lunes, 30 de agosto de 2021

Carlos López Degregori (Lima, Perú, 1952)

 

99 PÚAS
 

Un ángel me habló ayer desde mi lata en que recojo
las monedas:
sus alas terribles me rozaron
y sentí un horror, un latigazo, una delicia
desgarrando las piedras sucias del portal en donde vivo
hace años.
 
Río que vienes de mi espejo:
acudes a bañar mi rostro oculto en los harapos,
mis largas crenchas de sal.
Río apedreado de cielo en estas calles de Lima:
buscas un centro girante,
una estación resguardada de la niebla
y no la hallas
porque no hay nada que encontrar
y sólo disuelves las calles
y gimes
y recoges en tu viaje palabras gallinazo,
estacas,
bestias en flor,
plazas de una dureza infinita donde se arrastran encapuchados
los ecos.
 
Ya nadie cree en los milagros.
Tal vez nunca existieron y nuestros dedos se aferran inútiles
a una corona de plata.
Siglos de velas que ustedes encienden para probar
la realidad,
procesión ignominiosa de fuego tiznando un cielo
subterráneo.
 
Mis rosales ya no existen.
Fueron secados por las ratas hace años,
las mismas que ahora me acompañan
y ungen
con sus lenguas.
Al principio las temía
pero ahora converso con ellas
y las amo
y les entrego espíritu
y razón
y juntas rezamos hasta el amanecer
y se acercan húmedas gentiles a mordisquear mis dedos.
 
Nadie espera milagros.
 
Pero recuerden que detuve a Jorge Spilbergen.
Había soñado el estrecho de Magallanes iluminado
por fogatas carnívoras,
las costas sangrantes del sur hasta las inmediaciones de Cañete.
Y tuve que bordar el desastre con minuciosidad anticipada:
el temblor de las manos,
el sudor agarrotado,
una lluvia finísima atravesando los ojos
y los cuerpos.
Las aguas hirvieron cuando corté los bajos de mi hábito,
el único cañón disparó cientos de veces
y las naves holandesas huyeron despavoridas.
No volví a hablar con nadie.
Me hice a la vela definitivamente
y los muertos todavía deambulan por Lima y el Callao
y tocan ahítos las campanas
para probarlos a ustedes.
 
Ya no es transparente mi corazón.
Mi pozo devuelve hedionda cualquier promesa y asusta
de muerte a los romeros.
Me cansé de hacer milagros,
de conversar contigo, Catalina de Siena,
figura vencida
también en el portal.
Apago con mi saliva amarilla los cirios
y crezco estopas,
cuerpos,
granizo de piel chamuscada
y cabellos larguísimos de ustedes.
 
Ojos labios quebrados
no me besen
o mejor sí
y átenme las manos,
pinta de nuevo mi retrato, Angelino Medoro,
y no dejes, por favor, no dejes
que muera otra vez de perlesía.
 
Río que bajas de mi espejo y acudes a bañar mi rostro:
opones un país más cierto a mi país.
 
Rata marchita.
Pequeña hermana invisible.
Rata mística.
Vámonos ancianas y desdentadas anunciando y toquemos
de lodo cada puerta:
el mar llegará hasta mi portal
y al fin
cuando los huesos desencajados
no puedan reunirse
sólo el viento y el agua habitarán las casas.
 
Un año de grietas crecerá por cada eslabón de mi cadena,
lo miento 99 veces.
Yo hija de Gaspar el arcabucero
y María
de trece hermanos hijos:
se me hunden las sienes,
tengo las fauces secas,
las encías doloridas,
la boca como yesca me arranca las muelas y los dientes.
 
Mi portal se derrumba:
las 99 púas de mi corona de plata
 
***
 
99 púas tenía la corona de plata de Santa Rosa. Hoy es su día y quiero recordar este libro que salió el 2018. 


En  99 púas  (Antología Poética 1978-2016. Ed. esdrúlula)

 

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