QUASAR / El Misterio del Sueño Cóncavo
Tu mano de garra pudo acariciarme la frente; pero no lo hizo.
Tu sexo andrógino no se permitió debilidad alguna.
Recorres en silencio el silencio del cuarto
con una cabeza humana entre tus dientes.
¿Dónde está ahora tu cuerpo, pequeño tigre?
Las sábanas de la noche están mojadas de esperma de sangre y de sudor.
Mi miedo es mi brújula y mi miedo, pequeño tigre,
es el centro de tus círculos concéntricos.
Abismo es la distancia entre el arco más alejado de tu asedio
y el mueble punto sobre el que te ciernes.
Sentado sobre el catre blanco trato de replantear el Este.
Tus ojos espejo continuaron la senda helicoidal
Y se bebieron toda la luz;
tu tráquea ha sorbido todos los ruidos.
Tu cola sincéntrica ha enlazado todas las distancias.
Abismo es la distancia que nos encuentra, pequeño tigre.
Busco en mis planos la estructura del asedio;
sólo encuentro a Tokyo en la palma de mi mano.
Abismo es la distancia que nos devuelve, pequeño tigre,
a un orden nuevo.
La palabra “real” tomada en sí misma es difícil de comprender.
En viejos ascensores atascados recorrí segmentos del asedio
¿persiguiendo? Las huellas invisibles de tu paso.
Nada se ve, nada se escucha, oh imbécil amo del silencio,
en este limbo espeso como la brea: todo se siente.
Yo siento el pesado aliento del viaje de tus pómulos, pequeño tigre.
Huyo al baño para tratar de resolver el asedio.
La toalla inmaculada pende de un gancho de aluminio
desplomándose como una catarata detenida.
Me miro en el espejo, hace demasiado calor, y me pregunto:
“¿Es esto real?”
Saco mi lengua reseca y mi lengua, pequeño tigre,
lame la pelambre regular de tus lomos; sin tocarte.
Eres bajo una forma de ser
que toda mi experiencia anterior me dice que no es.
Eres igual a mí pero vacío.
Y sin embargo eres costumbre cuerda nudo asombro alisio.
si en realidad habitas mi páncreas, mi hígado y mi recto.
De cara al espejo entiendo la geografía de tu asedio,
pequeño tigre, la nomenclatura de tus esferas.
Yo soy la duda y el que duda.
Existe un lenguaje sin género ni número,
sin caso ni tiempo ni modo, sin activa ni pasiva.
El nombre del lenguaje está inscrito en signos binarios,
Con largos fémures bajo la forma de pequeños rabitos.
Ninguna realidad está debajo de ese lenguaje;
sus palabras no mencionan objeto alguno.
Con ese lenguaje construyo el abismo que nos encuentra, pequeño tigre.
Mis sonidos se sustentan en el error,
tus movimientos circulares son la naturaleza del cortejo.
Sigues siendo, pequeño tigre, sigues rodando.
Sigues burlándote de mi grosera semiología, sigues girando.
Mi cuerpo volvió a sentir la torpe necesidad de la colcha.
Dejé el baño; cerré la puerta; regresé al catre (blanco).
Un lago obscuro se eleva sobre sí mismo
levantándose en espiral desde el centro de un ruido.
Capas sucesivas y tibias comenzaron a desprenderse de las superficies del lago
desplazando el oxígeno, invadiendo cada zona del cuarto.
Un violento olor me sumergió adentro
por los canales discontinuos de la metástasis. . .
. . .
Has meado, pequeño tigre:
¿es ésta la señal de tu permanencia?
Tendido de cara al techo imagino la curvatura del asedio.
Intento reconstruir la historia con un juego de espejos
colocados en un solo tiempo.
Un sueño es un acto de inteligencia.
Vagas y obscuras formas comienzan a delinearse
con la misma irregularidad limítrofe que la de la costa y el mar.
Ya no me muevo;
el cansancio y el sudor han tomado por asalto mi cuerpo.
El abismo se colma; los espejos ya no refractan;
ubres umbilicales interpretan las geometrías.
Mi tacto y mi olfato fundarán el universo.
Tu cuerpo, pequeño tigre, se tiende sobre el catre junto a mi cuerpo.
Mis uñas raspan desde el temor los cursos laterales de tus lomos;
viejas cicatrices se abren paso entre mis dedos
dejando una estela segura.
Zonas gélidas, zonas tórridas, se suceden en transición.
Ya no hay delante, debajo, encima ni detrás;
sólo permanece el entre, llenándose y vaciándose,
siguiendo el ritmo de las branquias de la noche.
La esperma, la sangre y el sudor suplantan al catre.
Aparecen los falos.
Monte sobre trueno; viento sobre viento; trueno sobre fuego.
Yo siento tu falo, pequeño tigre, horadando mis cavidades; devastando.
Continuando un movimiento natural que nos contrae
adentro, adentro, hasta las arcaicas simas.
Mi temor encuentra un nuevo espacio:
temo que mi falo te aniquile, pequeño tigre.
Ese nuevo espacio es falso; no hay espacio.
No tengo aire; tu aliento lo trasforma todo en azogue; no tengo aire.
Mi falo se eleva sobre sí mismo
iniciando un viaje esférico que lo resume todo
(el espejo, el abismo, el lenguaje, el baño)
en un solo movimiento.
Y al final de su recorrido la redonda morada apareció en su exacta ubicación:
mi falo perforó hasta tu último quark.
Todos los sentidos convergieron; todos los movimientos.
Un viento huracanado revolvió el cuarto
girando en torno al eje de la doble cópula.
Por primera vez te veo, pequeño tigre;
tendido, extenuado, hermoso y limpio.
La noche comienza a perder densidad.
Tu cuerpo comienza a perder consistencia.
Un irreparable orden ha quedado suspendido en la trastienda.
Hemos engendrado, pequeño tigre, la miseria de una metáfora útil.
/
Hueso húmero N° 1, Lima, 1979
(Fuente: Cecilia Pontorno)
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