«Aviso»
La
isla prodigiosa surgió en el horizonte como una crátera colmada de
lirios y de rosas. Hacia el mediodía comencé a escuchar las notas
inquietantes de aquel canto mágico.
Había
desoído los prudentes consejos de la diosa y deseaba con toda mi alma
descender allí. No sellé con panal los laberintos de mis orejas ni dejé
que mis esforzados compañeros me amarraran al mástil.
Hice
virar hacia la isla y pronto pude distinguir sus voces con toda
claridad. No decían nada; solamente cantaban. Sus cuerpos relucientes se
nos mostraban como una presa magnífica.
Entonces decidí saltar sobre la borda y nadar hasta la playa.
Y
yo, oh dioses, que he bajado a las cavernas del Hades y que he cruzado
el campo de asfodelos dos veces, me vi deparado a este destino de un
viaje lleno de peligros.
Cuando
desperté en brazos de aquellos seres que el deseo había hecho aparecer
tantas veces de este lado de mis párpados durante las largas vigías del
asedio, era presa del más agudo espanto. Lancé un grito afilado como una
jabalina.
Oh
dioses, yo que iba dispuesto a naufragar en un jardín de delicias,
cambié libertad y patria por el prestigio de la isla infame y
legendaria.
Sabedlo,
navegantes: el canto de las sirenas es estúpido y monótono, su
conversación aburrida e incesante; sus cuerpos están cubiertos de
escamas, erizados de algas y sargazo. Su carne huele a pescado.
en El Grafógrafo, 1972
(Fuente: Descontexto)
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