivir es ver volver, entonces el regreso,
regresar para vivir,
retornar con la pupila de otros días a la mirada de hoy,
como regresan las plantas a la luz, como retorna la hoja a la raíz, como llega la semilla al fruto de su íntima voluntad.
Todos se han ido y sólo queda regresar.
No es el baile de la memoria, no son los pasos del recuerdo, no es la sombra de lo que ya no está,
es la luz en la que sólo acontece el regreso.
Te veo volver.
Sabes
que todos se han ido y la mano pequeña se quedó en la grieta del muro
cuando guardaba la caja de las últimas cosas: la crisálida de la
libélula, la cicatriz de nieve, la carta que no enviaste, la llave de
niebla, la colección de sellos para las amantes del padre, el hilo que
guardaba tu madre para el laberinto, las uñas del gato muerto, el disco
que siempre suena, mateo, mateo, por qué no me supiste esperar,
la fotografía de la silla donde te sientas a mirar el mundo, un helecho
de cristal, la espiga de oro y el pico del mirlo y la sombra invisible
de la alondra (pétalos secos para el amor, nido de levadura).
Palabras,
un cuaderno para cada palabra,
y la luz azul del pentagrama, je reviens, je reviens
y el ángel que te esperaba cada mañana en el autobús del colegio y que sólo ahora puedes ver.
Todos se han ido y sólo queda regresar,
centinela en la penumbra de la piel, regreso mudo de luz y hierbaroma que atraviesa la infancia y su cicatriz.
Queda
en la grieta del muro el pequeño ataúd para tu mano, las últimas cosas
en un calidoscopio incesante que gira despacio en la penumbra de los
días, humo y sombra en su laberinto de espejos, pequeños insectos,
últimos gestos de la vida allí, fragmentos de rastros, cuadernos para la
caligrafía del tiempo.
Fotografía de Salvatore Marrazzo
Potlatch - Casa della Poesia
(Fuente: La comparecencia infinita)
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