Demasiado humano
Siento la cabeza en el asiento de la vida
que cruza la mediana del cerebro
para alejarlo de las medianías;
y siento que no soy más que un ojo
que se cierra en la plenitud
de una cabeza que se lo ordena
como el que pide un cortado
en un bar regentado por camareros
entre atómicos y fuleros.
La vida como un espectro
que se cruza dos eras
para llegar a ese asunto
donde lo geopolítico
no es más que la distancia
entre saber lo que escuchas,
y sobre todo,
lo que preguntas,
cuando todo no es nada.
La isla se retrotrae
entre el contenedor de tu mente
y la ortiga que sí pincha
en una orilla de presuntos burgueses
pero siempre en bañador
cual espectros de gentuza:
de los que entran al hotel cuando llegan
y salen cuando se van
sin más misterio que sus educaciones.
Una duna es el horizonte
del que apunta contra su nicho
de los que mueren en vida
por soportar una portada
donde se idiotiza entre comillas
y por la boca muere el pez
que penetra en nuestras sopas
embadurnadas de caldos de pescado
y saborizantes: nuestros anzuelos.
La toalla oscurece a su parte de desierto
que aquí ya es sólo playa;
desembocadura de riadas de hoteles,
panfletos de aguas turquesas coloreadas,
exageradas,
momentos en cinemascope,
perros que devoran tus sobras
cuando tú eres el que sobra
salvo que te quieras ahogar.
La ola trae el perfume
que jamás sabrás aceptar.
La espuma se desinfla
junto a tus tobillos
cuando una pequeña piedra,
enterrada bajo la sedante arena,
enerva a tu talón
que sopesa regresar a la única verdad
de un pasmarote europeo de clase media.
No hay posibilidad para recaer.
Otros como tú hacen lo mismo.
El ostracismo no es más que tu vida
dentro de una jaula
sin barrotes ni trozos de lechuga
cuando te pones en pie,
caminas,
y no eres capaz ni de intuir
qué hay al otro lado.
La tarde cae,
otro día perdido
entre las fraguas interminables
que nunca forjan lo suficiente
por mucha agua turquesa,
olas de caracola,
espumas tibias como los vómitos
al día siguiente
que es cuando ya no hay día.
La arena afortunada
se deshace sobre el desagüe
y regresa al océano
de donde nunca debiste salir
o de ese aeropuerto
donde instalan felicidad asumible
para que haciendo colas y más colas
llegues a donde te decía el folleto
o la biblia o la hipoteca.
La noche cuida del océano
mientras tú duermes con la tele encendida
y los sueños en el inodoro
de un hotel de cinco estrellas
sólo porque lo baña ese sueño
de olas turquesas
y espumas con sabor
a todo aquello que tu paladar
jamás podrá encontrar una razón.
Llega un nuevo día
igual que los anteriores.
Te pones guapo para visitar una duna.
Te haces fotos delante de una salina.
O bebes una cerveza con la que gimes
al tragarla
cuando nadie importante
te está prestando atención.
Las fotos llenan tus archivos
cuando ni tú las volverás a ver.
El océano,
despectivo,
inunda con paciencia
todo lo que construimos
sin delicadeza.
El paseo marítimo
es un desfile militar:
Bronceadores.
Cremas hidratantes.
Consoladores.
Masajes.
Tragos mejorables.
Langosta estresada.
Y cuando regresas al hotel
la satisfacción de la pérdida de tiempo.
En un banco hacen cola
treinta desprevenidos.
De todos ellos
ninguno lee un libro
cuando la letra pequeña
de lo que firman
tampoco la comprenden.
Tres hijos por cabeza.
Y luego, la patera.
Una iglesia decora
la avenida peatonal
como queriendo recordar
que la cruz también existe
fuera de vuestras vidas,
porque habéis venido al culo del mundo
sin más meta que volverse.
Dos perros callejeros,
asilvestrados pero consecuentes,
libran su clásica pelea
por las propinas del blanco.
Alguien inmortaliza el momento
de dos perros dominando
a un perplejo ser humano.
