viernes, 23 de octubre de 2020

Joaquín Campos (Málaga, España, 1974)

 

 

Demasiado humano

 

Siento la cabeza en el asiento de la vida

que cruza la mediana del cerebro

para alejarlo de las medianías;

y siento que no soy más que un ojo

que se cierra en la plenitud

de una cabeza que se lo ordena

como el que pide un cortado

en un bar regentado por camareros

entre atómicos y fuleros.

 

La vida como un espectro

que se cruza dos eras

para llegar a ese asunto

donde lo geopolítico

no es más que la distancia

entre saber lo que escuchas,

y sobre todo,

lo que preguntas,

cuando todo no es nada.

 

La isla se retrotrae

entre el contenedor de tu mente

y la ortiga que sí pincha

en una orilla de presuntos burgueses

pero siempre en bañador

cual espectros de gentuza:

de los que entran al hotel cuando llegan

y salen cuando se van

sin más misterio que sus educaciones.

 

Una duna es el horizonte

del que apunta contra su nicho

de los que mueren en vida

por soportar una portada

donde se idiotiza entre comillas

y por la boca muere el pez

que penetra en nuestras sopas

embadurnadas de caldos de pescado

y saborizantes: nuestros anzuelos.

 

La toalla oscurece a su parte de desierto

que aquí ya es sólo playa;

desembocadura de riadas de hoteles,

panfletos de aguas turquesas coloreadas,

exageradas,

momentos en cinemascope,

perros que devoran tus sobras

cuando tú eres el que sobra

salvo que te quieras ahogar.

 

La ola trae el perfume

que jamás sabrás aceptar.

La espuma se desinfla

junto a tus tobillos

cuando una pequeña piedra,

enterrada bajo la sedante arena,

enerva a tu talón

que sopesa regresar a la única verdad

de un pasmarote europeo de clase media.

 

No hay posibilidad para recaer.

Otros como tú hacen lo mismo.

El ostracismo no es más que tu vida

dentro de una jaula

sin barrotes ni trozos de lechuga

cuando te pones en pie,

caminas,

y no eres capaz ni de intuir

qué hay al otro lado.

 

La tarde cae,

otro día perdido

entre las fraguas interminables

que nunca forjan lo suficiente

por mucha agua turquesa,

olas de caracola,

espumas tibias como los vómitos

al día siguiente

que es cuando ya no hay día.

 

La arena afortunada

se deshace sobre el desagüe

y regresa al océano

de donde nunca debiste salir

o de ese aeropuerto

donde instalan felicidad asumible

para que haciendo colas y más colas

llegues a donde te decía el folleto

o la biblia o la hipoteca.

 

La noche cuida del océano

mientras tú duermes con la tele encendida

y los sueños en el inodoro

de un hotel de cinco estrellas

sólo porque lo baña ese sueño

de olas turquesas

y espumas con sabor

a todo aquello que tu paladar

jamás podrá encontrar una razón.

 

Llega un nuevo día

igual que los anteriores.

Te pones guapo para visitar una duna.

Te haces fotos delante de una salina.

O bebes una cerveza con la que gimes

al tragarla

cuando nadie importante

te está prestando atención.

 

Las fotos llenan tus archivos

cuando ni tú las volverás a ver.

El océano,

despectivo,

inunda con paciencia

todo lo que construimos

sin delicadeza.

El paseo marítimo

es un desfile militar:

 

Bronceadores.

Cremas hidratantes.

Consoladores.

Masajes.

Tragos mejorables.

Langosta estresada.

Y cuando regresas al hotel

la satisfacción de la pérdida de tiempo.

 

En un banco hacen cola

treinta desprevenidos.

De todos ellos

ninguno lee un libro

cuando la letra pequeña

de lo que firman

tampoco la comprenden.

Tres hijos por cabeza.

Y luego, la patera.

 

Una iglesia decora

la avenida peatonal

como queriendo recordar

que la cruz también existe

fuera de vuestras vidas,

porque habéis venido al culo del mundo

sin más meta que volverse.

 

Dos perros callejeros,

asilvestrados pero consecuentes,

libran su clásica pelea

por las propinas del blanco.

