jueves, 19 de septiembre de 2024

Franny Choi (Massachusetts, Estados Unidos, 1989)

 The PEN Ten: An Interview with Franny Choi - PEN America

 

El más allá

 

Respondiendo a tu pregunta, sí,
cada vez estoy con menos ganas
de cogerme al chico muerto que fue mío
antes de que fuese nada.
A esta altura ya le llevo nueve años—un chico
que fuma porros en su cuarto de estudiante,
con lo que quiero decir que no hace nada de eso
porque está muerto. Porque su cuerpo
no pertenece a nadie sino a la tierra húmeda.
Quiero decir que por eso debería sentir deseo
por el vientre de las moscas. Alas de polilla
que se desprenden húmedas de la crisálida.
Debería estar hambrienta del pez que
devoró el pez que devoró el plancton
que tomó este polvo que fue un cuerpo
y se lo tragó. El chico cuyo cuerpo
fue el primero que entró en el mío respira
ahora a través de una multitud de bocas.
Es hongo, hojas mojadas, coral,
todas las cosas que están vivas sin saberlo,
sin saber que una vez fueron un chico
que me bajó los jeans empapados,
besó el hueco de mis rodillas
en la casa de sus padres, que vino a mí
hecho un tonto enamorado una noche, diciendo,
escuchá           no importa            escuchá
          siempre                 nunca voy a

 

 
El mundo sigue acabándose, y el mundo sigue adelante

 

Antes del apocalipsis, hubo el apocalipsis de los barcos:
barcos de prisioneros, barcos quebrándose bajo un cielo acerado, barcos que hacían brotar
cadáveres como algas en la orilla. Antes del apocalipsis, hubo el apocalipsis
de la bomba en la mezquita. El apocalipsis del taxista desfigurado
por las llamas. Hubo el apocalipsis del dejar, y del haber dejado—
de mi madre despegándose de la tumba de su madre mientras el avión
carreteaba por la pista. Antes
del apocalipsis, hubo el apocalipsis de los aviones.
Hubo el apocalipsis de los oleoductos dictando su propia ley a través del agua sagrada,
y el apocalipsis de los perros. Antes del cual vino el apocalipsis de los perros
y los camiones hidrantes. Y antes de ése, el apocalipsis de los perros y de los cazadores de esclavos
cuyos rostros brillaban a la luz del farol. Antes del apocalipsis,
el apocalipsis de las abejas. El de los colectivos. Apocalipsis de las fronteras
alambradas. Apocalipsis de los ganchos. Apocalipsis en la omisión selectiva de los libros
de texto. Hubo el apocalipsis del acuerdo
y de la máquina de gaseosa; el apocalipsis del asentamiento de los colonos y
las jarras con cueros cabelludos; hubo el jolgorio de la comida enlatada; la lluvia radioactiva;
el mártir sin un asiento reclamando un nombre. A mí me parió por un apocalipsis
y vengo a decirles lo que sé —y esto es que el apocalipsis empezó
cuando Colón agradeció a Dios y echó el ancla. Empezó cuando rebanaron
un continente para repartírselo. Empezó cuando Kublai Kan le dijo a Marco, arrancá
por el principio. Para cuando el apocalipsis empezó, el mundo ya se había acabado.
Acabó cada día por uno o dos siglos. Acabó, y otro mundo
agonizante dio vueltas en lugar suyo. Acabó, y nos despertamos y pedimos cafés a la griega,
el líquido estuoso atravesándonos los dientes, mientras por todas partes el apocalipsis gruñía,
el apocalipsis recordaba, nuestro querido, amado apocalipsis —bajó despacio
entre los árboles en torno nuestro, con tanto ruido que al final dejamos de oírlo.

 

 
Hacia la gracia

 

En esta versión, la chica que los cronistas llaman “Gracia”
garabatea los deberes. Es rica en tiempo, abunda en gracia.

Por la ventana, el mundo canta en clave de magnolia,
y la magnolia le sopla las respuestas a Gracia.

