sábado, 21 de septiembre de 2024

Miguel Gaya (Buenos Aires, 1953)

 

PRIMAVERA 
 
 

El pelo ensortijado de la maleza brota
contra el campo yermo. En su oposición.
Mota empecinada, agreste y perfumada de savia
hasta emborracharse. Así crecía
en la sombra, en la vertiente, en la luz oblicua del sol que cruza las frescas ramas
de los árboles.
Así crecía. 
 
Así cantan pájaros, y vuelan, y el territorio se puebla.
Así los guijarros viven, y las auroras, y las leves nubes en los cielos
pálidos
rosas de la madrugada. 
 
Todas encintas de algo que no se nombra y crece.
Y nosotros, los que fuimos y fuimos, insistentes,
ya no estamos, ya no somos. Silenciosos ahora que ya fuimos. 
 
Asoma en el hueco
otra música general,
una música de pífanos y ausencias
sólo para nosotros y
en el campo suena
convocando el crecimiento.
 
¿Es posible que nosotros la estemos oyendo aún,
como quien se aleja uno y no la banda, y sin embargo ella marcha?
¿nos alejamos estando quietos de un sonido que ya no nos concierne y aún así nos conmueve?
¿qué tamaño tenemos en la mañana en que la música cunde?
¿qué recuerdo somos si sólo nosotros recordamos, tenemos y somos el pasado?
 
La banda grande, de uniformes granate
sopla los bronces y el sonido se eleva
diáfano en la mañana.
 
Es la hora de crecer, de abandonarse.
Es la hora en que ellos crecen
 
y nosotros no. Contemplamos la marcha
de aquello que se aleja
y alejándose crece. 
 
Es el sol.

 

De cuatro estaciones. En "Lo efímero y otros poemas inestables". Ediciones en Danza. - 

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