Alguien inmortaliza el momento

de dos perros dominando

a un perplejo ser humano.

 

Las dunas dejan de desplazarse

desatendidas por los asfaltos

y hormigones;

dulces cacofonías no se toman en cuenta

mientras un ave de paso

evita el aterrizaje.

Huele a aceite quemado,

carne picada

y griterío.

 

El sol deslumbra

aunque nadie lea a Nietzsche.

La luna otorgó

reales posibilidades,

pero nadie la admira.

Un vendedor de pandemias

te seca la lata de Coca-Cola.

Nadie ha matado a nadie

aunque todos quieran hacerlo.

 

No hay pedanías donde no hay nada.

La cólera del cíclope

se envuelve en su estrategia

de pasar desapercibida:

en un trozo de desierto

en medio del océano

no hay tiempo para betún.

La osadía del intérprete

explicándote lo que ya sabías.

 

Y tortugas minúsculas

se elevan sobre las arenas movedizas.

Pájaros varios afilan sus cuchillos

mientras tú gimes de tristeza

y tiras unas cuantas fotos.

El capitalismo no es más

que pagar por lo que no necesitas

y gemir por ese placer oculto

de ver recién nacidos fallecidos.

 

No planeas casarte nuevamente

a corto plazo.

Recorrerás el mundo,

dijiste:

Recorreré el mundo, iré a París,

Roma, Milán,

me gastaré todo el dinero en joyas

y ropa de fiesta.

 

Dijiste:

Me seguiré vistiendo para ti

y en cada viaje tú estarás conmigo,

recorriendo juntos cada calle

que no pudimos compartir en vida.

 

Luego cae el sol allá en el horizonte

ante las pieles sonrosadas

de la estúpida comunidad europea

que tras la quema de iglesias, judíos

y futuro

adopta ahora actitudes deformadas

que nos llevarán a una tumba general:

el que marca el paso no debe retrasarse.

 

Turba de ansiolíticos antes de la cena

rodean la zona centro

como los feligreses a La Meca.

La oración del cajero sale con el sol

y se pone con el sueño.

Dinero contante y sonante

a falta de clásicos

con los niños en el precipicio constante

por ese afán tan animalesco de la persona.

 

Luchas por la dieta y el gimnasio.

Por el brócoli rehogado.

Por el aceite de oliva recién prensado.

Por la pastilla que estimula

un matrimonio mucho más apolíneo

que dionisíaco;

aunque acabas viajando

con lo contrario a la orgía

sobre una cama gigantesca.

 

Grotesco es nacer.

Y deficiente que eviten tu muerte.

El niño se hace adolescente,

y de allí

al limbo.

Luego la cadena de montaje

traerá más grotescos momentos

en un sinfín absoluto,

en un dolor de huesos.

 

Los coches se estrellan contra los semáforos

y los guardias de tráfico toman nota.

Las motocicletas apuran la frenada

y los que viajan en bicicleta

aspiran a sus crematorios.

El neón de la farmacia incandescente

facilita que el ansiolítico diario

cumpla su función:

queda prohibido sufrir.

 

Y pensar:

Queda prohibido pensar.

Sin humanidades, sin ética,

sin planteamientos ni preguntas.

Queda prohibido tomar partido

de uno mismo

mientras el móvil,

como el neón de la farmacia,

no deja de encenderse.

 

Cuento trágico la vida

cuando te enfrentas a la muerte

con dos propiedades,

una por abonar,

un divorcio y una nueva pareja,

dos hijos, el menor estúpido,

y tres nietos, todos retrasados.

Te enfrentas al final

con la mochila de un primate.

 

Traer hijos al mundo

algún día será delito.

El aborto será obligatorio

así como la castración química.

Los bienes para el Estado;

así no haremos tanto acopio

de apartamentos en las playas

ni plazas de garaje en los arrabales.

La mochila del primate.

 

Yo tuve un cuarto lleno de ídolos

colgados en la pared.

Yo nunca estudié ni comprendí.

Hoy de todos esos ídolos

ni me acuerdo.

La verdad no está en la infancia

donde todos somos autistas

de mayor o menor grado

por el maltrato buenista continuado.

