martes, 23 de julio de 2024

Raúl Deustua (Lima, Perú, 1921-Roma 2004).

 

Arquitectura del poema


Raúl Deustua (Lima, 1921-Roma 2004). Vivió fuera del Perú desde 1949, sin volver a residir en su país: de New York (donde trabajó como traductor hasta 1956) a Ginebra (donde se desempeñó como traductor freelance en la ONU hasta que cumplió setenta años) y de allí a Viena, Roma y Nairobi, y nuevamente a Roma. Tradujo a Pound, Eliot, Baudelaire y Catulo. Pese a su escasa bibliografía es un autor de culto. En vida publicó la plaquette Arquitectura del poema, con un tiraje de doscientos ejemplares, luego fue reproducida por las revistas Hueso Húmero (1998) y Fórnix (1999). Sus poemas se publicaron en las revistas Mar del Sur (1949, 1952), Letras Peruanas (1955), Literatura (1958), Amaru (1969), Creación & Crítica (1972) y Hueso Húmero (1980, 1989, 2002). Un mar apenas (1997) es el título de una reunión de diez series de poemas (Una palabra intenta definir la esfera; Elogio de la ruina; Sueño de ciegos; El mar es la memoria; Vías también ciegas; Un mar apenas; Tanto ciego bajo el cielo; La voz interrumpida; Alguna vez la música y Decía que en la sombra) que publicó la PUCP bajo el cuidado de Américo Ferrari y Ricardo Silva Santisteban. Sobre su poesía han escrito Abelardo Oquendo, Alberto Escobar, Américo Ferrari, Javier Sologuren, Edgar O’Hara y Reynaldo Jiménez (de su antología de poesía peruana he sacado algunos datos consignados aquí). Deustua también publicó una obra de teatro en verso titulada «Judith, 47» (Mar del Sur, número 1, 1948. p. 56-70), que en realidad es una muestra más de su finura y temple poético.


Libros: Arquitectura del poema (Roma: Edición del autor, 1955; Reproducido en Hueso Húmero, número 33. Lima, noviembre 1998. p. 171-174 y en Fórnix, número 1. Lima, junio de 1999. p. 238-241); Un mar apenas (Introducción de Américo Ferrari. Lima: PUCP, Serie El Manantial Oculto, 1997) y Sueño de ciegos. Obra reunida de Raúl Deustua (Edición de Ana María Gazzolo. Lápix Editores y Biblioteca Abraham Valdelomar, 2015).


La poesía no ha muerto, claro está, ni puede morir lo que sólo en sí se contiene, despojado de todo adjetivo y de toda verdad adyacente, siempre muleta para lo que es baldado e incompleto. Vive pero un poco escondida, un poco entregada a la búsqueda de siempre. Aunque esta vez desorientada por los muchos caminos que, sin dudarlo, son todos verdaderos.Raúl Deustua, Letras peruanas (1952)



Arquitectura del poema

sa douceur aussi est mortelle.

La exacerbación de los sentidos: una música infinita. Vivir en el rumor inaudible de la noche como una serpiente de mar que muerde las estrellas.

Destruir a Dios y devolverlo a su raíz primera, al árbol sin frutos, pleno de amor y desolación. Si se pudiese defender la muerte como se defiende un paisaje húmedo y fértil, una sombra que vibra entre los dedos y nos hace un daño múltiple. ¡Estoy de pie en esta selva de cielos y metales! Todo árbol es la sombra de un lejano pastor, un inmenso oleaje que rompe los días, nuestro tránsito de sueño a sueño, a cada instante. Soy, Dios, primer Dios, tu dedo vacilante sobre el seno de un niño que juega con el polvo de tu nombre. ¡Cuántas leyes has devuelto al polvo!

Trato de llegar como un eco, sin rodear la larga playa sembrada de caracoles y medusas, de heladas corrientes bajo las constelaciones del Sur y los desiertos. La playa se elevaba contra el tiempo y éramos una infinita brisa de ojos mutilados y veraces, un súbito asombro en las mañanas de helechos y senderos. Hay ahora una pequeña humillación del tiempo. Estoy en el fondo de una caverna que se abre al sueño y a los dedos íntimos, severos, de la risa. Devolver a Dios a los caminos, enseñarle las casas destruidas en la sombra de los cactus, ponerle en la frente su nombre de justicia y darle el pan de cada hombre como su gesto más rotundo.

Dios lo verá desde su altura pequeñísima. Verá a ese hombre de rostro desvelado, su hambre de puntillas y el sabor acre de las hierbas. Y estaremos descubriendo una voz que disemina el viento del verano, un eco polvoroso de la sombra calcinada de Dios, con su levante de palomas amargas y terribles. En el desierto se oirá la voz, el perro que guarda el horizonte y lo lleva entre las fábricas de pesadas arquerías.

Miro atrás y veo un mar sombrío, un llano que devora la infancia de los sauces, de los robles. He de guardar silencio y mirar al templo que se derrumba en las playas, en la arena metálica de Dios y su sentido.

¡La atroz lucidez de tu nombre, tu exactitud apuntando a mi recelo de fiera tambaleante! ¡Ah, la embriaguez, la taciturna embriaguez de la noche, de mis noches!

Me detengo a decir, una vez más que sólo resta determinar mi principio y mi fin, y mi sombra entre los muros. Me pongo de cara al resto de la noche y sobre su hombro veo surgir la luz como una lanza que penetra hasta el silencio.

El sabor del estío y las piedras que llamaba en mi socorro… Nos queda hoy el movimiento de las dunas, la faz del poema en el desierto, y respiramos el amargo liquen que alimenta una serena reserva de crustáceos.

(Estoy de pie en plena lucidez, como un fantasma de vértigo, de altura prodigiosa que abate los troncos más recios, la muralla relumbrante del sol y de la luna y sus vedados templos de arena junto al mar.)

Escuchaba las olas en esas tardes sin límite. Veía, sí, veía mi sombra agigantarse y hacerse el mar mismo como una cáscara de luz. Era mi infancia y el mar que lavaba mi pereza de siglos, mi descarnada voluntad, y veía desfilar un ave y otra que cejaban en su empeño frente al sol.

Estar junto al mar como una piedra azogada, vertical, rota y tambaleante, lleno de la plenitud del misterio, pero listo a la huida como un monje más o una trunca columna de cenizas y restos de papeles violáceos y turbios.

Esta es la verdadera razón que guía a las aves matinales, el instinto roído por la lluvia, por la reseca arena que desprende el cielo. Quisiera devolver mis años a su pureza integral, cederlos al tiempo mismo del recuerdo. La desolación tardía no me salva, ni la congoja me arrebata más allá de toda muerte.

Y repito al tiempo, al resplandor de las hogueras, a los duros jinetes que incendian las cosechas, les repito tu llamado, tu reconocimiento del trigo y las arenas. Y me pregunto: ¿adónde me llevas que no pueda contemplar esta dulce gangrena de las rocas y los pólipos, estas resacas y mareas que inventas, como yo, cuando el alba se transforma en viento y sol y rostros y más rostros, en sombrías latitudes que despojan tu nombre y lo devuelven a los astros?

(Subsiste una ciudad aferrada a duras rocas, y el mar la golpea con sus láminas de cobre, con sus antiguos guerreros devoradores de islas y sirenas.)

¡Arquitectura del poema! Lenguas sonoras y cargadas de blancos metales que devora un año desprovisto de nieves y de lluvias. ¡Embriaguez de la noche, su luz sobre mi mesa, embriaguez de este canto que viene rodando desde el tiempo!

¡Arquitectura del único poema… de la voz que permanece y no se entrega!

Hay trozos de columnas lavadas por la lluvia, como una esfera recortada, como una moneda pesada y antiquísima, como la tierra nueva restableciendo el orden de las cosas, la perenne geometría de las formas y del mar. ¡Vuelvo al mar siempre en un impulso de cerrados horizontes!

Nada existe ya. Un desierto sin arenas y sin rocas, un páramo detenido en un silencio espeso y árido, un espejo de imágenes vacías, devoradas por una ausencia dolorosa y rota a trechos por tu nombre oculto, virgen, tu nombre que se posa y nos destruye en un amor inmenso de mares y aldeas. ¡Estoy solo en esta piedra de tu iglesia! ¡Resta un helado viento sobre el mar!



Risorgimento

Esta es mi voz de incurable permanencia
devuelta a la forma del sol que me desvía
entre viejos y roídos telares de Florencia.
Vivo oculto al ay primero, a la rueda del tranvía
que es la O del Giotto
        y una exacta columna de mi ausencia.

Sonreída la tarde y el ciprés que abunda,
y las aves rudimentariamente muertas
se han detenido al paso de un tren que las circunda
como estas palabras verticalmente ciertas.

¿Y el Perú? ¿Su limpia arena de metales,
sus pulidos huesos, su riqueza de huesos
minerales?

Este es el mar que presentía, sin un guiño
y estoy de silencio hasta la huella más profunda
en la baraja de oro tenue, que era niño
sin saberlo entonces y me oculta
el sol tantos años porosamente decaídos,
venidos a menos como un diente
o un largo camino de álamos y nidos.



Una palabra intenta definir la esfera

1

Una palabra intenta definir
la esfera, la clepsidra, el tiempo,
palabra vertical, inútil, bella,
rodeada de sí misma,
                                   vuelta al mundo
como el revés de un guante.
Más bien sílabas
que se aglutinan o fonemas simples
que un hombre inventa, mas la esfera existe,
es transparente y nos perdemos
en su arbitraria arquitectura.
Para nosotros arbitraria y muerta
pues ignoramos la raíz del número,
el sello, el símbolo, y el signo mismo
que en su materia oculta.

2

Áspero el verbo que transita,
     errado el tiempo:
     “sabemos que la nada
     en la vigilia es equilibrio,
     ruptura si la noche nos revela
     el centro de la esfera inalcanzable
     en su tensión de azogue, hermético
     lugar que sólo el sueño sabe”.

3

Lugar donde la sombra es luz de nuevo,
     revés de sombra, luz que entraña
     retorno a lo inmutable.

La esfera es acerada mas cercana
     a la quietud perpetua, al ser
     que está inventando el nombre,
     el laberinto donde el hilo
     conduzca —siempre— a luminosa soledad.

4

Si todo lo que toco es signo de otros años,
     la palabra se encierra en el silencio
     y vuelve al núcleo milenario.
Es allí, en esa esfera, donde vive
     el verbo calcinado por la tierna
     virtud de lo insumiso.
     Lo que resta
     es el ancla virtual, la imponderable
     materia de los sueños que subsiste
     cuando toda materia es ya la nada.

5

Hay el periplo inhabitado
     la ardiente imagen que es el signo
     de lo invivido.
     Del naufragio queda
la voz del tiempo estéril, soledad
del hombre en cada noche,
su paso por la esfera multiplica
el silencio y lo impregna,
lo transmuta y el oro es sello inmóvil;
forma del ser —perecedera—
donde todo es el luminoso centro,

morada del sigilo y la aventura. 
 
***
 
(Fuente: Sol negro)

 

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