Poema político
P
Si cada cortacésped se detuviera
al capricho, digamos, de un pensamiento egoísta
y entonces el de la izquierda
dejara su brazo flotar, revolviendo
el aire con ese amplio y lento gesto que bajo el agua
quiere decir ¡Hola! y ¡Oye, Tú!
dirigiéndose al que está a más de una milla
a la derecha. Y éste fuera a hacer una pausa en su trabajo,
atrapando esa llamada por deseo puro, y enviara así
de vuelta su propia lenta danza de un brazo solo
queriendo decir ¡Sí! y ¡Aquí! Como enlazándose a
un solo nervio largo, recordando antes
su herramienta y podando otro lenguaje
en la tierra, dejando pasar quién sabe cuánto
pasto hasta que otro pensamiento, o la necesidad de saber,
pueda hacer que se detenga y mire al otro nuevamente,
levantando su brazo como para decir ¿Todavía?
y ¡Oh! Y entonces captara un destello de alegría
elevándose junto a esas otras piernas y estallando
en otro brillante ¡Sí! que por un momento oscila
en el aire oscurecido, su trabajo los traerá
hasta el mejor momento de la noche, cada quien cortando hacia
adelante y retrocediendo para doblar, luego levantado la mirada para alcanzar
a ver su eco, procurado y sostenido
en ese instante de mutuo entendimiento,
el Vaya y el Con Dios saliendo
cuando ambos se han volteado para ver el mar del Aún
y Despacio. Si ellos pudieran, y si aquello que brillaba
como un pez fuera a lanzarse de un lado a otro a través
de esa ancha distancia sin palabras, el día, aún si ha terminado,
jamás conocerá el dolor de concluir.
Si ellos lo pensaron, o lo pensarán, o siquiera medianamente quisieron
su trabajo —los zumbidos de los motores humanos
empujando entre la hierba, y la hierba, asistiendo
navaja tras navaja— tomaría una eternidad.
Pero amaría todo el tiempo que durara.
En Atravesar el agua
Traducción de Andrea Cote
Vaso Roto
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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