El desconocimiento de la ley no exime de cumplirla
Nos advirtieron sobre las arañas y la ocasional hambruna. Agarramos el auto y nos fuimos al centro a ver a los vecinos. Ninguno estaba en casa. Hicimos nido en los jardines que el municipio había diseñado, nos acordamos de otros lugares diferentes, ¿pero lo eran? ¿No sabíamos todo de antemano? En viñedos en los que el himno de la abeja ahoga la monotonía dormimos por la paz y nos sumamos a la gran campaña. Él se acercó hasta mí. Todo era como entonces, excepto por el peso del presente, que destruía el pacto que habíamos celebrado con el cielo. En realidad, no había razón para alegrarse, tampoco era imperioso regresar. Estábamos perdidos con sólo estar ahí parados, escuchando el zumbido de los cables encima de nosotros. Lloramos la meritocracia, que con salvaje vehemencia, había puesto comida en nuestra mesa y leche en nuestros vasos.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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