LA CATÁSTROFE VA DE LA MANO DE LA PIEDAD
Señor, confieso que deseo la claridad de la catástrofe, pero no la catástrofe.
Quiero una excusa para cambiar mi vida.
El día que A. murió, el sol brillaba más que cualquier sol.
Contesté el teléfono, y se abrió un canal
entre mi tonta cabecita y el cielo, o lo que quedaba de él. El vacío
me devolvió la mirada; y yo hice sonido tras sonido con mi garganta húmeda de sangre.
Oh innombrable —Oh tierno y divino innombrable, entonces te conocí:
te alineás al núcleo calamitoso del planeta; vos instante instante instante;
vos abismo íntimo al que con toda razón llamé hermano.
Cuando Lo Malo ocurrió, vi cada filo.
Y cada año descubro lo que nos hicieron, cambio otra vez de piel.
Me acerco más al descubierto, verdadero norte. Señor,
si digo, Bendita el agua fresca que arrojas a mi cara,
¿acaso eso me hace una fiesta de disfraces? ¿Peco de comodina
si te pido que no mates a mis amigos —si te ruego que me claves el talón
en la garganta —por favor, no tanto para arruinarme,
apenas nomás —lo suficiente para entrever tu cara—
(Fuente: Daniel Freidemberg)
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