Las dunas dejan de desplazarse
desatendidas por los asfaltos
y hormigones;
dulces cacofonías no se toman en cuenta
mientras un ave de paso
evita el aterrizaje.
Huele a aceite quemado,
carne picada
y griterío.
El sol deslumbra
aunque nadie lea a Nietzsche.
La luna otorgó
reales posibilidades,
pero nadie la admira.
Un vendedor de pandemias
te seca la lata de Coca-Cola.
Nadie ha matado a nadie
aunque todos quieran hacerlo.
No hay pedanías donde no hay nada.
La cólera del cíclope
se envuelve en su estrategia
de pasar desapercibida:
en un trozo de desierto
en medio del océano
no hay tiempo para betún.
La osadía del intérprete
explicándote lo que ya sabías.
Y tortugas minúsculas
se elevan sobre las arenas movedizas.
Pájaros varios afilan sus cuchillos
mientras tú gimes de tristeza
y tiras unas cuantas fotos.
El capitalismo no es más
que pagar por lo que no necesitas
y gemir por ese placer oculto
de ver recién nacidos fallecidos.
No planeas casarte nuevamente
a corto plazo.
Recorrerás el mundo,
dijiste:
Recorreré el mundo, iré a París,
Roma, Milán,
me gastaré todo el dinero en joyas
y ropa de fiesta.
Dijiste:
Me seguiré vistiendo para ti
y en cada viaje tú estarás conmigo,
recorriendo juntos cada calle
que no pudimos compartir en vida.
Luego cae el sol allá en el horizonte
ante las pieles sonrosadas
de la estúpida comunidad europea
que tras la quema de iglesias, judíos
y futuro
adopta ahora actitudes deformadas
que nos llevarán a una tumba general:
el que marca el paso no debe retrasarse.
Turba de ansiolíticos antes de la cena
rodean la zona centro
como los feligreses a La Meca.
La oración del cajero sale con el sol
y se pone con el sueño.
Dinero contante y sonante
a falta de clásicos
con los niños en el precipicio constante
por ese afán tan animalesco de la persona.
Luchas por la dieta y el gimnasio.
Por el brócoli rehogado.
Por el aceite de oliva recién prensado.
Por la pastilla que estimula
un matrimonio mucho más apolíneo
que dionisíaco;
aunque acabas viajando
con lo contrario a la orgía
sobre una cama gigantesca.
Grotesco es nacer.
Y deficiente que eviten tu muerte.
El niño se hace adolescente,
y de allí
al limbo.
Luego la cadena de montaje
traerá más grotescos momentos
en un sinfín absoluto,
en un dolor de huesos.
Los coches se estrellan contra los semáforos
y los guardias de tráfico toman nota.
Las motocicletas apuran la frenada
y los que viajan en bicicleta
aspiran a sus crematorios.
El neón de la farmacia incandescente
facilita que el ansiolítico diario
cumpla su función:
queda prohibido sufrir.
Y pensar:
Queda prohibido pensar.
Sin humanidades, sin ética,
sin planteamientos ni preguntas.
Queda prohibido tomar partido
de uno mismo
mientras el móvil,
como el neón de la farmacia,
no deja de encenderse.
Cuento trágico la vida
cuando te enfrentas a la muerte
con dos propiedades,
una por abonar,
un divorcio y una nueva pareja,
dos hijos, el menor estúpido,
y tres nietos, todos retrasados.
Te enfrentas al final
con la mochila de un primate.
Traer hijos al mundo
algún día será delito.
El aborto será obligatorio
así como la castración química.
Los bienes para el Estado;
así no haremos tanto acopio
de apartamentos en las playas
ni plazas de garaje en los arrabales.
La mochila del primate.
Yo tuve un cuarto lleno de ídolos
colgados en la pared.
Yo nunca estudié ni comprendí.
Hoy de todos esos ídolos
ni me acuerdo.
La verdad no está en la infancia
donde todos somos autistas
de mayor o menor grado
por el maltrato buenista continuado.