Se dobla el tiempo para algunas mentes, como la piel de los lagos.
Llámenlo déficit. Como un pinball, constela nuestra propia gracia.

En internet las rubias dan vueltas, ganan propinas, seguidores.
Lo de siempre: injusta distribución de la gracia.

Imaginen una versión donde lxs chicxs negros, también,
puedan ser chicxs, meter la pata, y aun así esperar la gracia.

Mi madre, huérfana, creció como rayo. Crió sola
a sus tres hermanxs. Después, eligió su nombre: Gracia.

Ahora es sanadora, mamá. Y está sanando. Arregla huesos,
escribe recetas, reza, recuerda. Hace su gracia.

Tierra que no correspondés nuestro amor, de vos, de vos.
Que te amen sin razón es la canción soñada de la gracia.

En esta versión: la crisis no cierra escuelas, el mercado
no roba el tiempo, el cuidado, los tutores que la ley prometió a Gracia.

En esta versión: escuela es el nombre de cualquier jardín o sitio
que ame a lxs chicxs negrxs y marrones por su inteligencia, su gracia.

En esta versión: no hay jueces por Zoom, no hay cárceles para lxs chicxs.
No hay cárceles para lxs chiquxs. No hay sentencia por Zoom para Gracia.

Todos los días, está sanando. Calma dolores, garabatea respuestas.
Magnolia. Imaginate: magnolia para Gracia.

Me estiro hacia el cantar de este himno, este silbido.
Este poema es una máquina de llegar, extendida hacia Gracia.

Mi mente-lago; mi tiempo-rampa; canción desigual, sí, del cerebro.
Igual, será mi versión: cuidados para vos, nosotrxs, toda la especie, Gracia.

 

Al cabo de lo imperdonable, levanto mi cabeza verde, condenada

 

La atrocidad se multiplica [como un helecho].
Ya no más metáforas de la naturaleza.
Se multiplica. Ella misma.

   : : :

¿Sos mi madre,
barca en llamas en el horizonte?
Horizonte, ¿sos vos?

   : : :

Ninguna guerra acaba nunca,
flota nomás hacia el sur con la [brisa],
engendra nuevas hermanas.

   : : :

En Laos, llovió amarillo.
No hay palabra que me ayude a entender
salvo esta: O, O, O.

   : : :

Un día yaceremos en la tierra.
Con bocas y hongos, el planeta
aceptará nuestras disculpas.

 

 

Con bocas y hongos, el planeta aceptará nuestras disculpas

 

Cuando Hiroshima fue destruida por una bomba atómica en 1945,
se dijo que la primera cosa viva en emerger del paisaje obliterado fue un hongo matsutake.

—Anna Lowenhaupt Tsing, El hongo del fin del mundo

hecho de doctrina de shock, de rumiante parloteo,
hecho de juegos infantiles tiznados de cadáveres,
hecho de lo anti-moderno, de infierno desatado, de destrucción
simbiótica, de parásito y pericapitalismo, de tráfico de esclavxs,
de mezquindad, de tufo y razón, de ex-carne, de células
en estampida a través de los pulmones de los mineros, hecho de morales, de mortales,
de todo salió a la perfección, de niñxs en establos
o envueltxs en trapos enrojecidos, de arroz agrio, de phlegm,
de torsión y espora, hecho de sotobosque des-
hecho hasta el polvo, de espacio vacío bañado de sol, hecho
de espacio vacío, del precio de la madera, de la caña de azúcar,
de nematodo y alta corrupción, de costureras en vuelo hacia el asfalto,
de caribús empachados de basura, de pacto suicida, de manos hundidas
en el cuello de una mujer de consuelo, de entrañas, de arandelas,
de cada jovial nosotrxs podemos, hecho de tierra ancestral, de grito funerario,
de agua sagrada y tumbas desolladas, hecho de nombres robados, de comercio,
de conquistador, de visiones al borde de la muerte en el piso de la fábrica, hecho
del imperdonable futuro, y del imperdonable pasado, florezco,
no hay sangre en mí, y estoy listo para alimentarme.

