miércoles, 18 de septiembre de 2024

Claudia Dabi (Chivilcoy, Argentina)

 

HORROR EN EL DESVAN

 

“En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” Ramón de Campoamor.
 
 
Último piso de la aceitera abandonada por defectos de estructura.
Yo soy yo y mi circunstancia, en un tiempo cualquiera de un calendario no inventado más que en mi conciencia.
Todo depende de las circunstancias reza un viejo adagio.
Me presumiré inocente hasta que se demuestre lo contrario.
Mi circunstancia y yo, repito. En cada noche de incendio y cuchillo, en cada decapitada estrella marchita.
Presa de un odio irrefutable, habiendo ya abandonado todo principio estético y moral, la cobardía, la lógica y la cordura.
Yo podría, y cuando digo podría digo puedo, apasionarme rebanando sus párpados y luego cantar suturando las heridas.
Seccionar sus orejas. Puede una persona vivir sin ellas, tranquilamente recortar sus labios, cauterizar sangrado, cada tres horas instilar colirio, vía intravenosa inyectar antibióticos, vitaminas, nutrientes y minerales, ya que pasará sus últimos años en cautiverio sin comer y sufriendo.
Cada vez que oiga subir el montacargas mecánico llegará el horror en persona a prolongar su inepta vida.
No más in dubio pro reo.
Qué frágil es la línea que incita a estas manos de harina y pan, pañales, juguetes y caricias. La sacrosanta inocencia infantil, designios del amor que labraron orgullosas y han manchado torpemente.
Mis manos, una oscura aberración las secuestra y posee como armas sicarias al servicio del dolor. Es la muerte y sus extrañas manos que me guían, para que sepa cómo se siente un corazón roto en realidad.
Un baño de agua fría de doble función, lavar sus miserables desechos, hacer que recupere el conocimiento.
Extirpar sus testículos, con delicadeza de cirujano, cuidando que no sea prominente la cicatriz. Son eficientes y eficaces las cosas hechas con amor mientras susurro canciones de cuna.
Recuerda, soy yo y mi circunstancia diré. Vamos no te espantes espantapájaros, que todos llevamos un asesino dentro, bien lo sabes. Y es delicioso.
Deberé de extraer sus ojos, la sequedad de la córnea y del cristalino posiblemente cause ceguera y mal olor. No querrás verme enojada, no querrás verme.
Se ha lastimado muñecas y tobillos en afán de liberarse.
Puedo instruirme fácilmente para dislocar articulaciones de codos y rodillas. Le quitará movilidad a su instinto de vida. Luego suturar e inocular antinflamatorios.
¡Qué locura! ¡Cómo no pensar en su cabello!
Luce horrible. Esa cabeza reinará en asepsia con cera depilatoria, evitaremos que se infecte con piojos.
La delgadez ha calado hondo. Sus gestos ya no son los mismos. Le hice un tatuaje bajo las tetillas con olor a quemado “en la salud y en la enfermedad, amor” sobre su pecho. Y así será. Así será.
Ya lamido el veneno de su fiebre, acaricio su sudor como a una mentira rota. Y resbalo descalza y me equilibro para hacer menos criminales mis zapatos.
Le leeré unos cantos de Maldoror, el fragmento en que viola a una niña, (tal vez piense que quiero sodomizarlo) como ese día que le hice oír a Freddy y tamborileó su dedo contra el acero. La música y la literatura armonizan cualquier situación desesperante. Después dormí sobre su sexo cárdeno y solitario. Desperté y le arranqué las uñas. 
 
“¡Mamá! ¡Ooh!
¡Mamá! ¡Ooh!
No quería hacerte llorar.
Si no estoy de vuelta a esta hora mañana
sigue adelante, sigue adelante
como si realmente nada importara”
 
Cuando subo al cuarto rojo pienso en completar y contemplar a mi hombre contra la pizarra.
Los alfileres sostienen el escroto disecado, sus orejas y labios, sus pulgares y uñas, dos párpados bajo su pelo encerado, su redonda mirada que aún me juzga con breves alaridos y me grita psicópata. 
 
Puede ser un dibujo
 
 
 
 
 
Sin prisa sin pausa
Chivilcoy, Buenos Aires, Argentina

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario