lunes, 16 de noviembre de 2020

Horacio Aige (Rosario, Argentina, 1964)

 

 

CERNUDA EN MÉXICO

Otro vacío
sombra inútil
otra ternura
el deseo que vive

ancla de palabras
diciendo enigmas
que van y que vienen

vertiente de tu mirada
por sendero de ramas
entrelazadas

respuesta desmoronada
como de algas arrojadas
lo que de vos mismo
en otros desató
del mañana
de agua salada
y lo que
de ese blanco se alejó
nudo de inocencia
que es nada

abolido adrede
en cercanía de los otros
impotencia rígida
de la piedra
derecho de quien
en sueños en olvidos
de a poco muere.



A DOS MAREAS, INCLINADO

A dos mareas, inclinado.
Día verde, impreciso.
Inverso, apurado.
Estricto, coronado.
Quebradísimo, abreviado.
En disrupción, cinturado.
Y de lirio rodante: amanecer.
O de ir y venir
a la propia nada
de la nadidad del ser.

Sólo tiempo todo.
Diversidad irrevocable.
Despertenencias del presente.
Caídas del poema.

Noche o mañana:
Fisuras impuras, ranuradas.
Donde hay todo
y todo apunta a nada.

Sólo mar todo.
Deriva intelectual:
pero está callada.
Permanencia pura:
pero está cerrada.

Así,
hasta que no cambies:
UNIVERSAL.
Vamos, vamos.
Exiliado!




VIDRIOS ROTOS CAMINAN

Cada día tan extenso más arriba
la vida desmorona este cotidiano
de cristal boca puerta labio roca

saberse todo poco mucho y nada
según línea se presente en viaje
absurdo en la punta de lo salvaje

mirando un poco entre el 1 del 0
+ hechos inútiles pero necesarios

y cada vez más horizonte que cae
y de basura pura agua su cascada
y fuerte rosa declina rueda y cae.




CUMMINGS CANTA

Cummings canta. La una de la madrugada. Viene
un aire de la calle, aire verde de cintas deshojadas.
Algo turbio bulle. Alarma roja en medio de la cara.

Ahora llueve. La noche es triste, espesa y alargada.
Uno acepta, a veces muy forzado, que la vida es así.
Olores sueltos. Cerebros tensos. Humanidades ajenas.

Todo líquido, desprendido. Presurosa la mano huye
con toda fiebre alocada. Tal el mar se hunde,
submarino. Lo caricioso hace bahía por mi cara.

Duro concierto de mundo congelado y minusválido.
Negra tierra. Todo rígido. Pesada cumbre, mármol.
Rostro de tedio. Grito de noche, sonido. Y extrañado

ahora tomo la extensa sombra del otro que fui en mí.
Multicolor incesto de palabras y ya música sin fin.



LA MUERTE TE PERSIGUE ADONDEQUIERA

La muerte te persigue adondequiera,
con estricto ciprés y desbordada ciruela,
con llama andina en selva misionera,
perdida o encontrada, adondequiera.

La muerte te persigue adondequiera,
Con fuerte viento y agua de derivo,
ya en baja tierra, ya en almo mundo,
toda gris y apestada, ahora enamorada.

La muerte te persigue adondequiera,
Con vertical quimera, ya luz entera.
Con andadura humanal tan certera.
Tumulto vagar, quebrada estrella.

La muerte te persigue adondequiera,
como a un cuadro del pensamiento,
camino al lupanar, abstracto y exento.
Subjetiva y o sujeta, adondequiera.




ENCUENTRO CON WITOLD GOMBROWICZ

Preocupado por el más allá, muy solo y masticando rabia
y hablando imaginariamente con la muerte, ese día
anduve incansablemente por las veredas de Plaza Retiro, hasta que de pronto,
me paré muy cerca de la inmensa Torre de los Ingleses
para observar, a lo lejos, el atardecer de autos en movimiento y recortados edificios.
Dadas las cosas así, de golpe me di cuenta que Witold Gombrowiczaún medianamente joven pero velozmente envejeciendo – estaba
también parado ahí, mirándome, muy cerca de mí
y sintiendo el mismo nudo en la garganta que yo
tras el sol final de esa tarde, sin nadie más, tan sólo nosotros mismos
cansados vagabundos semiderrotados.
-Mire el reflujo de la ciudad – me dijo él, manteniendo su mirada
quién sabe a qué parte de su interior aunque apuntando
hacia la estación de trenes que teníamos enfrente.
Había en sus cansadas palabras como un corte en el tiempo,
una vuelta hacia ningún lado, acaso intransitable puente donde
desunido, el presente, alzándose en su autonomía, ya no era
parte de la transitoriedad.
Yo entonces, azorado, tan sólo atiné a observar ese reflujo mágico por él señalado
y era todo como un sueño, nostalgias de infancia, alucinaciones o corrimientos
girantes en mi mente, que podrían pero no pudieron ser
dominados en mi tambaleante memoria.
Única débil flexible estructura del tiempo – pensé yo –
en busca a esa altura
de cualquier medio de transporte que nos llevara a ambos
de vuelta al sitio que a cada uno – por obvias pertenencias a tiempos distintos –
nos correspondiera.
O que nos llevara a ambos de vuelta a un clima del corazón
donde cada uno pudiera correctamente situarse sin llorar la despedida eterna.

 

 

DESDE ESTA RABIA

Desde esta rabia donde un clima del corazón
arqueando ámbitos de mar
rechaza y no, aquella exultada corriente de amor,
ha de percibir mi mano, ella, la que toco en sueños,
atrás, circular como la magia de los que se amaron.
Así, nunca, nadie, será la boca
de tu congelada sonrisa mirando mis ojos
por el aire extendiendo la ausencia invertida.
Y porque no es posible levantar la muerte del mundo
si la sangre, ya leve, la vida duerme,
puedo entonces decir:
en la vacilación de los amantes está el secreto del amor.
Y porque las palabras del sueño
a otro sueño en una hoja canto,
yo estoy, vuelto a las horas del recuerdo, una mano al vacío.

 

 

(Fuente: lenguaje.perú)

 

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