sábado, 14 de septiembre de 2024

Víctor Velázquez (Cuba, 1980)

 

Me encanta la basura de este gran país. Así de fácil, se encuentran genuinos tesoros hurgando entre los desperdicios: una bicicleta para Diego, unas sillas plásticas, un seno de silicona para mi madre, un bisoñé rizado, dos cajas de dientes, una almohada de Picachú.
Contrario a lo que nos enseñaron, los yumas son la mar de simpáticos, expectoran un jelóu cuando pasan por tu lado paseando sus perrillos de laboratorio. Los perrillos olfatean aquí y allá, luego se envalentonan y pujan un mojoncito estreñido que es recogido con devoción en una bolsa de plástico. Algunos yumas son afrodescendientes, de esos afrodescendientes domésticos, corteses y bien nutridos que todos quisiéramos tener por vecinos.
 
Sin papeles para trabajar no hay mucho que hacer. Andamos en la tarde como arañas fumigadas por espacio de una hora escasa mirando las ardillas, el cormorán con las alas desplegadas sobre el señuelo del lago, los patos, las bellotas que el aire tibio ramonea entre las colocaciones movedizas de los árboles. Las imágenes son como piezas sueltas que van armando el rompecabezas de la tarde, variaciones mínimas, sobras de atardeceres iguales que redactan los días involuntarios del inmigrante. No hay mucho que hacer, digo, salvo este caminar vigilante gozando la sustancia compartida y letárgica del tiempo bueno.
 
-Por las noches te sueño, oscuridad. En tu miseria todavía hay jardines.
La oscuridad es mi tradición. La sueño y ella me sueña, superponiéndonos. Sobre las tres me despierto jadeando, he soñado una cárcel. Pienso en los otros insomnes, mis hermanos desafortunados y lúcidos, y me digo que todo está bien, que todo es psicológico y ya lo peor quedó atrás. Ahora sólo falta enfocarnos en ser productivos y evitar la diabetes y la obesidad, las dos lujosas formas del cáncer de la abundancia. 
 
 

La tarde:

I
Por la tarde infantil
que ha llorado humanas lágrimas,
perdido
entre póstumos amores
y la medicinal siesta del ágora
 
el sol ha dado su otra mejilla
al calvario gris del horizonte. 
 
II
Periódicamente
también el sol ha muerto
podría decirse.
 
Lo vimos irse
desde los andenes derrengados
donde dura un resplandor
como una ausencia,
del mismo modo en que después
con una brasa
desesperada y última
se vaciará de todo ruido
nuestro nombre.
 
 
Puede ser una imagen de carretera, crepúsculo y niebla

 

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