APENAS
Apenas le habíamos bajado los pantalones,
y él se quedó ahí, desnudo hasta las pelotas, asombrado de todo
el arrebato, y dijo poniéndose colorado: "¡Cómo se atreven!"
y nosotros dijimos si hay un deseo hay una manera, y la
única virtud es saber-cómo, si lo mirás bien.
Y el hombre dijo, esa sí que es una buena, y todos apretaron
las manos de los demás.
Ese era el tiempo en el que el canti-canto de las campanas
estaba engañando
a los pecadores, y ellos salieron de la casa, descartando
sus anteojos, y arrojaron sus muletas, y
cuando las muletas fueron arrojadas, arrojaron sus trapos, los
de color rosado y con más seguridad las corbatas color lila,
y cuando las corbatas color lila habían sido arrojadas con
total seguridad,
ellos se tiraron a la basura y tirándose a la basura se tiraron
a sí mismos hacia adelante. Y los cruzamos en el mercado,
donde la bandera estaba saludando al Káiser.
El Káiser era sólo un hombre joven, y tenía al mundo
en un hilo, y usaba el el orbe imperial como un
suspensorio como el hombre erguido que era. Y él decía
que estaba tan erguido como era posible estarlo, y levantaba
el orbe imperial (que nosotros llamamos la manzana imperial)
y la halaba derecho hacia la manzana de Adán de la Gran
nación Alemana,
y la Gran nación Alemana le arrojaba manzanas, y todos
se regocijaban en
las manzanas de todos los demás.
Y el hombre, cuando le habían bajado los pantalones, se paró
ahí y consideró su destino: "El aire está cargado
de azufre", dijo, "y los ríos están culebreando hacia
el horizonte. Y las casas están resecas por el sol y
el viento, y la gente se está amontonando como sapos en un
charco, y todo el mundo se está amontonando con todos los
demás."
Y nos apoderamos de la Libertad y razonamos con ella,
mientras los muchachos merodeaban y lamentaban la
el montón general de la humanidad. Y una mujer sacó
bollos
de su panera y dijo: "Ajá". Y todos contestaron: "Ajá."
Ese era el tiempo en que los años crecieron plateados y
negros
en el brillo de la infinitud, y las luces infrarrojas se iban
apagando, y el canto de las estrellas ya no se oía.
Richard Huelsenbeck, o Hülsenbeck, nació en Frankenau,
Alemania, en 1892. Estudiante de medicina, antes del inicio
de la primera Guerra Mundial. Algunas versiones dicen que
fue considerado inválido para el ejército, otras que se declaró
resistente a la guerra, emigrando a Zürich en 1916. Vuelve a
Berlín en 1917, para fundar el grupo dadaísta alemán. Con la
llegada de los nazis al poder, su arte es considerado contrario
a los intereses del Estado. Se traslada luego a Nueva York,
donde ejerce el psicoanálisis Junguiano, bajo el nombre de
Charles R. Hulbeck. Regresó por fin a Suiza en 1970, donde
murió 4 años después.
FUENTE
Jerome Rothenberg. Writing Through. Translations and
Variations. Wesleyan University Press, 2004.
(Fuente: Idiomas olvidados)
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