jueves, 29 de octubre de 2020

Ángela Martínez-Fernández (España, 1992)

 

 

HE SUBIDO A LA AZOTEA



 

He subido a la azotea

he visto las estrellas

y he dicho

 

¿qué va a ser de nosotras?

 

después he abierto

un paquete de galletas

Bicentury

bañadas en chocolate blanco

 

he abierto

también

una cerveza

y he pensado

ya no confío en nadie

las personas se me caen

entre las manos

como estatuas de sal

aunque eso

la traición

la desconfianza

las ofensas

solo ocurre

dentro de mi cabeza

 

dentro de una cabeza

que no deja nunca

de pensarte

ni de pensar

el paro se me acaba en enero

no sé dónde viviré

 

después de tanto esfuerzo

menos mal que siempre

critiqué la meritocracia

al menos tenía razón

le he ganado una batalla dialéctica

al Capital

echo de menos tumbarme

a tu lado en la cama

colocar el móvil

entre nuestras cabezas

hacer sonar un disco

entero

en una lista Premium

de Spotify

que ya no puedo pagar

 

he abierto el correo

para escribirte

algo parecido a una carta de amor

después he recordado

que una amiga me contó

hace apenas dos meses

lo bien que te va todo

y esa capacidad innata

para rehacer tu vida

que experimentas cada cierto tiempo

después de las rupturas

 

esa capacidad innata

de los hombres

fruto de la educación sentimental masculina

para recomponerse

rellenar los huecos

encontrar otros cuerpos

olvidar el pasado

 

he pensado

quizá esto que siento es odio

la rabia del abandonado

de quien no asume

las decisiones ajenas

 

después he negado con la cabeza

he cogido una bolsa de

patatas fritas

y he corrido por el pasillo

con el temor a que mi madre

encendiese la luz

y viese

lo que queda de su hija

una silueta oscura

Campanilla borracha

en mitad de la noche

 

he recordado

también

el día en el que Antonio

nos contó cómo escribió

su poema más largo

la noche en que los médicos

dijeron

que no llegaría a ver el amanecer

he recordado

leer ese poema del tirón

notar la angustia

comprender la despedida

kilométrica

de mi querido Antonio

superviviente en tantas guerras

 

he vuelto con la memoria

a los hospitales

he llorado

he sentido dolor en los ovarios

pensando en todos nuestros muertos

en las jornadas intensivas

delante de quirófanos

memorizando las rayas del suelo

el trazo de los azulejos desgastados

las manos temblorosas

de mi madre

los mensajes diciendo:

No me esperéis a cenar,

se ha complicado la cosa

la cara de las enfermeras

el saludo de una anestesista

jovencísima

cada noche al verme

sentada en el pasillo

 

he contado en Google Maps

los kilómetros que hay

desde mi casa

al hospital donde está mi amigo

ingresado desde hace ya

dos meses

cinco kilómetros

dice la aplicación

nueve minutos en coche

una vez le dije a Merche

por teléfono:

me estoy sacando el carnet

para poder ir sola a los hospitales

y no depender de nadie

y poder llevaros a todas

cuando lo necesitéis

 

ahora

que estoy a nueve minutos en coche

del hospital donde mi amigo

ve pasar los días

no puedo acercarme

ni abrazarlo

ni siquiera decirle

yo tampoco pensé nunca

que la muerte pudiese venir tan pronto

 

qué será de nosotros

después de todo esto

 

tu enfermedad es un trozo

enorme de carbón

que llevo alojado en el pecho

 

he gritado de impotencia

sabiendo que no habrá despedida

que no seré jamás multimillonaria

ni podré coger un helicóptero

para llevármelo de allí

recorrer el océano

llegar a Houston

como Rocío Jurado

y poner a su alcance

todas las quimioterapias del mundo

todos los recursos

que tienen los ricos

que nos quitan a nosotros

que costean con el sudor de nuestras frentes

a pesar de que la muerte

la muerte

nos llega a todos

sin remedio alguno

 

he oído el reloj

después

he levantado la persiana

para mirar fijamente la luna

apenas con la forma de una rebanada

de melón

he evocado cuerpos

cuerpos diferentes de hombres y mujeres

la voz de alguien a media noche

diciendo

casi susurrando:

no tengas miedo conmigo

voy a saber tocarte despacio

tocar

 

mi propio cuerpo

duro

duro como una piedra

las piernas fuertes

curtidas en el galope

a lomos de Lucero

los brazos fuertes también

las manos grandes

mi propio cuerpo

llevado al límite cada día

para sacarlo a golpes

del dolor y la tristeza

para evitar que el desconsuelo

se vuelva crónico

me convierta en fósil

 

he terminado la cerveza

y he sido consciente

de que maltrato mi cuerpo

para no maltratar al resto

para dejar de lado las recriminaciones

las envidias

los despechos

¿qué es lo que sucede

con las amistades

después de una ruptura?

¿acaso existen bandos

en un terreno

sostenido por el amor?

¿tenemos algún derecho

a exigir lealtades

y cuidados sin límite?

 

mi madre tenía

el cuerpo débil a mi edad

dolores menstruales horrorosos

durante su adolescencia

 

he heredado esa desgracia

también el pesimismo

y la resistencia para beber alcohol

aunque por suerte

no he continuado

con su terror a los viajes

la fobia al traqueteo de las maletas

a pesar de que la noche de antes

escondo un diazepam

debajo de la almohada

por si acaso

 

me he tumbado

a mirar el brillo

que desprende la luna

por el hueco de la galería

he decidido

quiero ir a Madrid

y acostarme con gente

bailar en los parques

beber en el maletero de un coche

con música a todo volumen

después dejarme llevar

o buscar a alguien

buscarlo decididamente

con ganas

levantarme llorando

con una resaca emocional

que no me deje ni moverme

para volver a empezar

y dejar pasar los días

como meteoritos

sobre mi coraza de acero

 

el duelo

es una palabra

que procede del dolor

llevo a cuestas

tres tipos de duelo distintos

pero todos

todos

todos

me conducen siempre

a un callejón sin salida

a rincones en los que tú no estás

porque no quieres estar ya

a bares con sillas vacías

donde a veces bebo

a veces recito

y a veces solo estoy un rato deprimida

pero después me voy

todos

todos

todos esos duelos

me conducen siempre

a la locura

por eso llamo a Peter Pan

desde la ventana

espero que venga para llevarme

que me devuelva con los niños perdidos

y me deje probar la comida invisible

esa que no engorda

ni cuesta doce con cincuenta

en el supermercado

 

polvo de hadas

 

He subido otra vez a la azotea

he visto las estrellas

y he dicho

 

¿qué va a ser de nosotras?

 

 

 

(Fuente: Voces del extremo)





 

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