LOS LIBROS DE JACOB
1
1752, ROHATYN
Finales de octubre, primera hora de la mañana. El cura decano,
plantado en el zaguán de la casa parroquial, espera el carruaje. Está
acostumbrado a levantarse al amanecer, pero hoy se siente medio
dormido y no recuerda cómo ha llegado hasta aquí: solo ante un
mar de niebla. No recuerda ni cómo se ha levantado, ni cómo se ha
vestido, ni si ha desayunado. Sorprendido, mira los sólidos zapatos
que le asoman por debajo de la sotana, los raídos faldones de su
gastado abrigo de lana y los guantes que sostiene en la mano.
Introduce la izquierda; el interior resulta cálido y se ajusta
perfectamente, como si mano y guante se conocieran desde hace
años. Respira aliviado. Toca el zurrón que lleva al hombro, palpa
mecánicamente los bordes rectangulares, duros, abultados como
cicatrices bajo la piel, y poco a poco va recordando lo que hay en el
interior: una forma pesada, familiar, agradable. Algo bueno, algo que
lo ha traído hasta aquí, unas palabras, unos signos: todo esto tiene
una profunda relación con su vida. Ah, sí, ya sabe lo que hay dentro,
y esa certeza hace que su cuerpo comience a entrar en calor y que
la niebla parezca ganar transparencia. A su espalda, la oscura
abertura de una puerta, cerrada una hoja; ya debe de haber llegado
el frío y tal vez incluso la pequeña helada haya echado a perder las
ciruelas del huerto. Sobre la puerta una inscripción desdibujada: la
ve sin mirar, porque sabe lo que allí está escrito; al fin y al cabo, fue
él quien la encargó; dos artesanos de Podhajce se pasaron una
semana tallando las letras en madera, ya que él las quería
ornamentadas:
LO QUE HOY HA SIDO MAÑANA NO SERÁ LO QUE HA HUIDO YA
NO SE ENCOИTRARÁ
(...)
(Fuente: Ricardo Rojas Ayrala)
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