 

 

Al cabo de enterarme de que algunas refugiadas de la guerra de Corea usaban latas de napalm parcialmente detonadas para cocinar

 

En algún lugar en un mundo previo, una mujer con mi cara
rebusca las semillas de un infierno que no fue.
El cielo resonó muerte toda la noche. Y por la mañana,
hay bocas que alimentar. Hay unas ollas en la despensa
y las cosechas perdidas, la escarcha de la mañana, la hija del vecino
colgada en la plaza, roja. Qué más se puede hacer
cuando llega lo innombrable. Qué quemar
cuando nada prende. En algún lugar de un mundo que no se acaba
del todo, una mujer como yo sale a recolectar lo que no supo matarla.
Está abriéndole el pescuezo a la modernidad, se arquea y
le arranca la mierda. Es una mujer que puede transformar
una mañana imposible en agua, pasta de alubias, hojas amargas,
otra oportunidad de tambalearse hasta la próxima vez, y la próxima—
cada día de mi vida ha sido diferente al último.
Cada día, una extinción yerra, y pongo manos a la obra.

 

Al cabo de enterarme de que algunas refugiadas de la guerra de Corea usaban latas de napalm parcialmente detonadas para cocinar

 

¿Cómo llegamos a este punto? vas a pensar,
de rodillas junto a tus vecinos en el estacionamiento
mientras los parapoliciales te confiscan el café.

¿Cómo se llegó hasta acá? van a decir todos,
caminando hacia el norte por la autopista mientras la ciudad
se tiñe de naranja, tragada por el humo.

Cómo pudo pasar esto, aunque será la pregunta equivocada,
mientras rompen tus cosas, y te acompañan a una sala
en donde aguardan soldados que meten miedo.

Oíme: tengo una mala imaginación yo.
Distopía es la palabra para algo que ya sucedió
tantas veces, es la razón por la que ____________ es tan barato.

No hay tal cosa como un infierno sin detonar;
la luz del piloto se enciende, y como.

 

La catástrofe va de la mano de la piedad

 

Señor, confieso que deseo la claridad de la catástrofe, pero no la catástrofe.
Como todas las demás, quiero una tormenta en la que poder bailar.
Quiero una excusa para cambiar mi vida.

El día que A. murió, el sol brillaba más que cualquier sol.
Contesté el teléfono, y se abrió un canal
entre mi tonta cabecita y el cielo, o lo que quedaba de él. El vacío
me devolvió la mirada; y yo hice sonido tras sonido con mi garganta húmeda de sangre.
Oh innombrable —Oh tierno y divino innombrable, entonces te conocí:
te alineás al núcleo calamitoso del planeta; vos instante instante instante;
vos abismo íntimo al que con toda razón llamé hermano.

Cuando Lo Malo ocurrió, vi cada filo.
Y cada año descubro lo que nos hicieron, cambio otra vez de piel.
Me acerco más al descubierto, verdadero norte. Señor,

si digo, Bendita el agua fresca que arrojas a mi cara,
¿acaso eso me hace una fiesta de disfraces? ¿Peco de comodina
si te pido que no mates a mis amigos —si te ruego que me claves el talón
en la garganta —por favor, no tanto para arruinarme,
apenas nomás —lo suficiente para entrever tu cara—

 

Cómo dejar ir el mundo

 

Hay un documental sobre cambio climático que se llama Cómo dejar ir al mundo, y sam pregunta, ¿tirándome de un edificio?

Entre la creciente lista de promesas que no puedo hacer a mis amigxs: ya se volverá más fácil. Vas a salir de esta. La lealtad de la gravedad, de los sonidos de la mañana. Si tan sólo te quedaras.

   : : :

Cuando salgo a la calle es casi como si fuese a durar: borrón anaranjado aplastado contra el cielo. Los coches siguen los linajes habituales ida y vuelta del trabajo; mientras, tres adolescentes se juntan felices en la vereda.

No sé cómo hacerlo: sostener sus caras entre mis manos y contarles lo que les espera. Cómo enseñar a cualquiera de nosotrxs a seguir esta canción, hacia qué oscuridad.

