He soñado mil veces
He soñado mil veces
con un salto en el tiempo.
He visto extraños desfiles
sobre pasarelas de cristal
en espirales ascendentes.
He tenido sueños concéntricos
(despertaba
y el sueño seguía allí).
Sueños prehistóricos
en busca de algún fuego.
Sueños medievales
tras un cáliz mitológico.
Sueños con enormes Palacios de Justicia,
entre pasillos selváticos.
También hubo casas desconocidas
en un conocido sur
(y un lago encrespado
y un altillo con libros en desorden).
Y un extraño recital poético
en una suerte de burdel
a cielo abierto.
Y presencias queridas
amor y vino
parpadeos galácticos
cuchillos maquillajes
susurros profecías reflejos
sed sexo caravanas
amenazas intangibles.
Y, claro, esa caída sin fin
(tan propia de los sueños)
que precede al momento
en que los ojos se abren al abismo.
Recuerdo
Cuando a esta tierra
llegaron pioneros.
Bravíos, lúgubre su gesto
seguidos por impasibles teutonas.
Ellas labraban
delicadas tramas:
macramé y estaño.
Aliñaban extrañas ensaladas
de frutos indianos
y someros pasteles alcanforados.
Ellos ordeñaban bóvidos variados.
Araban hasta que el sol carmesí
abandonaba el gran oriente.
Los niños lentamente silabeaban
balbuceantes palabras
de su lengua reciente.
Jugaban desnudos,
sin tocarse,
complicados juegos cisalpinos.
Y al caer la noche
bajo el implacable resplandor
de un satélite amarillento
rezaban (en torno a la mesa
atestada de legumbres, licores florales
y mariposas negras)
un perimido breviario anabaptista.
Luego la tarea más dura era del sueño
(también del mío).
Aunque el de ellos, justo es decirlo,
era mucho más pecaminoso.
Cuidado
no te muevas
están llegando.
Con su ropaje de tinieblas
su silencio pre-tormenta.
Pura pólvora.
Sólo sangre.
No abras las ventanas
las sombras se agitan
los árboles delatan.
No te muevas.
No tiembles.
Miedo –muerte.
Vasta vida.
Melodrama
"Una mujer de blanco rocío
tendida sobre un manto marroquí
con perlas desmembradas en sus ojos
epigrama irresuelto
poesía del aire"
Corren parejos en sus sienes
el decoro victoriano
la desdicha
el desparpajo.
Deja sus huellas marcadas
en todo sillón carmesí
en invencibles campos
con su boca de primaveras larvales.
Muchos miedos enarcaron sus cejas
mucha derrota definitiva
para tan pocos años.
Debe alimentar a un hijo inexistente
debe beber a horcajadas cada gota
debe irradiarse
(hiedra o virus)
a cada cuerpo próximo.
Debe molestar a los dioses insomnes
con sus ayes, sus relatos, sus comedias.
Debe mudarse cada hora
a una casa más lejana.
Lewis Carrol
Su ojo acechaba en las corolas,
en los peldaños que el rocío
barnizaba. Su oquedad, su virtual
transparencia, empañaba
con aromas residuales la estación
de las lluvias. Adormidera.
¡Ah! y en esa mansión serena,
azulejada, trepaban por los rincones
las arañas de sus manos.
Alquimia sacramental, de un rincón
a otro deambulaban los conserjes
cómplices catando los refrescos
ambarinos. Y los ángeles de yeso
en los ángulos internos dejaban caer
sus suspiros inaudibles.
En ese deleite impávido dormía
el predicador, el matemático.
Hasta que pasaron patinando
por el parque sus pasados.
Entonces, aquella niña imperturbable
saltó a la eternidad. Un parpadeo.
Busco, siempre, la tibieza,
La esperanza.
No de fortunas
no de glorias marchitas.
La tibieza del pan recién horneado.
La esperanza de una golondrina
terminando agosto
Es la hora en que los pájaros
buscan otro cielo, en las antípodas.
No hay música en el aire.
Domina la atmósfera un silencio tenue.
La carga eléctrica de las nubes
parece encontrar polos de atracción
aquí en la Tierra.
Y vos mirás sin ver
sin ver
como de costumbre
hacia algún punto fijo
de la ventana abierta.
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