UN FRAGMENTO DE LEVITACIÓN Y TRANCE
El trance es la única oportunidad para comprender el holograma.
Breve antología del trance
El trance es un camino de insubordinación. El rechazo a las coordenadas espacio-temporales es el primer paso. No sirven de nada una vez que la cueva neurológica se despliega sonámbula en tu cabeza. Velázquez puso a levitar a sus meninas. Monet pintó nenúfares en lo más hondo de este valle de lágrimas para vengarse de dios. Alejandra Pizarnik intensificó las represalias transcribiendo las grabaciones íntimas de un ángel-hembra atravesada por la menstruación. Emily Dickinson se vistió de blanco y no volvió a traspasar el umbral de su casa para demostrar empíricamente las dimensiones mediocres del infierno. A Agapito Marazuela le hablaron del átomo en la cárcel de Burgos, esa noche tocó la dulzaina para los presos políticos como si se fuese a morir al amanece. Joe Heaney cantaba en gaélico con los ojos cerrados la canción de los ausentes y se agarraba a la mano de alguien para no dejarse arrastrar hacia la deriva. Béla Tarr filmó un eclipse de carne y hueso dentro del bar más sórdido del hemisferio norte y para mi fue dios durante once minutos; János Valuska, fue su profeta, el hijo que renegó de la corona de espinas y de la cruz, y se enamoró de la cosmología. Hilma Af Klint pintaba en un trance luminoso la sombra policromada de extraterrestres, ella fue la primera (a pesar de ellos) en meter la cabeza en el balde turbio de la abstracción. Nick Cave llamó a Warren Ellis en mitad de la noche para decirle que lo más coherente después de haber compuesto “Hollywood” era quedarse callados para siempre. Y a Hatizde Muratova no la conoce nadie. Ella acompañaba a sus abejas en el trance que terminaba desdoblándose en parto y en miel. La txalaparta alguna vez será la voz en off de este viaje.
La hemorragia nasal es uno de los primeros síntomas al desatarse el trance. Un íntimo estado alterado de la conciencia. Y de la herida mana a borbotones la piel muerta de los silogismos. Al principio de todo en la cueva cuando el chamán sangraba por la nariz era porque veía a dios escondiéndose en la contradicción de su propio vacío.
Me daba instrucciones a mí mismo cuando regresaba a la llanura. Y llenaba de círculos el cuaderno y dentro dibujaba el esqueleto delgadísimo del poema. Donde acababan las costillas había dos protuberancias negras que eran presagio de una alas. Entre el convencimiento y la duda hay un lugar intermedio sin cartografiar. Un espacio salvaje donde enterrar los dogmas. Para adentrarme en la verdad dolorosa del holograma es necesario el trance de esas alas negras. En lo profundo está “el orden implicado”, esa totalidad pervive bajo un manto de estrellas polvorientas que ponen a girar los muertos, una y otra vez, cuando ellas olvidan la trayectoria de su órbita subterránea. Necesito de la sinceridad tosca, sin rodeos, del socavón. No voy a poner en cuestión la volatilidad del poema (me digo erizado) porque sin esa ruptura jamás arderá.
El trance me sirve para atravesar con los dedos la porosidad de todos los umbrales y así llegar a la circunferencia. Ellos dicen “Curva plana y cerrada cuyos puntos son equidistantes de otro situado en su interior, llamado centro”. Yo la llamo “hogar”, el complemento circunstancial del trance.
Roberto R. Antúnez
Levitación y trance
Editorial Páramo
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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