jueves, 2 de mayo de 2024

Laura Riding Jackson (Nueva York, 1901- 1991)

 

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El mundo y yo

 

Esto no es exactamente lo que quiero decir
excepto que el sol es el sol.
¿Pero cómo acercarse al significado
si el sol brilla en forma aproximada?
¡Qué mundo dificultoso!
¡Qué impedimentos hostiles al sentido!
Tal vez este sea el significado más cercano
que pueda alcanzar mi conocimiento.
De otro modo, pienso que el mundo y yo
debemos vivir juntos como extraños y morir—
Un amor agrio, ambos dudando
si alguna vez hubo algo que amar en el otro.
No, mejor para los dos es estar casi seguros
el uno del otro— exactamente donde
exactamente yo y exactamente el mundo
fracasan en encontrarse por un momento y una palabra.
/
 
 
 
Encarnaciones
No negar,
no negar, cosa sale de cosa.
No negar en la vanidad nueva
el viejo polvo original.
 
Desde qué tumba, de qué pasado de carne y hueso
soñando, soñando sigo
bajo la afortunada maldición,
embrujada, viva, olvidando la primera materia. . .
La muerte no da un momento en que recordar.
 
A no ser que, como la muy transmutada piedra de una estatua,
yo, grano a grano recuerde el polvo original
y, mirando desde el último escalón de la memoria, repita:
Esto nunca fue yo.
 
 
/
Los problemas de un libro
El problema de un libro es ser, primero,
pensamientos de nada para nadie,
luego reposar sin ser escrito
el tiempo que estará sin ser leído,
después erigir, palabra por palabra, un autor
y ocupar su cabeza
hasta que la cabeza declare desalojo
y haga publicidad total
de estar vaciándose.
 
El problema de un libro es, segundo,
mantenerse alerta y listo
y atento como un posadero,
deseando y no deseando un huésped,
entre la esperanza del desvelo
y la esperanza del descanso.
Inseguras las páginas dormitan
y de un pestañazo se abren a los dedos
con sonrisa de casero, después se cierran.
 
El problema de un libro es, tercero,
decir su sermón y esquivar la vista,
provocar conmoción en el margen,
donde la lengua topa con el ojo,
sin presumir de experiencia en pánico,
ni de complicidad en la protesta.
La odisea de un libro es no dar señas
de odisea, ser chato e ignorante
del sentido estricto de lo impreso.
 
El problema de un libro es, mayormente,
ser nada más que libro por afuera;
vestir tapas como ceñidores,
sepultarse en la muerte de los libros
sin dejar de sentirse todo libro;
respirar palabras vivas, mas con el resuello
de las letras; hablarle a lo vivaz
en los ojos lectores, y ser respondido
en letras, en lo libresco.
 
 
Poeta, crítica, novelista, ensayista y cuentista americana.
Perteneció a Los Fugitivos, un grupo de filósofos y poetas que proponían el regreso a la vida rural, y del que formaron parte Allen Tate y Robert Penn Warren. De 1926 a 1939 vivió en Inglaterra, fue colaboradora y amante de Robert Graves, con quien publicó A Survey of Modernist Poetry. A mediados de los años 30 dejó de escribir poesía por considerarla “inadecuada”. En 1941 contrajo matrimonio con Schuyler Brinckerhoff Jackson, el editor de Time Magazine. Trabajó, en colaboración con su esposo, en un Dictionary of Related Meanings, publicado póstumamente. Residió en Wabasso, Florida, desde 1943 hasta su muerte, en 1991. Allí construyó una casa y se dedicó al cultivo de los cítricos.
"En constante contradicción consigo misma, entiende que un límite esconde otro límite, que lo poético es infinitud, un territorio sin bordes ni dimensiones. Laura Riding es una Alicia en el país de las maravillas: todo es relativo y finalmente, matemático en su poética. Su tema es la geometría de esa revolución. Riding es la descubridora de una nueva exactitud.
La poesía de Laura Riding solo puede existir en la semioscuridad. Escapada de las normas, las convenciones poéticas y naturales, los precondicionamientos morales, la propia feminidad y, eventualmente, la poesía y el mundo.
La acusaron de bruja, pero ese destino no se cumplió hasta que fue a vivir a una cabaña en el infierno calcáreo de la Florida central. Allí la Diosa Blanca, la druida, la judía errante que había hablado en una lengua cifrada, la sin acólitos, se expresó en el silencio, en manifiestos ocasionales llenos de reproches, incriminaciones y anatemas, de correcciones y notas al pie de sí misma, un silencio atronador que duraría más de medio siglo, empeñada en la elaboración de una sopa de piedra, un tratado impotable, un adefesio que debió haber sido su Gran Obra. Esa espera es un lenguaje equiparable al de la poesía escrita.
El encanto que ejerció su poesía en Allen Tate, Penn Warren y Robert Graves debió estar sustentado en algo tangible, y, sin embargo, parece basada en absolutamente nada. La duda queda esbozada a cada giro del poema: en los tropiezos aparece la belleza, como una piedra. Si Virginia Woolf llena de guijarros los bolsillos de su casaca y se mete en el río, Laura concibe un proceso más arduo: las piedras son colocadas en el camino, al paso de la poeta, ella es su propio traspié. Las piedras de las palabras serán catalogadas, seleccionadas y organizadas, cuando ya no digan nada, en un Gran Diccionario como un ladrillo, sopa de guijarros.
Su oscuridad se debe a que ella es una poeta del futuro. Las condiciones que predice son las de un mundo que ha encontrado la energía en la contradicción, en la coincidencia de opuestos, un mundo atascado más allá del bien y del mal, que es el territorio donde Laura Riding sitúa lo poético. Laura confía, a pesar de su pesimismo, en un mundo donde la poesía triunfa, lo cual no ha de ser, ni para ella ni para nadie, una buena nueva" (Néstor Díaz de Villegas, Cuba, 1956. Poeta, editor y ensayista).
 
 
(Fuente: Cecilia Pontorno)
 


 

 

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