A fines de 1995
Lejos del sucio hotel de la ciudad,
como quien retornara al viejo hogar.
Se trata de dos versos que escribí
en el mejor momento de mi vida,
remate de un soneto a Mastronardi.
“Prefiero el sucio hotel al viejo hogar”,
dijo ella sonriendo. Y yo, turbado,
no comprendí el desdén por la provincia,
no comprendí su apego a la bajeza,
al sucio antro del desnudo vicio.
Dejé pasar lo que era una advertencia
del porvenir, de la inminente ruina
de la felicidad con que escribí
ese homenaje al lírico anticuado.
Oceano nox
Sobre un tema de Herzen
Todo empezó a llevar la negra impronta
de la tormenta en ciernes. Torturaban
el insomnio y el miedo, el despecho y la cólera,
la ruptura en el flujo de la vida.
La despreocupación, lo que hacía grato
el transcurrir del día, se convirtió en un pozo
de oscuridad y angustia. Noche oceánica
sin Vía Láctea, sin confín, sin nido.
Ya nada era intocable, ya nada era sagrado.
Lo impensable arrollaba sin piedad.
Celos retrospectivos por un lado,
por el otro un mohín de prostituta.
Melodrama
Tu falo de fulgor, mis senos de aflicción...
Pierre- Jean Jouve
Lacónico y de cruda desnudez,
el verso es un retrato de los dos.
Esbelta pincelada que a él le evoca
su avidez por la boca de pasión
y un lujoso verano en sexo y sol.
El fortuito equilibrio de la línea
trastabilla en los puntos suspensivos.
Acertijo u oráculo, en efecto,
esos senos no anuncian nada bueno.
¿Qué ocultaba su pecho? Ella recita:
“Me excitaban lo exótico y lo rudo,
la violencia secreta de entregarme
a lo desconocido y poseer
el dominio del otro en el placer.”
Estarían sitiados —rumió Jouve—:
el sumiso y la sádica, dos prófugos
mutuamente atraídos por sus sombras.
No obstante ese atenuante favorable,
los condena el presente a ser fantasmas.
Sólo queda el silencio y un bufón
que ríe junto al fuego, socarrón.
El fuego es elemento del Infierno
y en todo melodrama hay un bufón.
Lo encontramos en Shakespeare y hasta en Yeats,
y —sorprendentemente— en Don Antonio,
el amante de Soria y de Leonor.
¿Un Machado menor? Habría que ver
ese estilo tardío, de vejez:
Yo no sé por qué razón,
de mi tragedia, bufón,
te ríes... Mas tú eres vivo
por tu danzar sin motivo.
Intentar descifrar al ser amado
y a aquello que lo mueve es un peligro
del que no sale indemne el analista.
Él ya ha olvidado, dice, pero agrega:
“Recliné mi cabeza en esos senos;
todo mi ser y toda mi poesía
encontraron la paz en esos senos”.
(Fuente: El poeta ocasional)
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