viernes, 23 de octubre de 2020

Carmen Ramos (España s/d)

 

 

VIII

 

 

 

Emily Dickinson ha abierto la verja de su casa en Amberst.

 

Virginia Woolf ha comenzado a vaciar sus bolsillos de piedras.

 

Alfonsina Storni se ha dado media vuelta y camina hacia la orilla.

 

Alejandra Pizarnik ha guardado el tarro de Seconal en el cajón.

 

Anne Sexton ha quitado la llave de contacto de su coche.

 

Sylvia Plath ha cerrado ha espita del gas.

 

Marina Tsvetáyeva se ha bajado de la silla.

 

Frida Khalo pide su cama con ruedas.

 

Elizabeth Bishop jura que es abstemia.

 

Todas han vuelto para patear sus penas.

 

 

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XIV

 

 

 

Cuando hablas de la madre muerta, hablas de mi madre.

Cuando hablas de los golpes en su costado, hablas de mi madre.

Y hablas de mi madre también cuando hablas

de la que tuvo que irse de su casa, de la desahuciada,

de la que hablaba sola por la calle,

de la enferma, de la achicharrada.

Hablas de mi madre, poeta sentado en tu escritorio,

con tu bolígrafo de la suerte, con tu musiquita cool,

hablas de mi madre y de todo lo que no sabes

como si supieras, como si hubieras odiado

a este desequilibrado mundo, como yo lo odié

mucho antes de tú compraras en el chino

un cuaderno de pastas floreadas.

 

 

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LA DEPENDIENTA DE BERSHKA

 

 

 

La dependienta de Bershka

no sabe quién era Nirvana

ni por qué Kurt Cobain se quitó la vida

en una buhardilla un día de lluvia.

 

Aunque mañana tiene que colocar

en la primera batea a mano derecha

una pila de camisetas con su logo,

ella no sabe quién era Nirvana.

 

No le suena de nada.

Pone cara de póquer cuando le pregunto

y ataca por el interfono:

“Vanessa tú conoces la referencia de la camiseta de…”

 

Y me interroga con la mirada

y yo le repito “Nirvana”

y le apunto que es blanca y negra

y me pregunta la talla.

 

Y yo me pregunto si no sabe

qué aquel verano bailar “Lithium”

—con los ojos cerrados,

con aquel vestidito de florecitas—

una y otra vez, una y otra vez

hasta que me dolían los pies

—más que el alma

más que el mismo dolor—

era la única playa habitable.

 

La dependienta de Bershka

me da la camiseta.

Doce euros, me dice la cajera.

 

Y yo me llevo mi revolución

—perfecta y doblada—

en una bolsa de plástico.

 

 

 

 

 


En Cuaderno de Laboratorio

 

               Poesía Feroz

 

                (Fuente: Papeles de Pablo Müller)

 

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