Arturo Borda (Bolivia, 1883 - 1953)

 

De "El loco" 

𝗟𝗲𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝗮𝗱𝗷𝘂𝗻𝘁𝗼𝘀 𝗺𝗮𝗻𝘂𝘀𝗰𝗿𝗶𝘁𝗼𝘀;

𝘀𝗼𝗻 𝗺𝗶 𝗮𝘁𝗼𝗿𝗺𝗲𝗻𝘁𝗮𝗱𝗼 𝗲𝘀𝗽í𝗿𝗶𝘁𝘂 𝗿𝗲𝗳𝗹𝗲𝗷𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗮𝘀 𝗮𝗹𝗺𝗮𝘀.

𝗟é𝗲𝗹𝗼𝘀 𝗰𝗼𝗻 𝗰𝗮𝗿𝗶ñ𝗼,

𝗽𝗼𝗿𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝗵𝗶𝗰𝗲 𝗽𝗼𝗿 𝘁𝗶.

𝗠𝗲𝗱𝗶𝘁𝗮 𝘆 𝘃𝗲𝗿á𝘀 𝗲𝗻 𝗲𝗹𝗹𝗮𝘀 𝘂𝗻 𝗮𝗹𝗺𝗮.

𝗘𝘀 𝗹𝗮 𝘀𝗶𝗻𝗰𝗲𝗿𝗮 𝘁𝗲𝗻𝘀𝗶ó𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗶 𝗲𝘀𝗽í𝗿𝗶𝘁𝘂, 𝗰𝘂𝗮𝗹 𝗲𝘀;

𝘁𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗲𝘀𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗮 𝗺𝗼𝗱𝗼 𝗱𝗲 𝘂𝗻 𝘁𝗿𝗮𝗽𝗼

𝗹𝗮𝘃𝗮𝗱𝗼 𝘆 𝗰𝗼𝗻 𝗺𝗮𝗻𝗰𝗵𝗮𝘀 𝗶𝗻𝗱𝗲𝗹𝗲𝗯𝗹𝗲𝘀

𝘆 𝗾𝘂𝗲 𝘁𝗼𝗺á𝗻𝗱𝗼𝗹𝗼 𝗽𝗼𝗿 𝘀𝘂𝘀 𝗲𝘅𝘁𝗿𝗲𝗺𝗼𝘀

𝘀𝗲 𝘀𝗮𝗰𝘂𝗱𝗲 𝘆 𝘀𝗲𝗰𝗮 𝗮𝗹 𝘀𝗼𝗹.

𝗣𝗲𝗿𝗼 𝗺𝗲 𝗮𝘀𝗮𝗹𝘁𝗮 𝘂𝗻𝗮 𝗱𝘂𝗱𝗮:

¿𝗻𝗼 𝘀𝗲𝗿á, 𝗺á𝘀 𝗯𝗶𝗲𝗻,

𝘂𝗻 𝗲𝗺𝗽𝘂𝗷𝗲 𝗱𝗲 𝗺𝗶 𝘀𝗲𝗰𝗿𝗲𝘁𝗮 𝘃𝗮𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱?

¿𝗘𝘀 𝗱𝗲𝗰𝗶𝗿 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝗶 𝘀𝗶𝗾𝘂𝗶𝗲𝗿𝗮 𝘀𝘂𝗽𝗲 𝘀𝗲𝗿 𝘃𝗮𝗻𝗼?

𝗠𝗮𝘀, 𝗲𝗻 𝘃𝗲𝗿𝗱𝗮𝗱,

¿𝗲𝘀 𝗰𝗶𝗲𝗿𝘁𝗼 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗱𝗶𝗴𝗼?

𝗦í, 𝗺𝗲𝗷𝗼𝗿 𝗲𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝗼 𝗰𝗿𝗲𝗮𝘀,

𝗽𝗼𝗿𝗾𝘂𝗲 𝘆𝗼 𝘁𝗮𝗺𝗯𝗶é𝗻 𝗱𝘂𝗱𝗼 𝗱𝗲 𝗺í.

