Aquello
que estudia
la luz: la Óptica,
ramificada
y yacente,
de almendras acerbas
y campanudos anillos
sin destino,
fechas
o chimeneas,
me recuerda
el sentido torturador
de la disciplina,
como también suelen llamar
los diccionarólogos
a un orden que explique
y sostenga su tren irritante
conforme idea o tumba,
era ni más ni menos
que un rebenque caprichoso,
ese castigo que no tañía laúdes
y sí sangraba huesos
como una baba incontenible.
Algo asi
ruge,
si se quiere pavonear autónomo
o dios cruel
que danza entre fogatas
y hurtados cuerpos,
pero
para la contrahecha chispa
que supone
el paranoico lenguaje
de la poesía
la luz
es y no es.
O es codivisible,
tangente o secante,
tambor exangüe,
leche empurpurada
perdida en cenizas,
nada o algo,
o yuyo medianero,
adulterina hija del rigor,
en detalle y revestimiento.
- Inédito -
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