Desarreglo del agua caminante que mellan dos o tres luceros, un sol
mellizo, una amable sombra viajera que se inclina con los heliotropos.
Ganímedes sobre los valles de tomillo gozados de
espigas de azafrán.
Las ortigas dobladas, amándose en una nostalgia intrincada y compartida.
Cerros del color de los días lejanos. El manso pueblito del recuerdo
con su tipografía de puertas, señales estudiosas que narran las
modestas direcciones. El hierro esclavo, la bisagra, la herradura, el
charco pensativo que hace trastabillar la luna.
Y el rostro mudo que saboreamos al fondo cotidiano del espejo, todo
sirve humildemente a la belleza y la belleza está en todo, entregada y
libre, innumerable y una.
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