Ataúdes blancos en los salones
para evitar la proliferación
de esos nenúfares insoportables
que huelen a hez
y hablan a gritos.
No se puede dar el pecho
y leer a Séneca.
No se puede no estar solo
en este mundo de ansiolíticos.
Las gentes regresan a sus hoteles
sin que nadie les jalee.
No somos más que parte del circo
cuando pagamos la entrada.
El de recepción nos vuelve
a pasar la tarjeta.
Todo es dejarnos la pasta,
entregarnos a la crianza
y llegar al final con la mochila del primate.
No se atiende a razones
porque no se razona.
Se vierte el pensamiento
en un ticket de compra
o buscando a la tercera pareja
a través de una foto;
luego te la traes a esa cama impoluta
de un hotel en medio de un océano
donde tirar fotos es el único sentido.
En España, los críticos literarios
escriben libros de poesía
que publican los editores
a los que reseñaron correctamente;
además, en los certámenes literarios
los jueces son los poetas que luego
publican en las mismas editoriales.
Si te follas a un niño te deberían caer
los mismos años de trena que a esos poetas.
La libertad, por consiguiente,
si no es leer filosofía
ni ser un digno poeta
debe ser venirse al medio de un océano
a veranear entre dunas,
tortugas y palmeras,
negros con tres piernas
y negros pedigüeños:
ensalada de verdades.
Quiero que la Vía Láctea
exprima la verdad
y la exponga para el resto
de planetas.
Quiero que se sepa
que acabo de fijarme
en los pechos prominentes
de una disminuida psíquica
cuando hacía cola en el banco.
Quiero, además,
que también se expongan
películas con los sueños
que al despertar
no acabamos de recordar,
cuando erectos nos sentamos
en la taza del váter
y hasta que suena la cisterna
balbuceamos rumiando.
Recordar lo sueños
no es fácil.
Pensar es como acertar
a veces.
Luego te acostumbras a errar
y cuando vuelves a pensar
no te preocupa el resultado
salvo que este
afecte a los demás.
En los mercados ya regateamos
como los chinos lo hacen entre ellos.
La caída libre será absoluta
cuando dejen de visitarnos aves migratorias.
El anzuelo vuelve a la superficie
sin rastro de mofletes.
Una radio se desintoniza sola
entre la multitud asombrada
por la señora del informativo.
El huevo hervido revienta.
El gas sale a través de la hornilla.
Nadie apaga la luz al salir.
El pomo de la puerta brilla.
Una junta de vecinos discordantes
renuncia a la vida
para sentar cátedra
en un portal de mierda
donde nadie quiere vivir.
En lontananza,
tras el horizonte,
teoría definitiva
del palo y la zanahoria,
al que acude casi toda
la población mundial
desprovista de gafas de cerca,
inutilizada para ser alguien
en este paupérrimo mundo.
La chica, que no señora,
de la limpieza
acaba de llegar a casa.
Sus mallas son mi caja torácica.
Sus piernas, mi delito.
Sus labios, mi destino.
Catolicismo y vergüenza por el no
cuando yo le pagaría el doble
y los dos bien contentos.
La prostitución es maravillosa.
Hacer lo que deseas a cambio de dinero.
En ambos lados de la ecuación.
Yo querría ser mi propio chulo.
Follar a horcajadas
y chupar a destajo.
Luego, bendición del de arriba
tras confesarte
hasta arriba de drogas.
Las playas son las desembocaduras
de los volcanes.
La lava se acaba
donde tú te haces fotos.
Un bañador es una hortensia
sobre un bidé.
Los cereales con leche de almendra
justifican el porqué de toda mi mierda,
sin cojones para suicidarme.
Meto en la visa todo mi desagravio
crecido por el gozo del hematoma
que en los cerebros nos causa pasión
vernos atrapados entre la carcoma
de una defunción sobre el vertedero
de dos mil noches sin fuego
y tres mil días desacompasados.
El único refugio dadas las circunstancias
es ese espacio entre dos lápidas bien selladas.
La gente teme a la muerte
porque la gente está muerta.