 

Ataúdes blancos en los salones

para evitar la proliferación

de esos nenúfares insoportables

que huelen a hez

y hablan a gritos.

No se puede dar el pecho

y leer a Séneca.

No se puede no estar solo

en este mundo de ansiolíticos.

 

Las gentes regresan a sus hoteles

sin que nadie les jalee.

No somos más que parte del circo

cuando pagamos la entrada.

El de recepción nos vuelve

a pasar la tarjeta.

Todo es dejarnos la pasta,

entregarnos a la crianza

y llegar al final con la mochila del primate.

 

No se atiende a razones

porque no se razona.

Se vierte el pensamiento

en un ticket de compra

o buscando a la tercera pareja

a través de una foto;

luego te la traes a esa cama impoluta

de un hotel en medio de un océano

donde tirar fotos es el único sentido.

 

En España, los críticos literarios

escriben libros de poesía

que publican los editores

a los que reseñaron correctamente;

además, en los certámenes literarios

los jueces son los poetas que luego

publican en las mismas editoriales.

Si te follas a un niño te deberían caer

los mismos años de trena que a esos poetas.

 

La libertad, por consiguiente,

si no es leer filosofía

ni ser un digno poeta

debe ser venirse al medio de un océano

a veranear entre dunas,

tortugas y palmeras,

negros con tres piernas

y negros pedigüeños:

ensalada de verdades.

 

Quiero que la Vía Láctea

exprima la verdad

y la exponga para el resto

de planetas.

Quiero que se sepa

que acabo de fijarme

en los pechos prominentes

de una disminuida psíquica

cuando hacía cola en el banco.

 

Quiero, además,

que también se expongan

películas con los sueños

que al despertar

no acabamos de recordar,

cuando erectos nos sentamos

en la taza del váter

y hasta que suena la cisterna

balbuceamos rumiando.

 

Recordar lo sueños

no es fácil.

Pensar es como acertar

a veces.

Luego te acostumbras a errar

y cuando vuelves a pensar

no te preocupa el resultado

salvo que este

afecte a los demás.

 

En los mercados ya regateamos

como los chinos lo hacen entre ellos.

La caída libre será absoluta

cuando dejen de visitarnos aves migratorias.

El anzuelo vuelve a la superficie

sin rastro de mofletes.

Una radio se desintoniza sola

entre la multitud asombrada

por la señora del informativo.

 

El huevo hervido revienta.

El gas sale a través de la hornilla.

Nadie apaga la luz al salir.

El pomo de la puerta brilla.

Una junta de vecinos discordantes

renuncia a la vida

para sentar cátedra

en un portal de mierda

donde nadie quiere vivir.

 

En lontananza,

tras el horizonte,

teoría definitiva

del palo y la zanahoria,

al que acude casi toda

la población mundial

desprovista de gafas de cerca,

inutilizada para ser alguien

en este paupérrimo mundo.

 

La chica, que no señora,

de la limpieza

acaba de llegar a casa.

Sus mallas son mi caja torácica.

Sus piernas, mi delito.

Sus labios, mi destino.

Catolicismo y vergüenza por el no

cuando yo le pagaría el doble

y los dos bien contentos.

 

La prostitución es maravillosa.

Hacer lo que deseas a cambio de dinero.

En ambos lados de la ecuación.

Yo querría ser mi propio chulo.

Follar a horcajadas

y chupar a destajo.

Luego, bendición del de arriba

tras confesarte

hasta arriba de drogas.

 

Las playas son las desembocaduras

de los volcanes.

La lava se acaba

donde tú te haces fotos.

Un bañador es una hortensia

sobre un bidé.

Los cereales con leche de almendra

justifican el porqué de toda mi mierda,

sin cojones para suicidarme.

 

Meto en la visa todo mi desagravio

crecido por el gozo del hematoma

que en los cerebros nos causa pasión

vernos atrapados entre la carcoma

de una defunción sobre el vertedero

de dos mil noches sin fuego

y tres mil días desacompasados.

El único refugio dadas las circunstancias

es ese espacio entre dos lápidas bien selladas.

 

La gente teme a la muerte

porque la gente está muerta.

Uno desaprueba tanta codicia

cuando la meta es la nada.

Uno sólo respeta al piloto

del avión cuando despega,

aterriza y la comida es buena.

Morir por Dios.

Morir sin nada que echarte a un sueño.

 

O nacer sin sentido

de una madre que nació sin sentido

y conoció a un hombre sin sentido

que cuando le dijo te quiero

le dejó un bombo sin sentido.

Luego el ginecólogo no denunció,

vecinos aplaudieron,

el del censo tomó nota,

el tendero la primera deuda

y la vida siguió siendo una calamidad.

 

De esos vienen algunos a los hoteles

henchidos por cobrar un poco bien

con el rímel hasta cuando salen del agua

y el zumo de naranja natural

cuando aquí se estila la papaya.

La vida es una nube negra

que ni deja pasar al sol

ni permite que una pandemia

aclare nuestra Historia.

 

Y los versos,

qué son los versos

si no crepúsculos sin testigos.

Poesía derramada

en librerías programadas,

donde poetas de oferta

venden sus enciclopedias

de sesenta páginas

y ningún poema.

 

Sueño con ser poeta.

Con divagar sin mochila

ni pareja ni hipoteca.

Con sentir sin cartera

ni conejo en la chistera.

Sueño con lo contrario a la subvención

y lo más parecido a la dignidad.

Sueño con versos de hielo

en el umbral de tu parsimonia.

 

Las redes sociales culminan

nuestra derrota.

Los líderes de sus casas

se entrometen acosando

a los líderes del mundo

mientras acuestan a sus hijos

y agreden a sus parejas.

En mi edificio la portera

se cree Gengis Kan.

 

Luego,

actualizas en el cajero

alumbrándose tu cara

ante siete mil euros

cuando te quedan:

siete años de hipoteca

y otro par de créditos.

Tu empresa, por cierto,

podría quebrar.

 

Pero la libertad era eso.

Poder sentarse en el banquillo

por deber lo que nunca soñaste tener

en la valiente soledad del que sigue,

a pies juntillas,

todo lo que hace el que sigue

al que un día hizo lo que soñó.

El humano reducido a cenizas

no vino en una patera.

 

La libertad del hombre

se cercenó cuando vino al mundo,

descubrió el fuego,

inventó la rueda

y embotelló a la vid.

La libertad del hombre

ya sólo puede ser

(y sin serlo del todo)

leer lo que no sale en los periódicos.

 

Libertad cuando vives hacinado

con tu pareja e hijos.

Libertad cuando sales a la calle

y caminas entre miles.

Libertad cuando tu perfume

se vende por miles.

Y libertad cuando trabajas

a menudo

y tu ventaja sólo es el sueldo.

 

Simón Partal habla de la felicidad

mientras los presentadores le aplauden.

La felicidad es que te aplaudan.

Hacer lo que quieras.

Y que otros hagan tu trabajo.

La felicidad es una controversia

donde para que uno ría

tres deben llorar

cuando a veces la risa es falsa.

 

¿La felicidad?

Felicidad es hacer lo que uno quiera

teniendo en cuenta que el asunto

es prácticamente imposible de realizar.

Por lo que aunque la felicidad pueda sentirse

no puede realizarse

y no deja de ser

más que una nebulosa

que se acrecienta con el alcohol.

 

Un día salí a beber

y tuve que regresar a casa.

En mi isla hordas de cretinos

gritaban estimulados

por la sensación de ser libres.

La sensación no es la realidad.

Por eso yo sí percibí auténtico guano

y tuve que regresar a mi apartamento

donde descorché y me abracé.

 

El sol estudia a los que caminamos

sin más destino que el mero hecho de caminar.

El sol arrasa mi cuello

mientras impertérrito

leo sobre mis sandalias,

que se abren paso entre la nada

y el aire inmenso,

recortando el destino

del que no quiere saberlo.

 

Un taxi atrapa a dos turistas

que seguro son europeos.

Les cobrará de más

y las vueltas serán fallidas.

Pero los estafados

no se preocuparán:

es el botafumeiro del karma.

Ellos son carne de patera

y de orilla repleta de muertos y fotógrafos.

 

La falta de tráfico rodado

hace que las olas del mar

puedan ser escuchadas

desde el paseo donde se agolpan los hoteles

donde los turistas no aparecen

por culpa de las excursiones.

Qué fácil es secuestrar, torturar y asesinar.

Cuánto les queda por aprender a los oriundos

que sólo cobran cien euros por la excursión.

 

¿Y el cielo?

Qué decirles del cielo.

Cielos límpidos, puros, sin más mácula

que el mirarlos desde ojos desaprensivos

que lo misma miran una señal de tráfico

que una oferta en un camión

o un jersey de la que no lleva sujetador.

De noche, el cielo no centellea:

las estrellas se ven apagadas.

 

Despunta la tarde

torcida por el viento

que rodea mi vida

siempre aquí.

Tuerzo el sueño

hacia el pozo sin fondo

de una Santa María

donde si te alejas de la peatonal

respiras hondo y triunfal.

 

No entiendo si el sexo

es una de nuestras claves,

por qué nos emparejamos.

Se goza cuando se arriesga

y pocas veces se arriesga

con la misma persona.

La libido se cae repitiendo

en demasía.

El sexo no es el amor.

 

Mientras chateo

con una disminuida,

entre física y psíquica

–tiene seis dedos en cada mano

y nadie la quiere–,

le ofrezco que sea mi todo:

limpiando, cocinando;

comprando, arrodillándose;

cerca del proxenetismo.

 

Amar a lo imposible.

Cuando creerse único

no sale en los informativos

donde todos aparentan

ser como los demás

en este ajedrez

de eunucos mentales

donde al más avispado

lo sacan de la foto.

 

¿Y Walt Whitman?

Posiblemente fue el primer progre.

Un tipo ensalzado

por la cultura dominante,

sus dejes progresistas

y su barba blanca

que ha dejado atónitos

a los que crearon su personaje

con escuadra y cartabón.

 

La mañana se acerca al delirio.

Doce coches transitan

alejados los unos de los otros

mientras el viento construye

la defensa de los cláxones

y el paraíso en la tierra.

Traspasamos el aire violento

como si el cielo hubiera bajado a la Tierra

cuando observo a un perro atropellado.

 

Hay gentes que corren bajo la solana

y otros que caminamos

porque correr es el mayor de los ridículos

si no sacas medalla.

Los niños son adiestrados

con la única meta de ser olímpicos.

Ser famoso es la nueva dislexia.

Aunque si fuiste prostituta

ojo con ser funcionaria.

 

Las familias se agreden

por la política

mientras no saben

que cuando votan

lo hacen por herencia.

La democracia es un delito

en donde los participantes

nunca son detenidos.

Como Nietzsche.

 

Porque las gentes nacen,

se reproducen,

y a veces mueren.

Cuando la inversión de lógicas

enloquece a los que acrecientan

unas vidas mejorables

donde tras la clásica humillación diaria,

los que se hacen preguntas

sin el retrovisor del gobierno,

saben que no todo el monte era orégano.

 

La extrema izquierda

y la extrema derecha

dirigen tu cabeza

mientras te crees

de extremo centro.

Sal de tu almidón

y plánchate tu cuello.

Penetra en ti mismo;

sé osado al cuadrado.

 

La tarde se apaga.

El buffet abre sus puertas

para que por última vez

te deslices entre la nada

y sus suburbios.

El autobús os llevará

al aeropuerto

donde sin ser detenidos

volveréis a Europa.

 

Para que no se diga

que no cumplís

todos los requisitos

compraréis varias estupideces

entre los muchísimos camellos

que si no venden droga en las terminales

es porque le sacan menos beneficio

que a tu octavo perfume

y tu séptimo best seller.

 

Luego el avión sale como la seda

dejando una estela de codicia

que sube hasta la estratosfera

para que los negros no trasciendan.

La vida era esto y poco más.

En el buffet los restos se recalentarán

al día siguiente

para que otros como tú

arrastren siglos de civilización.

 

 

 



En  Demasiado humano. Sr. Scott. 2020

 

(Fuente: Voces del extremo)


 

 



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