miércoles, 10 de julio de 2024

Parix Martín Cruzado Jiménez (Trujillo, Perú, 1979)

 



Brisa de entonces 

 

En tu redor, yo quepo,
centrado, al medio.

Le has prestado
agujeros a mi bolsa,
piedrecillas a mis bolsillos,
astillas a mis huesos...

Y me miras, aunque no sé si sonríes,
y si sonríes, no sé si es de burla;
y si sonríes, pues ya tienes viento.

Brisa, yo me siento asqueado de ti:
desde antes, desde siempre;
y desde hoy a mañana... no se harta
tu azucena... de convidarme muerte.

“Has provisto un pabellón de alas
quebradas en mí, desde antes, hasta siempre...”

El camino se ha parado, sí...
Y se han colgado mis pies de tu viento;
tres y quebrados que evito escribir,
tres y quebrados que no siento.

 

Poderes y unidad

 

Se rompe un cristal en caprichos
de dos, de tres, de más...
Cuando el sol amanece su noche,
el cielo es claro para unos
y estrellado para doses.

A ver, dime, hijo; ser viviente
de este lado de mi sangre...
¿Me amas?

Ya no te pregunto, mujer,
ya lo sé. Tú no tendrás opción;
es mejor decir que sí.
Tú te juraste hueso de mi hueso
y sangre de mi sangre —unida a mí—
para hacer de la carne de dos
una sola carne; pero yo —hija del cielo—
no me llevo bien con tu papá.

Y dime tú, dulce mamífera,
con el cuarto hablante de tu lengua,
pequeña divina, hija mía...:
¿Me amas?

Ven aquí, criatura, retoño segundo
de mi haber matrimonial;
yo te amo como tú aprendes a amarme.

Y es aquí donde el oxígeno de hogar
se divide en cinco bandos y yo...
dicto la unidad.

Brisa, yo te miré y mis ojos se apagaron,
desde entonces, hasta siempre.

 

Siguientes días...

1

Huir de
mi zurda,
esquivarme
el hombro
por un día;
apretarme
la mejilla
con una mano
sola...

Pulgar
a
derecha
y los otros
cuatro
sobre
la
asimetría
de mi
media fachada...

Es una
cara
rascada de
cara,
pero mi
risa está
completa.

Mi cuerpo
va de antes
a luego,
sin cuando,
—desespero—,
pero lo estoy
logrando.

 

2

No, ni han sonado
las monedas que esperaba.
Llegaron incorpóreas,
ideales, inciertas;
con un son de cercanía,
llegando su bramido
y no el convite.
Llegando su consuelo
sin mirada...
Y yo necesitando
surque un río entre mi pecho,
con su riego
bañador
de cultivos
hambrientos...

Y de la espera, me he dormido...

Me he dormido oyendo su paciencia,
su estruendo cauteloso,
arrimado en una mueca de
cobertura suave,
de sabor prudencia rancia
y una voz de arrullo
que me viene rezando
hace veintiocho días:

“Todo bien,
todo bien...
Las heridas cierran
y el dolor escapa...”

 

3

Y amanezco sin saber
quién dejó esta piedra en el camino...

Y sigo mi paso seguro,
sabiendo que no es nada
que tu abrazo no pueda,
que tu abrazo no cambie,
con ese amor genuino
que llegaría a salvarme...
quizá.

Y voy, extrañando
—a cada paso—
tu silencio dormido,
tu silencio dormido
en una grieta de mi pecho,
tus palabras ancladas en “do”
y mi oído despierto de
tanto anhelar tu voz...
que no llega.

Y si decido ser viento,
dirán que ya todo está escrito.
Y yo seguiré, labrando a pico,
y yo seguiré... escribiéndome...
el pan que mastico.

Y en un recodo, de la espera,
me he vuelto a dormir...

Esta vez, rendido por la ciencia
de grageas sedantes, esperancitas
de corto plazo que me recortan
el tiempo parlante...

Y voy nubícula, montado en un cirro,
una nube blanca y ligera, sin tiempo...;
sin memoria, sin recados, sin deseos...

Un cirro que me contiene
presuroso de un sueño
insinuando en su color de falsa nobleza,
—no todos los cirros son así—
del adormecerme cantando, como
fumando un beleño..., narcótico,
de olor indeseable...

Y de la espera, mi cuerpo... duerme...

 

(Fuente: Letralia)

 

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