No me gustan los lunes
El chip de silicona que tiene en la cabeza se está sobrecargando. Hoy nadie va a la escuela: ella los va a obligar a quedarse en sus casas. Y papi no lo entiende, porque él siempre había dicho que ella era un pan de dios. Y no le ve un motivo porque no hay motivos. ¿Qué motivos habría que alegar? Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Quiero pasarme el día a los cuetazos. El mundo está a la espera de lo que diga el télex, al que mantienen siempre radiante e impoluto. Mamá no puede creer lo que le están diciendo, y a papá se le vino el mundo abajo. Se ponen a pensar en su hija dilecta: de repente, los dulces dieciséis no son tan buena edad, y no, no es tan sencillo admitir la derrota. No le encuentran motivos porque no hay motivos: ¿qué motivos habría que alegar? Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Quiero pasarme el día a los cuetazos. En el patio, ya nadie está jugando. Ella quiere jugar un rato con sus chiches. Y hoy salimos antes, y pronto aprenderemos la lección: ¿Qué vamos a estudiar? “Cómo morir”. Y ahora ya se escuchan los megáfonos, y luego al comisario que explica los inconvenientes que hubo, y cómo fue y por qué. Y él no ve los motivos, porque no hay motivos: ¿qué motivos habrá para morir? Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Explíquenme por qué no me gustan los lunes. Quiero pasarme el día a los cuetazos.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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