   : : :

Una tarde, doblo la esquina y entro en pánico ante un súbito resplandor en el retrovisor, castañeo de dientes hasta la garganta. Cada uno de mis nervios preparado para el reto agrio del policía hasta que entiendo que no hay ningún patrullero. Era el cielo. El cielo, aturdido de muerte.

   : : :

Lloré cuando vi las fotos de los corales blanqueados. Después, tuve que cortar la frase de cada poema: Blanqueo de corales. Blanqueo de corales. Si un disco salta, te inclinás a saludarlo. Saludás con un paño y tu propio buen aliento.

   : : :

Cuando la Pyrex estalló sobre la cocina, nos quedamos paralizados un instante dejándonos mecer por el sonido, el imprevisto desastre natural de nuestra cena. Para estar seguros, alzamos la vista al techo y rogamos que de haber algún espíritu volviese a meterse entre las paredes. Después buscamos bolsas y escobas, recogimos las astillas, filos invisibles acechándonos los talones entre las baldosas.

   : : :

Debería mencionar que mi primer amor dejó esta tierra desde un techo, aunque no saltó. O más bien: saltó de la manera en que los músculos lo hacen, cuando están por dormirse.

   : : :

Puedo ver los videos del azufre devorando California. Puedo escuchar el sonido de un muchacho explicando que enfrentarse al incendio podría recortar su sentencia. Puedo sostener su voz entre mis manos y susurrarle directamente, pero eso no lo trae acá. Puedo amar y amar sus brazos ayudando a los míos a hacer algo más que tierra y ver ese amor desangrarse directamente en el espacio entre nosotros y entonces por supuesto. Cae. Por un túnel y desaparece.

   : : :

Podés volver a subir. Si corrés, el cielo te va a agarrar con sus mil manos anaranjadas. Jamás vas a tocar el piso.

   : : :

Rondo por la casa reventando moscas, ávida del sonido del periódico sobre exoesqueleto, la  satisfacción de un final limpio y sangriento.
Cuando se van, es casi como si las extrañara. Salen volando desde mis brazos. Salgo volando desde sus brazos.

   : : :

¿Cuál es la palabra en alemán para cuando extrañás tanto algo por adelantado que no podés mirarlo? Traducción literal: verde, verde, verde y oculto mi cara.

En Flint, abro el grifo y sale guerra envuelta en celofán podrido.
En Detroit, pongo el hervidor y caliento guerra para el té. En Providence, le hecho guerra a las plantas. La guerra me corre por la cara en la oscuridad del teatro. Me meto entre una manta de guerra y me dejo llevar por sus olas, más allá de las costas de la certeza.

   : : :

En otras palabras: me blanqueo.

Otras palabras: desolada me desangro. Exhalo un halo de cellisca. Me aterro ante las hojas, previendo su final, las tumbas del coral. Me blanqueo y me blanqueo y veo la lejía resbalar cristalina por mis encías.

   : : :

Quiero amarrar a mis amigxs a los rieles del techo como la vez que sujetamos una manta a la playa con zapatos, libros, bolsas con zanahorias, vino en lata. Qué manera de escarbar con los dedos de los pies hasta tocar la arena húmeda, la suave morada de los cangrejos debajo. Pero el viento no amainaba. Naranja y exoesqueleto contra nuestra orillita.

   : : :

Si tan sólo hubiese sido un espíritu lo que destrozó el vidrio. Algún simple enojo —alguna vieja fábula que pidiésemos aliviar con una fórmula de palabras y un puñado de incienso. Mucho peor que se haya debido al calor. Mucho peor: la manera en que las moléculas se inclinan ante él, y se rompen.

   : : :

Mientras oía a esos bomberos, en Hamtramck, libraba una guerra más modesta contra el polvo de mis celosías. Me cansé de pasarle el trapo a las ventanas. En el bosque, lo que se pudre alimenta. La tierra bebe hollín y de él hace hojas nuevas. En otras palabras es el plástico, acá, lo que hace que el polvo sea un problema. Me inclino para saludarlo, humedezco un trapo para acercar una lengua. Mientras, la luz entre los listones rebana mi figura en tiras.

