martes, 20 de octubre de 2020

Sol Arguedas Urbina (Heredia, Costa Rica, 1921) Reside en México

 

 

ALEGRÍA NUEVA
 

Como hormigas de luz
o luciérnagas de carga,
ciegos mineros de la palabra
arrastran formas cristalizadas,
mientras otros hombres
levantan catedrales
con palabras que se yerguen solas.
En mi pecho se alzó un árbol
como un grito alto
gritando desde abajo,
dividiendo su sombra en naves
bajo la cúpula de sus frondas,
y allí era yo arrodillada
practicando el silencio
y juntando palabras,
palabras, palabras. . .

La vida se acostumbra.
Un sueño resbala su quieta muerte
en el tráfago aceitoso de las máquinas. 
Nadie sabía nada. . .
Y era yo una pregunta abierta 
y dolorida en el viento
que no detenía su marcha.

Quería ser humilde.
Como huésped agradecida.
Recibiendo la lluvia tranquila
y enraizando tímidas raíces.
Caminando esos largos caminos
que llevan de nada a ninguno
en un tiempo infinito
que en mí acaba.
Mas una fuerza secreta y mía
me obligó a tomar la azada
y a unirme a otros como yo que arrancan
al verde sus azules y amarillos
y ansían arribar a alguna parte
afuera de sí mismos.

Las batallas fatigan. 
¿Por qué no dejar que otros hagan? 
Mi madre era sabia y no lo sabía,
mi padre enseñaba. . .
Yo no sabía nada. 
¿Qué hacer, qué decir?, preguntaba
sin respuesta en el viento
que no detenía su marcha.

Pasó un hombre. 
Una mujer esperaba.
Me defendí de ellos
en la porción de espacio y tiempo
en que me muevo
y en que soy y estoy estrella.
Mas ellos plantaron en mi pecho
un grito como un árbol alto
y bajo la bóveda de su eco
hallé respuesta. Y fuerza. Y alegría nueva.






en El corno emplumado/The plumed horn, núm. 3, julio de 1962
 
 
(Fuente: Emma Gunst)

 

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