SER UN TEJÓN
¿A quién podría ocurrírsele querer ser un tejón?
"¡Mis dientes! ¡Tu cuello!"
(Durante el acoplamiento los machos solemos morderle
el cuello a la hembra) (Nuestros acoplamientos son muy
variables, dependen, por supuesto del ánimo de la pare-
ja: entre 2 y 90 minutos)
Doy por sobreentendido que ustedes no saben nada acerca
de nosotros.
Sólo existimos, según nuestros paleontólogos -no asegura-
mos del todo que sean confiables- desde hace unos 4 millones
de años. No es por darnos importancia, pero somos europeos
originales.
Nos gustan las tierras semi áridas, pero también nos adapta-
mos con facilidad a la alta montaña. Nos encantan los pastiza-
les. Es que tenemos unos cuantos enemigos, aparte de las en-
fermedades y el hambre: los humanos, desde que llegaron, nos
cazan con saña. Nos tratan de asesinar los perros, los zorros,
los búhos reales, los linces, los lobos y hasta las águilas.
A pesar de ello somos divertidos: vivimos en comunidades,
somos juguetones con nuestros congéneres, se podría decir
que somos bastante sociables.
Creo que al no ser ustedes tejones, se sentirían extraños en
nuestra casa,obviamente llamada "la tejonera": unos 900 me-
tros de túneles, con 50 compartimientos y 180 entradas. Nos
llevó varios siglos hacerlas: extrajimos unas 70 toneladas de
tierra, sin contar con herramientas ajenas al cuerpo. Conta-
mos para su confort, si alguna vez deciden visitarnos, con
varias cámaras principales, cada una con una letrina próxima,
(aunque no las llamamos "en suite"), además de diversos tipos
de conductos: los principales, para acceder a las cámaras, los
de ventilación, y, por supuesto, los de escape. También hay li-
teras o cunas, cámaras secundarias, donde los pichones siguen
recibiendo los tan esenciales cuidados maternos.
Nuestras (permítasenos el término sin ofensas) hembras, per-
manecen con más frecuencia en la casa. Los machos estamos
encargados de la tarea de proveer el alimento, de la vigilancia
y de otros menesteres que, hay que decirlo, no siempre son aje-
nos a la violencia. Para todo eso debemos exponernos saliendo
de la tejonera. Sin pretender ostentación alguna, decimos que
nuestras hembras, que viven un promedio de 15 años, son un
tanto más afortunadas que nosotros: solemos vivir solamente
un tercio de ese tiempo.
Por extraño que resulte, a veces se habla de nosotros en los
así llamados textos literarios. Un vecino de Gales nos ha de-
dicado un espacio central en un libro llamado "La tejonera".
Se llama, creo, Cynan Jones, o algo por el estilo. (No entende-
mos muy bien los nombres que suelen usar para hablar de sí
mismos: no están relacionados con ninguna característica fí-
sica ni del tipo de conducta del sujeto en cuestión.)
Un poeta menor nos ha mencionado recientemente en un así
llamado "poema" suyo, diciendo "¿Quién querría seguir las hue-
llas de un tejón?" Se refería a un verso de otro escritor, como
suele suceder en los escritos humanos, así que no creemos que
muchos lo hayan entendido. Para nosotros, en cambio, esa bús-
queda es muy frecuente y condiciona hasta el menor de nues-
tros paseos.
Un poeta bastante más importante entre los humanos, escribió
todo un poema referido a nosotros, llamado "El tejón". En el
mismo alaba nuestro coraje, después de haber presenciado
la lucha feroz que opusimos al intento de asesinato por parte
de hombres y perros. Se llamaba John Clare, y era un agricul-
tor que no necesitó ir mucho a la escuela para ver con sus pro-
pios ojos cómo se desarrollaban los hechos. Por supuesto que
murió en un manicomio. ¿A quién se le ocurre hablar así de
la vida de los salvajes tejones? Nos aferramos a nuestras cos-
tumbres y tradiciones. Somos lo que nos tocó ser y ni con ni
sin orgullo, seguimos en la lucha desde hace millones de años.
No sabemos quién podría querer ser un tejón. Y esperamos
que si alguien tuviese ese deseo, nos visite con una mente
abierta y que no por ello les toque el destino del pobre John.
(Fuente: Idiomas olvidados)
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