Ya no existes, Giovanni,
me digo tamborileando los dedos sobre
las mejillas en el haz de luz de la mañana.
He olvidado el hábito de la despedida.
Agacharse sobre las cenizas de lo extinguido.
Recogerlas con las palmas juntas.
Exhibirlas en el salón, a la vista de todos,
en un vaso canopo de cabeza felina
para que se te mire con el respeto
reverencial que se debe a los muertos.
Con la paciencia inmóvil del recuerdo
que domina la totalidad del tiempo.
Duraste lo que dura el polvo
en las cuencas de las manos
un ventoso lunes por la mañana,
y como el polvo te agarraste a la garganta.
Sacudiste la nariz y los bronquios,
infectaste la condición de la permanencia
hasta que un estornudo te entregó
a la suma redonda del viento. A la invisible
compostura de los antepasados.
Pasaste como pasa una fiebre septembrina.
Como un resfriado por una corriente
de aire imprevista. Solo nos debilitaste.
Ya no existes, Giovanni,
porque un filo de sol no es suficiente
para devolverte a ese haz de luz vertiginoso.
No existes, me convenzo, tamborileando
sobre las mejillas los dedos. Esos mismos dedos
que fueron los tuyos durante un tiempo.
(Fuente: La Parada Poética)
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