Una fotografía
Te muestra en una habitación en Londres; libros, un cuadro, tu sonrisa, una corbata de seda, traje. Y más. Es tan vos, y yo la veo todos los días (acá, en mi escritorio), aunque a vos no. El viernes pasado fue estupendo. Salimos, volvimos, nos volvimos locos. Vos te quedaste dormido. Yo también. Te despertó el perro y te vestiste y lo sacaste a pasear. Cuando te fuiste, yo dormía. Cuando me desperté llegué con lo justo al tren a una cena en el campo y a hablar sobre el éxtasis. Que yo creo que viene en dos variantes: la que ya conocés, “Ahora me siento en éxtasis”, como el extraño grito que solté el viernes pasado a la noche. Y un segundo tipo, que sólo se reconoce en retrospectiva: “Esa alegría que sentí, sin reparar en ella, cuando tenía los pies de él sobre mis piernas, o cuando al mirar para abajo, vi que se le habían cerrado los ojos achinados, eso también fue éxtasis. Y no siempre tiene que haber un bajón después”. ¿Creo en la perfectibilidad del hombre? Extrañamente (conozco lo bastante la desdicha), sí. En serio. Yo creo de verdad que las futuras generaciones van a poder vivir sin los momentos de angustia y miedo que conocimos entre nuestros accesos y paseos extasiados. La bola, tras el golpe, encuentra la buchaca. Vos sonreís algunos años atrás en Londres, yo he conocido el éxtasis y la calma: ¿vos no? Tratemos de entender, mi hermoso amigo que tenés torcida la nariz.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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