 

 

 

Maravillosa exposición en verso de algunas de las determinaciones escriturales que hemos expuesto. Cabe acotar que se trata de una carta-poema que, supuestamente, el loco (el personaje del libro) envió a una enamorada que está hablando con el narrador. La comparación de su libro con un trapo lavado, pero con manchas indelebles, resulta apropiada y fascinante; en tal imagen se revela Borda como el poeta que siempre fue, y, acaso por ello, se decanta su voluminoso libro en uno fundamentalmente de poesía. Esperamos profundizar en este último punto, en una segunda parte.

 

 

 

𝗘𝘀𝗰𝗿𝗶𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗶𝗻𝗰𝗶𝗲𝗿𝘁𝗮 𝘆 𝗻𝗮𝗿𝗿𝗮𝗱𝗼𝗿 𝗻𝗲𝘀𝗰𝗶𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗲𝗻 𝗘𝗹 𝗟𝗼𝗰𝗼, 𝗱𝗲 𝗔𝗿𝘁𝘂𝗿𝗼 𝗕𝗼𝗿𝗱𝗮 (𝑰)

 

 

Por lo menos hay dos equívocos con este libro de más de mil páginas. El primero es que con frecuencia lo comparan o equiparan con El pez de oro, de Gamaliel Churata. La verdad, no tienen tanto que ver. Lo que los une con cierta fuerza es el apelar a diversos géneros: poesía, narrativa, diario, reflexión filosófica... Poco más. Reparemos en que el libro de Churata está casi totalmente libre de esa carga confesional y por partes 𝙢𝙖𝙡𝙙𝙞𝙩𝙖 que tiene El loco. En el plano formal difieren también; El loco se inclina a lo poético y romántico (tardío); El pez de oro, a lo histórico-mítico.

El otro yerro consiste en atribuir al libro de Borda una "palabrería" (la inefable Wikipedia afirma ello) y una extrema recurrencia temática que --aunque existen en cierto grado-- no definen para nada la obra. Un rasgo a favor de El loco: abunda en poemas y diversas reflexiones sobre la escritura, la poesía, la relación realidad-(en)sueño-escritura, la pintura y otras temáticas similares. Borda --o el loco-- muchas veces aporta en estos niveles. Ambos libros suelen ser llamados "inclasificables" y en buena parte tiene razón el respetable en calificarlos así. Pero en específico, definir El loco puede ser tan arduo como definir al loco: podemos abordarlo desde Freud, desde el conductismo, desde la antipsiquiatría, desde Lacan, etcétera, y nunca arribaremos a un concepto consensual.

Entendemos por 𝙚𝙨𝙘𝙧𝙞𝙩𝙪𝙧𝙖 𝙞𝙣𝙘𝙞𝙚𝙧𝙩𝙖 a esa peculiar mezcla de ironía táctica y confessio (estos dos conceptos provienen de Lausberg, cuyo monumental Manual de Retórica Literaria hemos revisado con cierto apuro) que aparece con frecuencia a lo largo de todo el libro. Es como si quien guía la narración del libro fuera un 𝙣𝙖𝙧𝙧𝙖𝙙𝙤𝙧 𝙣𝙚𝙨𝙘𝙞𝙚𝙣𝙩𝙚: alguien que sabe y/o siente lo que quiere decir, pero se muestra ignorante (nesciente) sobre cómo decirlo. Aquí algunos ejemplos en los que el narrador confiesa, se autoescracha, expone una real o simulada (¿falsa honestidad?) incapacidad para expresar lo que quiere decir. Van las citas:

« 𝗤𝘂𝗶𝗲𝗿𝗼 𝗮𝗻𝗼𝘁𝗮𝗿 𝗲𝘀𝘁𝗮 𝗰𝗶𝗿𝗰𝘂𝗻𝘀𝘁𝗮𝗻𝗰𝗶𝗮, 𝗺𝗮𝘀, 𝗽𝗼𝗿 𝗺𝘂𝗰𝗵𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗵𝗮𝗴𝗼, 𝗻𝗼 𝗽𝘂𝗲𝗱𝗼 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗿 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗿𝗼, 𝘀𝗶𝗻𝗼 𝗾𝘂𝗲, 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝘀𝗶 𝗮𝗹𝗴𝘂𝗶𝗲𝗻 𝗴𝘂𝗶𝗮𝗿𝗮 𝗺𝗶 𝗺𝗮𝗻𝗼, 𝘀𝗶𝗲𝗺𝗽𝗿𝗲 𝗽𝗶𝗻𝘁𝗮 𝗲𝗹 𝗹á𝗽𝗶𝘇:

𝗡𝗼𝗻... 𝗡𝗼𝗻...

