martes, 21 de mayo de 2024

David Huerta (Ciudad de México, 1949-2022)

 

dos poemas











 

Aguas iluminadas




1

El espíritu de las aguas iluminadas
brilla ante la raspadura de la muerte.

2

Detrás de aguas inundadas
por el esplendor de los dioses,
anillos de humo cruzan
delgadas vasijas
repletas de savia.

3

En la delgada noche los antílopes
huelen fantasmas luminosos, vacíos:
el holograma erizado en la encrucijada,
la silueta evanescente de Faustine
que surge de la novela de Bioy,
el claroscuro
de la mala conciencia: un niño calvo,
el estupor alucinatorio
de la deriva alcohólica: dieciocho niños calvos,
la navaja que nunca
llegó al pecho
de la furia vengativa
y es ahora una obsesión
de malas noches,
de madrugadas lentas.

4

El amor cruza
relampagueando
la memoria
de la isla.
Faustine se despierta
en los brazos
del náufrago.
El mar brilla
bajo el amanecer unánime.

5

Las aguas iluminadas sueltan el fuego del espíritu.


Cruce



Una mujer cruza de un punto a otro esta habitación.
La nieve de sus manos y el lirio de sus ojos
forman un arco sobre su paso.
Un pie adelante, luego el otro. Caminar
sobre la arena del tiempo o sobre
la arena de la playa o sobre el mármol
de una mansión junto al lago verde o azul. Caminar
así, como esta mujer de un ejemplaridad misteriosa:
como si en el mundo no pudiera hallarse
una actividad de mayor eficacia y densidad
metafísica. Un paso en el tiempo y en el espacio,
como cualquier otro paso –pero aquí, en este acto
de una diafanidad incomparable, con una agonía
de cumplimiento último, de voluntad fatal,
de una belleza hecha de serenidad y recogimiento.
Pasa la mujer de aquí a allá: es su propio fantasma.
Labios en el aire, cejas en la intimidad
de un recuerdo que va formándose. La mujer
habita esta estancia y otros espacios, simultáneamente.
 
El frío la cruza de parte a parte. Va enfriándose
a cada paso: es como si muriera, como si
su vestidura fuese una túnica de quietas llamas.

***

(Fuente: La comparecencia infinita)

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