tres poemas
Maneras de la carne
El objeto desea, el sujeto seduce.
La palabra no sirve ya para decir
lo que antiguamente estaba detenido
en el vasto horizonte.
La vulgaridad enseña sus dientes
sin metáforas y todo repite
un canto en monosílabas.
Escribir no es solo ordenar las palabras.
El poema seduce, el objeto desea.
Ambos se enfilan hacia la imagen viva
del entierro del Conde de Orgaz.
Sobre la negra lasitud, el Greco
nos muestra la extraña palidez
de sus criaturas. Eso podría ser
la imagen más delicada de un infierno.
¡Que un efecto óptico me acerque
y me separe de ti! Pero estás allí:
levísimo, como sale el vampiro de la cripta
para beber la sangre de mi cuello.
El objeto habla como la noche.
El sujeto se entrega, a ras de sol,
el último destello del crepúsculo.
~
Replica
Envejecer es tarea desagradable, no lo niego.
Rodeado de objetos comunes, vajillas plásticas,
cornamentas colgando en el vestíbulo,
trajes tenuemente coloreados por el tiempo
y un reloj reluciente, señalando el paso.
Envejecer puede ser oficio digno
cuando se tiene cerca la mano de la muerte
y se aprende a ser su amigo y nunca el adversario.
Es importante amar para saber envejecer.
En singular, o en plural, la vida adquiere
un tono diferente.
Se vive para morir, abierta la sonrisa.
Como si la muerte fuera una mariposa
y el seguir erguido, entre la muchedumbre,
el dulce oficio de saberse eterno
bajo el rocío de la mañana.
~
He sido lo que pude ser
He sido lo que pude ser.
Yo, el diluido.
El ectoplasma miedoso de un fantasma
que logra percibirse en el espejo.
Pensé que ya nada habría de ocurrir.
Ni siquiera encontrarte. Percibirte
entre las brumas del parque,
no en las extrañas neblinas, sino en la opaca luz
de algo que allí ya había ocurrido.
Los fantasmas no logran encontrarse nunca.
Solo pueden ser vistos
por los ojos de alguien
que espera a una estrella de mar.
Voy a ocultarme en el silencio.
Para que me abandones.
A mí, el diluido
en la basura solitaria de algún parque.
Tus zapatos, grises y rojos,
guardan todavía el calor de mis pies,
evanescentes.
***
(Fuente: La comparecencia infinita)
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