𝗬 𝘁𝗼𝗿𝗻𝗼 𝗮 𝗶𝗻𝘀𝗶𝘀𝘁𝗶𝗿 𝘆 𝗺𝗶 𝗺𝗮𝗻𝗼 𝗮 𝗿𝗲𝗰𝗼𝗺𝗲𝗻𝘇𝗮𝗿:

𝗡𝗼𝗻... 𝗡𝗼𝗻... »

Aquí el narrador depone sus armas y queda a merced de lo que quiere esa supuesta entidad que lo gobierna y guía su mano. Incapacidad manifiesta.

« 𝗠𝗲 𝗱𝗮 𝗿𝗮𝗯𝗶𝗮 𝗻𝗼 𝘀𝗮𝗯𝗲𝗿 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗿. 𝗟𝗮 𝗱𝘂𝗱𝗮 𝗱𝗲 𝘀𝗶 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗿á 𝗯𝗶𝗲𝗻 𝗼 𝗻𝗼 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗵𝗮𝗴𝗼 𝗺𝗲 𝗱𝗲𝘀𝗲𝘀𝗽𝗲𝗿𝗮. 𝗩𝗲𝗶𝗻𝘁𝗲 𝘃𝗲𝗰𝗲𝘀 𝗿𝗲𝗵í𝗰𝗲 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗽𝗮𝗹𝗮𝗯𝗿𝗮, 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗳𝗿𝗮𝘀𝗲, 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗴𝗶𝗿𝗼, 𝘆 𝗼𝘁𝗿𝗮𝘀 𝘁𝗮𝗻𝘁𝗮𝘀 𝗵𝗲 𝗽𝘂𝗲𝘀𝘁𝗼 𝘆 𝗾𝘂𝗶𝘁𝗮𝗱𝗼 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝘃í𝗿𝗴𝘂𝗹𝗮, 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝘁𝗶𝗹𝗱𝗲, 𝗿𝗲𝗽𝗶𝘁𝗶é𝗻𝗱𝗼𝗺𝗲: —𝗦𝗶 𝘀𝗲𝗿á 𝗮𝘀í. 𝗦𝗶 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗿á 𝗯𝗶𝗲𝗻. 𝗣𝗼𝗿 ú𝗹𝘁𝗶𝗺𝗼, ¡𝗾𝘂é 𝗴𝗿𝗮𝗺á𝘁𝗶𝗰𝗮 𝗻𝗶 𝗻𝗮𝗱𝗮!; 𝗺á𝘀 𝗳á𝗰𝗶𝗹 𝗲𝘀 𝗮𝘁𝗲𝗻𝗲𝗿𝘀𝗲 𝗮𝗹 𝗯𝘂𝗲𝗻 𝘀𝗲𝗻𝘁𝗶𝗱𝗼. 𝗔𝗹 𝗳𝗶𝗻 𝘆 𝗮𝗹 𝗰𝗮𝗯𝗼 𝗲𝗹 𝗯𝘂𝗲𝗻 𝘀𝗲𝗻𝘁𝗶𝗱𝗼 𝗲𝘀 𝗲𝗹 𝗽𝗿𝗶𝗻𝗰𝗶𝗽𝗶𝗼 𝗱𝗲 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝗰𝗶𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝘆 𝗲𝗹 𝗳𝘂𝗻𝗱𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗹𝗲𝘆— »

Bien mirado, es un párrafo elocuente. El narrador confiesa "no saber escribir"; pero la conciencia de esa falencia es ya, de algún modo, un saber escribir. Luego, se instala la duda, la indecisión campea. El narrador parece no tener más remedio que apelar al "buen sentido".