   : : :

Cuando el desastre advenga, algunos de nosotrxs subiremos al techo para dirigirnos a los espíritus. Algunos estaremos en la línea de fuego. Algunos recogeremos las astillas, pasando la lengua por el suelo.
   : : :

Digo cuando como si el desastre no hubiera llegado, como si no creciera ya en el patio. ¿Les hago una lista? Los presos puestos a ser bomberos —las islas de mis amigxs hundiéndose de a poco —guerra en mi grifo, ¿se acuerdan? Guerra civil en Siria es el nombre de una sequía. El nombre de este huracán es Exxon, Exxon, grito. Puedo arrancar tanta maleza como quiera. Rondo por el jardín arrancándola, ávida del sonido de sus verdaderos nombres al desraizarlas. (¿Tengo que decirlo? Salen volando de mis brazos).

   : : :

Debería mencionar que para cuando mi primer amor murió, yo ya tenía un montón de poemas  sobre cómo lo extrañaba. Me gustaría decir que esto me preparó para la viudez —viudez del  mundo, et cetera.

La verdad: bajo la primera capa de arena hay otra más oscura, húmeda por su cercanía al océano. Hubo días en que rogaba me enterrasen en ella —tumba fresca, mudable, a cobijo del incesante sol  —sol —sol —

   : : :

Entre la creciente lista de cosas incesantes: adolescentes juntándose felices en las veredas. El estupor de un cielo cítrico en mitad del invierno. El modo en que una frase puede enganchársete a los labios semanas enteras. Una vez, sam anduvo todo el día murmurando, ¡Alma, digo!, y lo hizo, lo hizo.

   : : :

A falta de una mejor traducción para mi pena, digo, verde, verde, verde, hasta que se enfría lo suficiente para adentrarme en ella.

   : : :

Sostengo la cara de mi amor entre mis manos, le digo que lo extraño. Le digo, te extraño como extraño los árboles.

Con esto quiero decir, ¡Mirá! ¡Acá están los árboles! Está todo el mundo afuera, querido: verdes son mis manos, espíritus entre las paredes —todo el mundo está esperándonos.

   : : :

Debería mencionar que para cuando mi primer amor murió, ya estaba muerto, había estado siempre camino al techo, camino al borde de la cornisa. Y cuando estaba acá, estaba acá. Siguiendo esa lógica, él está y estaba y está y estaba.
Incesantemente.

   : : :

A falta de tener bomberos cerca; a falta de saber hablar la lengua sin aliento de los espíritus; o de invertir la lógica de las moléculas; o de obligar a Exxon a llamar al huracán como corresponde; o de convencer a mis amigos de que no se arrojen desde los techos de cada falsa promesa que haga cada ídolo de pacotilla; a falta de todo lo que no puedo hacer o deshacer; sostengo. Los rostros de los árboles entre mis manos. Y los extraño. Los extraño y los extraño. Hasta que salga volando de los brazos de la pena, y el cielo. Me alcance con sus mil manos anaranjadas. Me alcance, y me quede ahí. Suspendida contra el naranja incesante. Me quede ahí estampada, y muriendo.
Y aturdiendo el cielo de sirena.

 

 

A excepción de “El más allá” (que pertenece a Soft Science), todos los poemas pertenecen a El mundo sigue acabándose, y el mundo sigue adelante.

Mariana Spada

 


Franny Choi / Massachusetts, Estados Unidos, 1989. Poeta. Autora de los libros de poesía Floating, Brilliant, Gone (2014), Soft Science (2019) y The World Keeps Ending, and the World Goes On (2022).



Mariana Spada / Entre Ríos, Argentina, 1979. Poeta y traductora. Actualmente vive y trabaja en Barcelona. Ha publicado Ley de conservación (2019) y La subida (2022). Del primero hay versión al castellano por Robin Myers (The Law of Conservation, 2023).

 

(Fuente: Periódicodepoesía.unam.mx)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario