domingo, 7 de julio de 2024

Víctor Hugo (Besanzón, 1802-París 1885)

 


Booz dormido
 
 

Booz se había echado después del cotidiano
trabajar sin descanso en la era y ya dormía.
Había preparado su lecho do solía:
junto a sus celemines rebosantes de grano.
 
Este anciano tenía cebadas y trigales,
pero pura de barro se deslizaba su agua
Porque, aunque rico, amaba a los pobres como a iguales.
No tenían infierno los fuegos de su fragua.
 
Su ancha barba de plata un arroyo parecía.
No eran avariciosos los haces de su era.
Si a su lado pasaba una pobre cosechera:
“Dejad caer espigas cerca de ella”, decía.
 
Marchaba puro este hombre, lejos del mal sendero,
vestido igual de blanca probidad que de lino.
Como un río de mieses que no tiene destino,
parecía la fuente de todos su granero.
 
Booz era pariente leal y amo juicioso.
Aunque no dispendiosa, era pródiga su mano.
Las mujeres miraban al viejo más que a un mozo,
Porque es hermoso el joven, pero inmenso el anciano.
 
Lo mudable abandona y a lo eterno camina,
El anciano que vuelve, ya encorvado el testuz,
Y tener puede el joven llamas en la retina,
Pero el mirar del viejo está sereno de luz.
 
En la tiniebla, entonces, yacía aquel anciano.
Entre almiares y hacinas de los alrededores,
Con el amo dormían todos los segadores.
Transcurría la noche de un tiempo muy lejano.
 
Era un juez quien las tribus de Israel gobernaba.
La tierra, en la que el hombre asustado hallaba marcas
De huellas de gigantes y con su tienda erraba,
Tenía del diluvio légamo aún y charcas.
 
Cual durmiera Jacob y cual Judith durmiera,
yacía el viejo Booz, dando al cielo la frente.
Y ocurrió que la puerta del cielo, de repente,
se entreabrió, permitiendo que un sueño descendiera.
 
Y ese sueño era tal que en él vio un roble Booz
Que nacía en su vientre y en el azul se hundía.
Por su tronco enlazándose una raza subía;
un rey cantaba abajo, moría arriba un dios.
 
Y Booz murmuraba en el sueño con voz lenta:
“¿Cómo habría de dar a la tierra un abolengo?”
“La cifra de mis años ya llegó a más de ochenta”
“Y yo no tengo hijos, y mujer ya no tengo.”
 
Hace mucho que aquella con quien supe dormir,
¡oh, Señor!, dejó mi tálamo y voló al divino;
mas nuestras almas saben para hallarse un camino,
una a orillas del mundo y otra a las del morir
 
Señor, ¿no se ha hecho tarde ya para tanta gloria?
¡Una raza nacer de mí! ¿Habrá milagros tales?
Cuando uno es joven tiene madrugadas triunfales
El día siempre vuelve como de una victoria.
 
Pero el que es viejo tiembla como abedul al viento.
Estoy solo, soy viudo, la noche ya me encierra,
Y ya inclino, ¡oh, Dios mío!, mi alma hacia la tierra
como inclina a las aguas su frente un buey sediento.
 
Con arrobo el anciano pronunciaba estas frases
Y volvía los ojos a Dios para entender.
Los árboles no sienten las rosas de sus bases
Y Booz no sentía a sus pies a una mujer.
 
Porque, mientras dormía, Ruth, una moabita,
A sus pies se había echado, puesta, humilde, a esperar
Un anunciado rayo de dulzura infinita
Para cuando llegara la luz del despertar.
 
El anciano ignoraba que hubiera una mujer;
La mujer ignoraba lo que Dios pretendía.
En miles de asfodelos, reciente, se escondía
Un perfume que un viento bajaba a desprender.
 
Nupcial era la sombra que en Bethleen flotaba.
Allí volaba un ángel, sin duda, oscuramente,
Porque se estremecía en la noche, de repente,
Algo celeste y breve que un ala semejaba.
 
El respirar del viejo que dormía entre hacinas
Se unía al ruido sordo de arroyos escondidos.
Era el mes en que es dulce la tierra y tiene nidos,
El mes en que se cubren de lirios las colinas.
 
Frente a Ruth, en la hierba negra, Booz dormía.
Se oían no muy lejos de un cencerro los sones,
Una bondad inmensa del cielo descendía,
Era la hora tranquila en que beben los leones.
 
En Jericó, en Edom, en Ur todo callaba.
Los astros esmaltaban el cielo con fulgores.
Corvo, el cuarto de luna, brillaba entre esas flores
De la sombra, y Ruth, la de Moab, se preguntaba,
 
Con los ojos al cielo como buscando huellas,
Qué cosechero del eterno verano, qué dios,
Luego de la faena, había olvidado su hoz,
Esa hoz de oro en el campo donde están las estrellas.
/
 
Victor Hugo , Légends des Siècles, 1859.
Traducción de Rubén Reches
 
(Fuente: Cecilia Pontorno)

 

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