Uno desaprueba tanta codicia
cuando la meta es la nada.
Uno sólo respeta al piloto
del avión cuando despega,
aterriza y la comida es buena.
Morir por Dios.
Morir sin nada que echarte a un sueño.
O nacer sin sentido
de una madre que nació sin sentido
y conoció a un hombre sin sentido
que cuando le dijo te quiero
le dejó un bombo sin sentido.
Luego el ginecólogo no denunció,
vecinos aplaudieron,
el del censo tomó nota,
el tendero la primera deuda
y la vida siguió siendo una calamidad.
De esos vienen algunos a los hoteles
henchidos por cobrar un poco bien
con el rímel hasta cuando salen del agua
y el zumo de naranja natural
cuando aquí se estila la papaya.
La vida es una nube negra
que ni deja pasar al sol
ni permite que una pandemia
aclare nuestra Historia.
Y los versos,
qué son los versos
si no crepúsculos sin testigos.
Poesía derramada
en librerías programadas,
donde poetas de oferta
venden sus enciclopedias
de sesenta páginas
y ningún poema.
Sueño con ser poeta.
Con divagar sin mochila
ni pareja ni hipoteca.
Con sentir sin cartera
ni conejo en la chistera.
Sueño con lo contrario a la subvención
y lo más parecido a la dignidad.
Sueño con versos de hielo
en el umbral de tu parsimonia.
Las redes sociales culminan
nuestra derrota.
Los líderes de sus casas
se entrometen acosando
a los líderes del mundo
mientras acuestan a sus hijos
y agreden a sus parejas.
En mi edificio la portera
se cree Gengis Kan.
Luego,
actualizas en el cajero
alumbrándose tu cara
ante siete mil euros
cuando te quedan:
siete años de hipoteca
y otro par de créditos.
Tu empresa, por cierto,
podría quebrar.
Pero la libertad era eso.
Poder sentarse en el banquillo
por deber lo que nunca soñaste tener
en la valiente soledad del que sigue,
a pies juntillas,
todo lo que hace el que sigue
al que un día hizo lo que soñó.
El humano reducido a cenizas
no vino en una patera.
La libertad del hombre
se cercenó cuando vino al mundo,
descubrió el fuego,
inventó la rueda
y embotelló a la vid.
La libertad del hombre
ya sólo puede ser
(y sin serlo del todo)
leer lo que no sale en los periódicos.
Libertad cuando vives hacinado
con tu pareja e hijos.
Libertad cuando sales a la calle
y caminas entre miles.
Libertad cuando tu perfume
se vende por miles.
Y libertad cuando trabajas
a menudo
y tu ventaja sólo es el sueldo.
Simón Partal habla de la felicidad
mientras los presentadores le aplauden.
La felicidad es que te aplaudan.
Hacer lo que quieras.
Y que otros hagan tu trabajo.
La felicidad es una controversia
donde para que uno ría
tres deben llorar
cuando a veces la risa es falsa.
¿La felicidad?
Felicidad es hacer lo que uno quiera
teniendo en cuenta que el asunto
es prácticamente imposible de realizar.
Por lo que aunque la felicidad pueda sentirse
no puede realizarse
y no deja de ser
más que una nebulosa
que se acrecienta con el alcohol.
Un día salí a beber
y tuve que regresar a casa.
En mi isla hordas de cretinos
gritaban estimulados
por la sensación de ser libres.
La sensación no es la realidad.
Por eso yo sí percibí auténtico guano
y tuve que regresar a mi apartamento
donde descorché y me abracé.
El sol estudia a los que caminamos
sin más destino que el mero hecho de caminar.
El sol arrasa mi cuello
mientras impertérrito
leo sobre mis sandalias,
que se abren paso entre la nada
y el aire inmenso,
recortando el destino
del que no quiere saberlo.
Un taxi atrapa a dos turistas
que seguro son europeos.
Les cobrará de más
y las vueltas serán fallidas.
Pero los estafados
no se preocuparán:
es el botafumeiro del karma.