« 𝗔𝗰𝗮𝗯𝗼 𝗱𝗲 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗿 𝗹𝗼 𝗮𝗻𝘁𝗲𝗿𝗶𝗼𝗿 𝘆 𝘃𝗲𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝗼 𝗲𝗻𝘁𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼 𝗯𝗶𝗲𝗻 𝗹𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗱𝗶𝗴𝗼, 𝗮𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 𝗳𝗹𝗼𝘁𝗮 𝗲𝗻 𝗲𝗹𝗹𝗼 𝗮𝗹𝗴𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝘂𝗴𝗶𝗲𝗿𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗶𝗱𝗲𝗮 𝗯𝗶𝗲𝗻 𝗰𝗹𝗮𝗿𝗮 𝗮𝗹 𝗿𝗲𝘀𝗽𝗲𝗰𝘁𝗼. 𝗣𝗲𝗿𝗼 ¿𝗾𝘂é 𝗹𝗲 𝗵𝗲𝗺𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗵𝗮𝗰𝗲𝗿 𝘀𝗶 𝗹𝗮 𝗲𝘅𝗽𝗿𝗲𝘀𝗶ó𝗻 𝗲𝘀 𝗹𝗮 𝗹ó𝗴𝗶𝗰𝗮 𝗱𝗲𝗹 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼? »

A diferencia de la cita anterior, aquí el narrador expone su incapacidad para comprender lo que hace, se evidencia ahora sí una falta de saber escritural. Eso de que la expresión es la "lógica" del pensamiento nos parece una suerte de generalización. Acaso en poesía tal aseveración tiene más sentido y alcance.

« …𝗰𝗼𝗻𝘀𝗶𝗱𝗲𝗿𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝘀𝘁𝗮 𝗺𝗶 𝗳𝗼𝗿𝗺𝗮 𝗱𝗲 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗿 𝘃𝗶𝗲𝗻𝗲 𝗱𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗻𝘁𝗮ñ𝗼, 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗲𝗿𝗮 𝗺𝘂𝗰𝗵𝗮𝗰𝗵𝗼, 𝗹𝗼 𝗵𝗮𝗰í𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝗱𝗲 𝘂𝗻 𝘀𝗼𝗹𝗼 𝘁𝗶𝗿ó𝗻, 𝗲𝗻 𝘂𝗻 𝘀𝗼𝗹𝗼 𝗮𝗰á𝗽𝗶𝘁𝗲, 𝘀𝗶𝗻 𝗽𝘂𝗻𝘁𝗼𝘀 𝗮𝗽𝗮𝗿𝘁𝗲, 𝘂𝗻𝗮, 𝗱𝗼𝘀, 𝗱𝗶𝗲𝘇, 𝘃𝗲𝗶𝗻𝘁𝗲 𝘆 𝗰𝗶𝗲𝗻 𝗰𝘂𝗮𝗿𝘁𝗶𝗹𝗹𝗮𝘀, 𝗵𝗶𝗹𝘃𝗮𝗻𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗼𝘀 𝗺á𝘀 𝗼𝗽𝘂𝗲𝘀𝘁𝗼𝘀 𝘁𝗲𝗺𝗮𝘀; 𝘆 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝘁𝗮𝗹 𝗺é𝘁𝗼𝗱𝗼 𝗿𝗲𝘀𝘂𝗹𝘁𝗮𝗯𝗮 𝗵𝗼𝗿𝗿𝗼𝗿𝗼𝘀𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗳𝗮𝘁𝗶𝗴𝗮𝗻𝘁𝗲 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗺í 𝗺𝗶𝘀𝗺𝗼, 𝗼𝗽𝘁é 𝗽𝗼𝗿 𝗰𝗼𝗻𝗱𝗲𝗻𝘀𝗮𝗿 𝗺𝗶 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗲𝗻 𝗲𝗹 𝗺𝗲𝗻𝗼𝗿 𝗻ú𝗺𝗲𝗿𝗼 𝗱𝗲 𝗳𝗿𝗮𝘀𝗲𝘀, 𝗽𝗿𝗼𝗰𝘂𝗿𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗱𝗲𝗷𝗮𝗿 𝗹𝗼 𝗺á𝘀 𝗿𝗲𝗱𝗼𝗻𝗱𝗲𝗮𝗱𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲 𝗲𝗹 𝘁𝗲𝗺𝗮; 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝗻𝗶 𝗽𝘂𝗲𝗱𝗼 𝗼𝗹𝘃𝗶𝗱𝗮𝗿 í𝗻𝘁𝗲𝗴𝗿𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗼 𝗻𝗶 𝗮𝗱𝗮𝗽𝘁𝗮𝗿 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗹𝗲𝘁𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗹𝗼 𝘀𝗲𝗴𝘂𝗻𝗱𝗼. »

