tres poemas
Espero que intuyas el silencio
Espero que intuyas el silencio
y su grito trascienda
fuerza a tu corazón a embeber el aroma de flores silvestres
haz un escudo y cúbreme
que el látigo no me alcance
las espinas no penetren en mi frente
limpia el vinagre de mis labios
dame un beso como el de Magdalena
y traslada sin horror mi cuerpo moribundo.
Quería que me intuyeras
en mansedumbre silencio
tus pasos hacen escarnio
muda quedé frente al delirio,
algo tengo de Job
aquí Judas me da aliento de azufre
el buitre arranca mi carne.
Él no fue escudo
sólo látigo puñal
verdugo en noches de invierno
He huido a las montañas
sobrevivo ermitaña
mis entrañas aún las guardo
para mecer la cuna de alguien por venir.
~
Fausta
Ella celebra un funeral
y no sé quién ha muerto
si yo dentro de ella
o ella dentro de mí.
A veces sonríe
con la mirada extraviada le ofrezco una flor blanca
las palabras se hacen nada en el vació de su nombre
su nombre que a veces dice tanto, queda descalzo.
Corazón encendido de dolor
piernas cercenadas
¿Quién eres tú?
tú serías todo si quisieras
pero en mí eres la entelequia que atesta
la espada que me amortaja.
Ombligo mío
prescíndeme de la lista
borra mi nombre del registro
cordón hecho cadenas
auséntame de tus penas.
Mujer
me das la espalda como queriéndome olvidar
pero algún grito de madre pariendo te traslada hacia mí
¿acaso algo falta cuando ya no anido en tu trenza?
que escucho tu voz indagando por mi sombra
acertijo crucificado
Tierra que no codicio
Sólo te siento cuando agobias mi corazón
cuando lo tomas y haces de él un limo de tristeza
cuando estrujas mi sangre y la empalideces
porque de tanta desolación que milita en tu recuerdo
de pronto estalla el olvido
Llevo noches cubierta de fuego y agua de azahar
porque los recuerdos que detonaron en la hoguera del olvido
regresan certeros
como pedradas en la frente
entrañas sacudidas sin piedad
que nos hacen concluir
allí las dos juntas
de espaldas
en el sepulcro.
~
Cinco años
A Eduardo Borjas
Infestado de ampollas
te instalas en mi vientre tejido de cicatrices
mis dedos intentan rozarte
vuelves humo
las palabras.
Las paredes adormecen tu voz
el aliento de las habitaciones
insepulta la sangre que perdiste en algún juego siniestro
de un pecho que secó la estación
- Las calaveras.
Dislocas el alfabeto
angustiado de esbozar el símbolo preciso
la torre de babel subsiste imperfecta
pálida de contemplarte
aristas al fragmento de las palabras
deduces que Dios no pudo inventar el vocablo
que enuncie tu verso.
Transitaremos aturdidos un cementerio
donde el guardián exhuma tumbas
atiza el fuego con cadáveres de mil novecientos y tantos
luego
coloca un anuncio para revender nichos de estreno
¿Acaso allí se vela el alfabeto exacto para redimir tu última poesía?
Bajo cero. Lima: Vagón Azul Editores, 2010.
(Fuente: La comparecencia infinita)
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