Ellos son carne de patera
y de orilla repleta de muertos y fotógrafos.
La falta de tráfico rodado
hace que las olas del mar
puedan ser escuchadas
desde el paseo donde se agolpan los hoteles
donde los turistas no aparecen
por culpa de las excursiones.
Qué fácil es secuestrar, torturar y asesinar.
Cuánto les queda por aprender a los oriundos
que sólo cobran cien euros por la excursión.
¿Y el cielo?
Qué decirles del cielo.
Cielos límpidos, puros, sin más mácula
que el mirarlos desde ojos desaprensivos
que lo misma miran una señal de tráfico
que una oferta en un camión
o un jersey de la que no lleva sujetador.
De noche, el cielo no centellea:
las estrellas se ven apagadas.
Despunta la tarde
torcida por el viento
que rodea mi vida
siempre aquí.
Tuerzo el sueño
hacia el pozo sin fondo
de una Santa María
donde si te alejas de la peatonal
respiras hondo y triunfal.
No entiendo si el sexo
es una de nuestras claves,
por qué nos emparejamos.
Se goza cuando se arriesga
y pocas veces se arriesga
con la misma persona.
La libido se cae repitiendo
en demasía.
El sexo no es el amor.
Mientras chateo
con una disminuida,
entre física y psíquica
–tiene seis dedos en cada mano
y nadie la quiere–,
le ofrezco que sea mi todo:
limpiando, cocinando;
comprando, arrodillándose;
cerca del proxenetismo.
Amar a lo imposible.
Cuando creerse único
no sale en los informativos
donde todos aparentan
ser como los demás
en este ajedrez
de eunucos mentales
donde al más avispado
lo sacan de la foto.
¿Y Walt Whitman?
Posiblemente fue el primer progre.
Un tipo ensalzado
por la cultura dominante,
sus dejes progresistas
y su barba blanca
que ha dejado atónitos
a los que crearon su personaje
con escuadra y cartabón.
La mañana se acerca al delirio.
Doce coches transitan
alejados los unos de los otros
mientras el viento construye
la defensa de los cláxones
y el paraíso en la tierra.
Traspasamos el aire violento
como si el cielo hubiera bajado a la Tierra
cuando observo a un perro atropellado.
Hay gentes que corren bajo la solana
y otros que caminamos
porque correr es el mayor de los ridículos
si no sacas medalla.
Los niños son adiestrados
con la única meta de ser olímpicos.
Ser famoso es la nueva dislexia.
Aunque si fuiste prostituta
ojo con ser funcionaria.
Las familias se agreden
por la política
mientras no saben
que cuando votan
lo hacen por herencia.
La democracia es un delito
en donde los participantes
nunca son detenidos.
Como Nietzsche.
Porque las gentes nacen,
se reproducen,
y a veces mueren.
Cuando la inversión de lógicas
enloquece a los que acrecientan
unas vidas mejorables
donde tras la clásica humillación diaria,
los que se hacen preguntas
sin el retrovisor del gobierno,
saben que no todo el monte era orégano.
La extrema izquierda
y la extrema derecha
dirigen tu cabeza
mientras te crees
de extremo centro.
Sal de tu almidón
y plánchate tu cuello.
Penetra en ti mismo;
sé osado al cuadrado.
La tarde se apaga.
El buffet abre sus puertas
para que por última vez
te deslices entre la nada
y sus suburbios.
El autobús os llevará
al aeropuerto
donde sin ser detenidos
volveréis a Europa.
Para que no se diga
que no cumplís
todos los requisitos
compraréis varias estupideces
entre los muchísimos camellos
que si no venden droga en las terminales
es porque le sacan menos beneficio
que a tu octavo perfume
y tu séptimo best seller.
Luego el avión sale como la seda
dejando una estela de codicia
que sube hasta la estratosfera
para que los negros no trasciendan.
La vida era esto y poco más.
En el buffet los restos se recalentarán
al día siguiente
para que otros como tú
arrastren siglos de civilización.
En Demasiado humano. Sr. Scott. 2020
(Fuente: Voces del extremo)
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