martes, 10 de septiembre de 2024

Marcos Herrera (Buenos Aires, 1966)

 

ENSAYO SOBRE LA PASIÓN

 
 
Los detectives encontraron
restos de tabaco podrido en la nieve sucia. A la
salida del cabaret en el que había sido asesinada
una copera a la que se la conocía como Gladys. “Esto
es tabaco para mascar que escupió un pordiosero”, dijo
Roberto Tucker, el comisario inspector que acompañaba
a los detectives. “¡Esto no es una pista!”, Tucker levantaba
temperatura rápido, eso le había granjeado un sinfín
de apodos. El Diablo sonrió, pero no dijo nada. El Diablo era
uno de los detectives, el más veterano. El otro, Judas o Piel de Judas
era un rubiecito que estaba dando sus primeros pasos.
Los bloques de hielo estaban lejos de empezar a
derretirse y en ese punto lejano, al sur del sur de
la Patagonia, la policía se cagaba de frío como todos.
Pero todos no tenían que investigar el asesinato
de una alternadora llamada Gladys a la que
habían degollado en las penumbras rojas del
establecimiento. La habían encontrado casi dura ya
y no había rastros de quién carajo le había cortado
el pescuezo. El Diablo se rascó la nuca y Judas le preguntó
si faltaba mucho para ir a comer algo, “es tarde y hace mucho
frío, jefe”. El Diablo miró a Judas, le acarició la cara y
le dijo: “Qué tiernito que sos, pibe”. Judas, a pesar de
la temperatura ambiente, se puso colorado y pidió disculpas.
“Bueno, muchachos hay que cargar el ganado”, dijo Tucker.
17 testigos fueron subidos a las tres (las únicas tres que había)
furgonetas para trasladar acusados o testigos. La ciudad
parecía una jaula de hielo. El Diablo y Judas estaban cansados
y hambrientos. Y Tucker parecía como si recién se hubiera levantado.
Gladys era menor. Eso lo sabían todos.
Se decía que era Tucumana y había llegado
al fin del mundo escapándose de algo. Ahora
ya no tendría que seguir huyendo. Las cosas
siempre empiezan en algún momento. Y en
algún momento terminan. La mayoría de las veces,
mal.
*****
 
 

CUANTO MÁS LEJOS, MEJOR
 

El protocolo de los sábados: tratar
de hacer lo menos posible. Incandescente,
la memoria, como una manada de elefantes
que busca el río. Tengo vino, tengo sardinas,
tengo cigarrillos, tengo pan. Ninguna
esperanza blanquea con cal las paredes
de mi corazón. No espero nada.
Ya hablé de la piedad de la amnesia.
Sin embargo, eso es una utopía. Las máquinas
que fueron construyendo nuestro prontuario
no paran de traernos imágenes para que
analicemos, para que nos arrepintamos.
El reverbero de los días, dinámicos, efervescentes,
y las manos vacías que, a pesar nuestro, esperan
una sorpresa, una pequeña absolución en este
tinglado discursivo que se mantiene a flote
a pesar de su tonelaje histórico. Tengo
un asiento reservado en el tren
al que voy a subir un 28 de diciembre. No
me corresponde estar acá ese día. La inocencia
no es lo mío. Lo mejor para mí es, siempre,
irse. Cuanto más lejos, mejor.
*****
 
 

CUATRO PISOS MÁS ABAJO
 

Los laberintos de acrílico rojo
antes de poder pisar la arena de
la playa. Otra expresión absurda
de la civilización. Cuento con los dedos
los años que me separan
de aquel final clásico. Dejo de contar
cuando te veo venir caminando y me sonreís.
Noches blancas sin bebidas que ayuden
a metabolizar las repeticiones
de la cordura. La lucidez del tabaco
y del café. El cerebro flotando en
una pecera ignorando las súplicas
de ese órgano parecido a un puño
que tenemos en la mitad del cuerpo.
No voy a dar más pistas. No hace falta
mucho esfuerzo para llenar los casilleros
vacíos. Papas doradas y un litro de
cerveza. La amabilidad del silencio
cuando, a la noche, hay menos autos
circulando por la calle que
está cuatro pisos más abajo.
 
Puede ser una imagen en blanco y negro
 
 
*****
Estos pertenecen a un libro que se llama TE COMPRÉ UN CORPIÑO ROJO, que terminé de escribir en febrero de 2023 y está inédito aunque las propuestas de publicación se agolpan en contra una pared que dice NO de manera indirecta. Cuando los pulpos y las avispas de la ansiedad me dejen tranquilo, cuando nadie espere nada, cuando las expectativas histéricas de lo que debemos hacer se vayan con la música a otra parte, elegiremos un reloj en el tinglado de las promesas.
(Marcos Herrera)

 

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