Aquí se bascula entre una escritura omnívora, expansiva, y una tendiente a la síntesis y a la economía verbal. Al no resolverse por ninguna, quien narra parece sugerir que conserva lo peor de ambas posturas.

« 𝗔𝗵𝗼𝗿𝗮 𝘁𝗲𝗻𝗴𝗼 𝗹𝗮 𝗶𝗻𝗾𝘂𝗶𝗲𝘁𝘂𝗱 𝗱𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼 𝗺𝗶 𝗶𝗻𝘁𝗲𝗻𝗰𝗶ó𝗻 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗿 𝗮𝗹𝗴𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲𝗮 𝘀𝗲𝗿𝗶𝗼 𝘆 𝗴𝗿𝗮𝘃𝗲 𝘀ó𝗹𝗼 𝗵𝗲 𝗵𝗲𝗰𝗵𝗼 𝘂𝗻 𝗰𝗵𝗶𝘀𝘁𝗲. »

Notable ejemplo de autodevaluación narrativa. Sea como figura retórica de ironía, o como confesión crasa, el efecto en el lector se inclina hacia la deconfianza y la ruptura del pacto narrativo.

« 𝗬 𝗮𝗰𝗮𝗯𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗱𝗲 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗿 𝗺𝗲 𝗱𝗮 𝗴𝗮𝗻𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮𝗻𝘇𝗮𝗿 𝘂𝗻𝗮 𝗲𝘀𝘁𝗿𝗲𝗽𝗶𝘁𝗼𝘀𝗮 𝗰𝗮𝗿𝗰𝗮𝗷𝗮𝗱𝗮 𝗮𝗹 𝘀𝗶𝗺𝗽𝗹𝗲 𝗵𝗲𝗰𝗵𝗼 𝗱𝗲 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗿 𝗾𝘂𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗮𝗻𝘁𝗶𝗱𝗮𝗱 𝗱𝗲 𝗴𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗺𝗲𝗱𝗶𝘁𝗮𝗿á 𝗰𝗼𝗻 𝘀𝘂𝗺𝗮 𝗴𝗿𝗮𝘃𝗲𝗱𝗮𝗱 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮 𝗱𝗲 𝗲𝘀𝘁𝗮𝘀 𝘁𝗼𝗻𝘁𝗲𝗿í𝗮𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗲 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗯𝗮𝗻 𝗮𝗿𝗮ñ𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗽𝗼𝗿 𝗱𝗲𝗻𝘁𝗿𝗼; 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝘁𝗮𝗺𝗯𝗶é𝗻 𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝘀𝘂𝗽𝗼𝗻𝗲𝗿 𝗾𝘂𝗲 𝗼𝘁𝗿𝗼𝘀 𝘃𝗲𝗿á𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝗲𝘀𝗼 𝗻𝗼 𝗲𝘀 𝗻𝗮𝗱𝗮 𝗺á𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗯𝘂𝗿𝗹𝗮. »

Lo mismo que en el comentario anterior, pero con un importante añadido: cabe la posibilidad de que el narrador de El loco (¿un loco?) se esté mofando de la credulidad inevitable (por virtud del pacto antes señalado) de su lector. Llamar "tonterías" a aquello que lo impulsa a escribir resulta un tanto inquietante...

(Fuente: Lab De Poesía)