EL OCIO CLANDESTINO DE LOS MILMILLONARIOS
EL OCIO CLANDESTINO DE LOS MILMILLONARIOS
No estoy exagerando, tenedlo por seguro,
estas cosas suceden cada día:
aquellos inhumanos que llegaron
terminan por hastiarse de poseerlo todo
con un chascar de dedos,
y acaban sucumbiendo a los placeres
del ocio clandestino.
El catálogo es amplio y circunscrito
para milmillonarios.
Muchos de ellos,
los que se han contagiado del virus legendario
que suele transmitir
la soledad nacida en el poder,
sólo quieren remedos de amor puro,
contratan a brillantes ingenieros
y encargan prototipos de androides fraternales.
Otros muchos,
aquellos que ya dieron siete veces
la vuelta a las maravillas
del mundo,
fletan naves pintadas de oro puro
para mirar la Tierra desde arriba
como una posesión
ocre y azul.
Y luego están los otros,
psicópatas inmunes a la ley del espanto,
pergeñando sus circos de perversiones exclusivas,
que acaban siempre haciendo malabares
con vísceras calientes encargadas
a la creme de la creme de los sicarios
e incluso participan en barbacoas íntimas
donde se sacrifican y degustan
tiernos animalitos en vías de extinción.
Pero lo que se lleva últimamente,
el ocio preferido de este selecto grupo
de pudientes hastiados,
es hacer el viaje de ida y vuelta
por el túnel de luz.
Disponen, para ello, de imponentes
quirófanos de lujo
y un equipo de médicos expertos
en personalizarles
la excéntrica excursión.
Podrán volar por dentro de sí mismos,
ingrávidos, eufóricos y ácronos;
contemplar los pasajes
más significativos de sus vidas,
siempre libres (según las condiciones
del contrato) de surcar las penumbras
del dolor que causaron
en las vidas ajenas.
Muy al fondo del túnel
vislumbrarán la luz como un diamante,
una estrella rotunda que se irá haciendo grande
poco a poco
hasta llegar por fin a la salida,
a ese inmenso diamante de la nada absoluta.
Será el momento justo
de dar la media vuelta
y emprender el viaje de regreso.
Este ocio de moda, sin embargo,
tiene un inconveniente que a nosotros,
los humanos comunes,
se nos puede antojar de justicia poética:
esa luz de la nada,
ese diamante,
embruja para siempre a quien lo mira
de modo que el cliente siempre vuelve
y acaba por pagar infinitas fortunas
para que la excursión
sea solo de ida.
Ilustración Freepik
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