Razón del desembarco
I
Estoy aquí, Granada, ante tus cielos amplios,
ansiosa,
seca,
náufraga.
He llegado.
Con mi atril-ataúd,
con las ceras que no arden,
y este ato de ropas vacías.
Hasta tu fortaleza de leones,
hasta el olor a almizcle y hierbabuena.
Voy por tus casas blancas,
desnuda, para asir
la luz que nos regalas cada día.
Escondo en las ranuras de tu muro
mi plegaria, el dolor
que creció como fruto.
Y abres
tu máquina de hacer atardeceres
a este perfil
deshecho en la avidez.
Ha sido necesario
bajar a tus baldosas,
librar esta batalla con la sombra,
para volver a mí
por tu camino.
II
La vida es la que arrastra,
la vida
no me deja hacer planes,
deshace mis maletas,
ata piedras al helio que asciende.
Escúchala, que viene,
se parece a una audaz cuidadora de pollos,
al antojo, a un remedio
incapaz de curar.
Ha perdido mi norte en su bruma.
¡Ay! La vida
se disfraza de paso y me lanza a sus calles,
no me deja inclinarme al sosiego.
Firma cartas, parodia,
extravía mi ajuar
(esos versos que guardo al amor)
Fue la vida, no yo
la alquila a mi nombre
esta nueva ciudad.
III
Él me mostró Granada entre la bruma,
me dijo, que la Alhambra,
domesticaba al sol si es necesario.
Él me buscó un refugio entre la piedra.
Y la luna de Lorca
de lejos tutelaba los enjambres.
Grité en el Sacromonte
con esa voz quebrada del gitano
y abrí, por fin, la jaula de mi risa.
Quédate en mí, Granada,
Acaso te complazca que me vuelva
alpiste, agua, fuente de unos versos.
Acaso,
mi corazón de agujas te remiende.
(Fuente: La poesía alcanza)
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